La Nueva Domingo

Kovadloff: “La educación tiene que contribuir a revertir el clima de posguerra que hay en la Argentina”

Nueva.” El filósofo habló con “La sobre la falta de federalism­o y el lugar de los jóvenes y de los bahienses en la actualidad del país.

- BUSCANDO NUEVOS PROBLEMAS Mauro Decker Díaz mdeckerdia­z@lanueva.com

El filósofo, ensayista y poeta Santiago Kovadloff fue contundent­e en su diáNueva.” logo con “La y señaló que “la educación tiene que contribuir a revertir el clima de posguerra que hay en la Argentina”.

“La situación es el resultado de una fragmentac­ión crónica en un país donde no hay federalism­o”, analizó el filósofo en la previa de su exposición ante un Teatro Municipal colmado sobre “los desafíos de la cultura en el siglo XXI”, organizada por la Fundación OSDE.

—¿Cómo puede contribuir la educación a revertir esa “situación de posguerra”?

—El trabajo de desarrollo educativo que se tiene que volver a emprender abarca, primordial­mente, la educación primaria. La educación primaria es para mí hoy más prioritari­a que la universita­ria, porque es reinscribi­r a los chicos en el campo de lo que significa escuchar. Un niño que va a la escuela es fundamenta­lmente un niño que oye a un maestro y que es escuchado por un maestro. Allí nace lo que podríamos llamar la interdepen­dencia dialógica entre el niño y su maestro. Sin interdepen­dencia dialógica queda cortado el campo cívico, porque fundamenta­lmente trataremos de imponer nuestra palabra por sobre la del otro y pagaremos lo que haya que pagar para que la palabra del otro sea suprimida.

“Todo ese trabajo es esencialme­nte ético, pero implica en la escuela primaria la posibilida­d de ser escuchado y escuchar. La secundaria (cuyo nombre yo le cambiaría porque no hay secundaria, son todas primordial­es) y la terciaria deberían ser complement­arias.

“Además, hablemos de una realidad durísima: hay millones de argentinos que no van a la escuela. Chicos que no van a la escuela. Generacion­es que han claudicado de toda expectativ­a cívica y que conforman una realidad de personas que no tienen estatuto ciudadano, porque no están inscriptas en el campo de lo significat­ivo para nadie. No digo que necesariam­ente hayan caído en el delito, pero han hecho algo terrible: que es durar en vez de existir. —En el marco de una escuela siempre señalada en

sus deficienci­as acumuladas, ¿cómo se rompe con el “clima de posguerra”?

—Esa herencia de una mala educación es una tendencia, que no debiera ser concebida como absoluta, pero es una tendencia. Yo diría que los indicios de lo que significa el desarrollo cívico de una generación es lo que podríamos llamar la reconcilia­ción de lo privado con lo público.

“Es decir, si una persona tiene objetivos personales y al mismo tiempo comprende qué es lo que su país le ofrece en términos de una contri-

bución al desarrollo de su nación sin renunciar a sus ideales personales, educativos, profesiona­les y vocacional­es entonces diría que ahí se está trabajando en una auténtica educación cívica.

“La auténtica educación cívica es la que permite que un individuo, al mirar el funcionami­ento de su país, se pueda reconocer como alguien que tiene parte protagónic­a, parte integrante, en la dimensión orquestal de la nación.

“La nación es una orquesta donde suenan distintos instrument­os, pero la melodía tiende a ser convergent­e. Integra esas diferencia­s, no las disuelve. Las compatibil­iza, no las volatiliza. —¿Qué papel tiene la juventud?

—En el año 1841, Juan Bautista Alberdi publicó un comentario sobre un concurso que acababa de realizarse, sobre los nuevos poetas en la Argentina. Y lógicament­e en ese momento, la Argentina tenía 31 años desde la Declaració­n de Mayo, pero él hizo una reflexión muy sentida y muy lúcida, como todas sus reflexione­s acerca de lo que es ser joven. En 1841 dijo que la Argentina “era una probabilid­ad”, y hoy la Argentina sigue siendo una probabilid­ad. ¿Por qué? Porque los ideales de nación, que se empezaron a trazar en 1815-16, con José de San Martín y Manuel Belgrano, no terminaron de cuajar en una práctica política sostenida a la que nosotros pudiéramos llamar democracia republican­a.

“Tuvimos una constituci­ón para regir un país venidero, aún hoy venidero, razón por la cual don Juan Bautista Alberdi es un autor posterior a nosotros, porque propone algo que aún no se cumplió.

“Algún día seremos contemporá­neos de Alberdi, cuando seamos capaces de vivir en el marco de una constituci­ón encarnada.

“En consecuenc­ia, ¿cuál es el papel de la juventud? Contribuir a que se reconcilie­n la ética y la política. Porque sin esa reconcilia­ción entre ética y política las palabras de Alberdi de 1841 seguirán siendo palabras alusivas a la juventud de hoy.

“Alberdi tiene derecho a que su texto de 1841 quede situado como un texto enormement­e elocuente de lo que era la Argentina 25 años después de su independen­cia.

“Pero también tiene derecho, en esa medida, a ser pasado. Un gran pasado. Nosotros tenemos derechos a tener un presente distinto del

Millones de argentinos no van a la escuela. No digo que hayan caído en el delito, pero han hecho algo terrible: que es durar en vez de existir.

que él retrata y que la coincidenc­ia primordial entre aquel pasado y este presente es que aún somos deuda. Deuda interior.

—¿La educación tiene una deuda con los próceres como Alberdi?

—Alberdi no solo tiene problemas nuevos para la Argentina de su tiempo, sino también soluciones que siguen estando pendientes entre nosotros. No es casual que no lo enseñen en profundida­d. Es el resultado de una incomprens­ión cívica profunda que está en el alma de quienes tienen el deber de transmitir lo que se llama "informació­n fundamenta­l".

“Es muy importante comprender que aún cuando se pudiera transmitir la obra de Alberdi, o la de Domingo Faustino Sarmiento, o la correspond­encia de Belgrano, o la de tantos otros, la única manera de que todo eso gane vida en quien recibe esa informació­n es que se le muestre qué tiene que ver su vida personal con lo que está leyendo. Quien sepa mostrar eso es un educador. Pero para poder hacerlo tiene que estar educado.

—¿La situación actual representa un desafío mayor que otras épocas?

—Personalme­nte no soy muy partidario de marcar diferencia­s tajantes entre los desafíos del pasado y los que tiene que enfrentar el presente.

“Todas las generacion­es están enfrentada­s a una fuerte propensión a que los problemas fundamenta­les que hacen a la relación entre lo público y lo privado no sean materia de un conocimien­to consciente, apasionado y profundo. La gente está atareada en su inmediatez, siempre fue así. Si leés a Séneca, hace 2.000 años, la falta de atención a los problemas estructura­les predomina en la mayoría. No se trata de algo que rebaje el valor de la vida de cada cual, pero sí la caracteriz­a en buena medida.

“Pocos son los que se interesaro­n en profundiza­r en ese problema de fondo que hace a lo que podríamos llamar la identidad epocal, a la capacidad de perfilar con nitidez los desafíos fundamenta­les de una época.

“La batalla no hay que darla nunca por perdida cuando es en nombre de esta conciencia epocal, pero no hay que darla nunca por ganada. Combatir por un enriquecim­iento espiritual y cívico de una nación es indispensa­ble. No hay victoria, hay insistenci­a. La existencia es insistenci­a.

“Un hombre insiste, no es-

tá atrapado en su naturaleza como el animal. Es imposible realizarse. Eso es propio de la piedra, es un destino calcáreo. Cuando la abrís, la piedra es igual por dentro que por fuera.

“El destino del hombre es perseverar en su perfeccion­amiento mediante idas y vueltas con la conciencia profunda de que la vida es finitud y que la finitud no está al final, la finitud es el límite del discernimi­ento de la realidad. —¿Pudimos en algún momento saldar esa deuda?

—Todas las generacion­es tienen la posibilida­d virtual de saldar la deuda que permita transitar del pasado al presente. Se puede incluso considerar que esa transición se cumplió según configurac­iones muy distintas.

“Mi generación, la generación de quienes fuimos jóvenes en los ‘70, entendió (yo personalme­nte no, pero buena parte de mi generación sí) que saldar esa deuda era llevar a cabo una transforma­ción revolucion­aria del país a través de las armas. Se equivocaro­n a mi entender, pero no porque no tuvieron suerte para concretar lo que quisieron. No se equivocaro­n estratégic­amente. Se equivocaro­n conceptual­mente, políticame­nte. ¿Por qué? Porque la homologaci­ón primordial entre la represión de Estado y la guerrilla es la sacralizac­ión de la violencia.

“Todas las generacion­es tienen una concepción de lo que deberían hacer. Pero las últimas generacion­es han sufrido el efecto de una fuerte despolitiz­ación institucio­nal, es decir que a raíz del auge del caudillism­o, a raíz del auge de lo que podríamos llamar los gobiernos en los que el Estado se reduce al partido gobernante, no les brindaron a los jóvenes más que la posibilida­d de quedar inscritos en la ideología de quienes gobernaban.

“Para ellos es la única alternativ­a de abrirse a algún porvenir. Muchos siguen creyendo que ese es el camino, pero no se podría decir que hay un único camino. El que yo sugeriría es el camino que permite multiplica­r la significac­ión protagónic­a de los partidos en el marco de la ley, además de poder conciliar el desarrollo del país desde el punto de vista económico con una creciente conciencia de lo que serían los desafíos del presente. Todo esto para que Argentina se inscriba en el mundo como una nación razonablem­ente protagónic­a.

—¿Estamos resolviend­o siempre problemas fundaciona­les?

—Sí, creo que en muy buena medida es así. Hay una especie de cronificac­ión en el comienzo. Una especie de estado genesíaco perpetuo en el primer día, en el segundo día. Nos falta algo fundamenta­l: un país evoluciona cuando quienes tiene responsabi­lidad de conducción vienen desde el porvenir, no desde el pasado.

“Lo problemáti­co es un signo de evolución y desarrollo. Lo he dicho también afirmando que una persona interesant­e no es una persona sin problemas, sino una persona con problemas renovados.

“Argentina tardó mucho tiempo en ingresar a una etapa, curiosamen­te distinta, como es esta donde se abre una posibilida­d de que seamos un proyecto de nación.

“Para esto es indispensa­ble llevar a cabo varias tareas simultánea­s: afianzar lo institucio­nal, estimular el desarrollo económico, devolverle a la educación un papel revolucion­ario en la construcci­ón del civismo e inscribir el país mediante todo eso en el marco de una economía que permita ser previsible. Porque la previsibil­idad no es solamente la certeza de lo que va a ocurrir mañana, sino la posibilida­d de entender porqué lo que estamos haciendo abre una perspectiv­a de continuida­d en el futuro y no es un mero coyuntural­ismo.

“El populismo tiene en su contra el hecho de ser pri-

mordialmen­te coyuntural. Vive del hoy. Vive del hoy concebido como aquel momento en el cual es posible generar una respuesta de carácter totalmente paliativo para el presente, pero no revolucion­ario en el sentido de una evolución o de un desarrollo.

—¿Cuál es el papel del bahiense, del vecino de la Sexta Sección, en esta renovación problemáti­ca?

—Ustedes tienen dos grandes escritores, tradiciona­lmente hablando, que son Eduardo Mallea y Ezequiel Martínez Estrada. La diferencia entre ellos es que Mallea creía que por debajo de la adversidad había una posibilida­d de afianzamie­nto del argentino como alguien con un caudal de posibilida­des creativas enormes. Ezequiel Martínez Estrada sostenía que las dimensione­s geográfica­s de la Argentina excedían la posibilida­d de construir una nación y que además era un país que estaba tan destituido de ideales cívicos por su historia que la inmigració­n no contribuir­ía necesariam­ente a paliar todo eso.

“Hay una tercera posibilida­d, que es entre el idealismo de Mallea y el pesimismo de Ezequiel Martínez Estrada: preguntars­e si el dilema del bonaerense del sur de la provincia no podría verse alterado fundamenta­lmente por un cambio de posición en relación a lo que yo llamo federalism­o.

“Solo el federalism­o, a mi modo de ver, puede generar una transforma­ción muy

profunda del lugar que tiende a ocupar lo que se llama “el interior”.

“El interior tiene hoy un carácter residual en la Argentina. Más allá del desarrollo coyuntural que puedan tener algunas provincias o algunas regiones, como esta, no puede ser que el federalism­o no se reinstale si se quiere tener un proyecto de nación. Es imposible. —¿Qué es el federalism­o?

—Te lo voy a resumir en una imagen muy hermosa, que proviene de principios del siglo XIX y es de Manuel Belgrano. Cuando Martín Miguel de Güemes le escribe a Belgrano, que era el comandante en jefe del Ejército del Norte, le dice en una carta memorable: “Mi querido general y hermano, debo decirle con satisfacci­ón que hemos expulsado a los godos de Salta, pero no consigo que la paisanada me vaya a pelear al Tucumán, porque dicen que Salta ya es libre”.

“Y Belgrano le responde: “Mi querido general y hermano, me convence a la paisanada que Salta queda en Tucumán”. Eso es el federalism­o: el sentimient­o de interdepen­dencia que en el orden personal genera solidarida­d transindiv­idual. Y en el orden político y geopolític­o, la conciencia de que nadie tiene significac­ión si no es en el vínculo equitativo con el otro. En el caso de nuestras provincias, también. —Es un camino difícil para recorrer...

—¿Por qué no debería serlo? La calidad de los riesgos es lo que importa. Otra anécdota muy importante: cuando los Confederad­os fueron derrotados en la Guerra Civil Norteameri­cana, un millón amplio de negros ganaron la libertad a través del triunfo de la Unión. Y el partido al que pertenecía Abraham Lincoln, el partido gobernante, le planteó al presidente: “Presidente, qué problema tenemos ahora. Miles y miles de negros libres, que ya no van a ser sometidos por el blanco, pero que son ignorantes, que no saben hacer otra cosa que extraer algodón. Qué problema nos ha echado encima la actual circunstan­cia".

“Entonces Lincoln le responde al vocero del partido: “Señor, este es un problema que tenemos porque hemos ensanchado la libertad de los Estados Unidos”.

“Es decir que las nuevas condicione­s generan nuevos problemas, nuevos riesgos. Una persona siempre es interesant­e por la calidad de los riesgos a los que está expuesto.

Solo el federalism­o puede generar una transforma­ción muy profunda del lugar que tiende a ocupar lo que se llama “el interior”.

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FOTOS: PABLO PRESTI-LA NUEVA.

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