La Oktoberfest es la fiesta más importante de Múnich.
LA OKTOBERFEST, UNO DE LOS EVENTOS MÁS IMPORTANTES DE MÚNICH, EXCEDIÓ LOS LÍMITES DE ALEMANIA. AQUÍ, LA FAMOSA FIESTA DE LA CERVEZA TIENE LUGAR EN LA CORDOBESA VILLA GENERAL BELGRANO. A VIVIR LA EXPERIENCIA.
Pero la celebración se expandió por todo el mundo. En nuestro país, la cita es en la cordobesa Villa General Belgrano. Allí, la fiesta se vive a pura alegría... y cerveza.
El famoso carillón de Marienplatz, la plaza central de Múnich, nos anuncia que son las once de la mañana. A unos dos kilómetros de allí, ya hace una hora que comenzaron a chocarse los porrones. Puede parecer temprano para hacerse amigo de una bebida espirituosa, pero en los días en que la Oktoberfest se apodera de la ciudad, no hay relojes que valgan. Si bien hay postores para todas las canillas, una voz bastante generalizada nos asegura que la mejor cerveza de la fiesta (“¡ Y del mundo!”, exclaman) es la Augustiner, una marca que se consigue solo en Alemania (aunque hubo una excepción: la exportaron al Vaticano por tratarse de la preferida del ex pontífice Benedicto XVI). Con esa información privilegiada –y ya caída la tarde– partimos hacia la Oktoberfest, donde abundan las meseras enfundadas en sus típicos vestidos de Baviera. Ubicados ya en una de las mesas de los patios cerveceros, aparece una de ellas con una enorme jarra de un litro; un
Maß, como lo llaman por estos pagos. Se trata de la medida más pequeña, y los consumidores locales, por supuesto, no la comparten. En la media hora que nos lleva hacerle ente, los alemanes de la mesa de al lado se toman unos tres cada uno. Postales inequívocas de la festividad más popular y alegre del país germano. Prejuicios aparte No sabemos qué esperan encontrar allí los entre seis y siete millones de visitantes que se acercan cada año desde todos los rincones del mundo, pero sí nos hacemos cargo de que teníamos la idea preconcebida de que todo serían chinchines y multitudes “desinhibidas” por efecto de las burbujas. No. El Oktoberfest es una auténtica celebración para toda la familia y, aunque parezca mentira, en gran parte del predio está prohibido consumir… alcohol. El punto de reunión es un parque lla- mado Theresienwiese, a unas pocas paradas de subte del centro de la ciudad. El ingreso es gratuito y lo primero que se avizora al llegar es un gran parque de diversiones, con entretenimientos que van desde tiendas tipo kermés hasta montañas rusas y otros juegos para desafiar al vértigo. Junto a ellos, se entrelazan distintas tiendas de 3 comida, en donde las estrellas son las salchichas alemanas, el pollo asado y los panes bretzel. También hay lugar para lo dulce, con pinchos de diferentes utas bañadas en chocolate y los clásicos gingerbread hearts. Pero, por supuesto, las verdaderas protagonistas son las cervecerías. Son imponentes, con sus marquesinas en lo alto donde se lee Hofbräuhaus, Augustiner-Bräu o Paulaner-Bräu, por nombrar solo las más clásicas. Allí dentro es donde transcurren las imágenes que dan la vuelta al planeta: las mesas repletas, el clima de fiesta, los shows en vivo y los grupos de amigos abrazados cantando a viva voz. Pero estas cervecerías enormes y bulliciosas no son la única opción para disutar de la bebida nacional. También
hay un puñado de biergärten (típicos jardines al aire libre) y hasta bares más pequeños en los que suena música de antaño y las parejas mayores recuerdan los ritmos de sus bailes de salón. Hablando de cuestiones generacionales, otro mito para derribar es que este encuentro icónico convoca, exclusivamente, a jóvenes o adultos que no superan la cuarta década. En Múnich, el Oktoberfest es una cuestión de Estado: durante los quince días en los que se lleva a cabo, es común toparse por las calles con familias completas luciendo sus trajes para la ocasión, con abuelos y nietos enfundados en bermudas de gamuza y tiradores. A su lado, las mujeres se pasean orgullosas con sus dirndl, hermosos vestidos famosísimos por los escotes con los que las muniquesas más jóvenes cortan el aliento. Como extranjero, uno se siente sapo de otro pozo con su indumentaria de “civil”. Es evidente que el clima de fiesta y la tradición son ítems sagrados en el otoño alemán.
Con acento cordobés
Como marca la historia, la Oktoberfest da su puntapié inicial con el espichador abriendo un barril de cerveza al grito de “Zapft is!” ( o sea, “¡ Ya está
abierto!”). La buena nueva es que si uno quiere estar debajo de ese gran chorro espirituoso, peleando por unas gotas, no hace falta viajar hasta el sur de Alemania. En la Argentina, más precisamente en el corazón del Valle de Calamuchita, tenemos nuestro propio espiche. Así fue bautizado el imperdible momento en el que se abre el primer barril de la Fiesta Nacional de la Cerveza, en la cordobesa Villa General Belgrano (para quienes quieran tomar nota: este año, la festividad se extenderá del 6 al 16 de octubre). Celebrada desde 1964 en esta ciudad de tradición centroeuropea, fue declarada Fiesta Nacional en 197⒉ Desde entonces, da la bienvenida a turistas provenientes de todas las latitudes, ávidos de disutar cervezas artesanales, desfiles de prendas típicas, shows en vivo y la imperdible elección de la Reina Nacional de la Cerveza. La gastronomía germana que aquí se degusta merece un párrafo aparte. Los platos pasaron de generación en generación desde el arribo de alemanes a este rincón cordobés, conservando sus
sabores más auténticos. No hay que dejar de probar el eisbein (rodillas de cerdo con repollo condimentado) y el
kassler (carré de cerdo ahumado, con papas, repollo rojo y puré de manzanas). El dulce por excelencia es el ap
felstrudel, un exquisito strudel de manzanas y utas secas, en el que diversas especias dan un toque distintivo. Como en Múnich, en Villa General Belgrano el clima de jolgorio no se limita al predio de la celebración. Y un gran ejemplo es el bierwagen, un coche cervecero que pasea por la ciudad oeciendo la bebida insignia a propios y extraños. Último consejo para los bebedores experimentados: no faltar al concurso de tomadores de chop en metro, en donde gana aquel corajudo que bebe más rápido 600 mililitros de cerveza en una tulipa de un metro. ¿Quién se anima?
La vuelta al globo
Nuestro país no fue el único en replicar esta fiesta nacida en Alemania. En la actualidad, entre fines de septiembre y principios de octubre, se registra un sinfín de ciudades que levantan sus porrones al unísono. Algunas, porque atesoran a descendientes de alemanes que migraron desde su país durante las dos grandes guerras; otras, sencillamente, porque se contagiaron de la alegría que transmite Múnich en esta época del calendario. Viajemos imaginariamente a Dublín. En la capital irlandesa, durante quince días pueden olerse los aromas de los bratwurst (los hot dogs alemanes) y las
kartoffelsalat (una deliciosa ensalada de papas, cebolla de verdeo y pepinos agridulces), acompañados por enormes vasos de cerveza. Los reparten meseras con aires centroeuropeos entre largas mesas de madera inspiradas en los biergärten teutones. El lugar elegido para la Oktoberfest británica es el Spencer Dock, un muelle perpendicular al río Liffey, especialmente diseñado para eventos. En España no se quedan atrás con el tributo a la cerveza ni en Madrid, ni en Barcelona. En la ciudad catalana lo organizan en la Plaza Universo, justo al lado de la Plaza España y muy cerquita de la gran Fuente Mágica de Montjuic. Durante los días que se prolonga la festividad, y desde las cinco de la tarde en adelante, se monta una gran carpa con mesas y barras en donde se reúnen amigos y familias enteras. Es tan grande la concurrencia que aconsejan reservar lugar desde la Web. Por su parte, la sede en la capital española es el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid (o WiZink Center). Hasta ahora se registran solo tres ediciones, pero el éxito fue absoluto en todas ellas. Para este año, los organizadores están entusiasmados y anticipan una concurrencia de más de 2⒌000 asistentes. Volviendo a América, una de las más grandes y pintorescas Oktoberfest se celebra desde 1984 en la brasileña Blumenau, ciudad fundada por alemanes. Como muchas familias de ese rincón brasileño son una perfecta cruza de sangre negra y sangre germana, la particularidad es que allí a las tradiciones centroeuropeas se suman la samba y la alegría de un pueblo al que no le hace falta la cerveza para bailar hasta el amanecer.