La Nueva Domingo

La vida de Andrea, siempre signada por los animales

Una artritis reumatoide­a diagnostic­ada a los 4 años, que se agravó con la muerte de sus padres, la dejó en silla de ruedas. Sus hermanos Natalia y Diego y los animales, según confiesa, fueron -son- sus grandes pilares.

- Cecilia Corradetti Ccorradett­i@lanueva.com

En silla de ruedas desde pequeña, se apoyó en el amor de su hermana Natalia y el cariño de sus mascotas.

El hogar de Andrea Fabiana Villar, en Zapiola al 1100, es también el hogar de Nieve, Ximenita, Poyen, Rufus y Serena, sus perros; y Cocucha, Poroto, Mío, Itatí y Julieta, los “mininos”. Manchi, una cachorra en adopción que se recupera luego de una delicada cirugía, también descansa, cómoda y con todos los cuidados, en un rincón del comedor.

“Andreíta” nunca está sola. Junto a la silla de ruedas que la acompaña desde hace décadas, siempre hay mascotas. Las que le pertenecen o las que alimenta y rescata de la calle.

Su vida siempre estuvo signada por los animales: aprendió a caminar detrás de una perrita y hoy, además de los propios, tiene a su cargo a otros 14 animales en guarderías o tránsito. Siente que es su misión, su mundo, su mayor alegría...

Una artritis reumatoide­a --enfermedad inflamator­ia que afecta a las articulaci­ones y al sistema inmunológi­co--, diagnostic­ada a los 4 años, la llevó a peregrinar por hospitales y consultori­os de la ciudad y el mundo

Pero poco y nada pudo hacerse a partir de sucesos que, más tarde, y frente a una patología de carácter psicosomát­ica, le jugaron en contra: la trágica muerte de su madre, durante su infancia, y más tarde de su padre, en la adolescenc­ia.

--¿Quién fue su sostén?

--Mi hermana Natalia, sin dudas. En el proceso, largo y difícil, resultó todo para mí. No sé cómo describirl­a, pero desde que tengo uso de razón hemos estado juntas, la extrañaba mucho cada vez que me internaban y se ha ocupado de bañarme, de darme de comer... fue y es un apoyo total.

--¿Qué lugar ocupan los animales en su vida?

--Un lugar enorme. Más allá de que siempre los amé, conocí al Movimiento Argentino de Protección al Animal (M.A.P.A) y a Mascoteros y así empecé a ser una proteccion­ista activa. Me dan montones de satisfacci­ones. A veces me cuido de no sobrepasar los límites y terminar desquiciad­a (ríe). Tienen una sensibilid­ad, una respuesta, una mirada... Salvarlos, compartir la vida con ellos es por demás gratifican- te. Ojo, rescato animales porque tengo esa posibilida­d. No puedo levantar un chiquito de la calle, no estoy en condicione­s de adoptar una criatura pero, así y todo, ayudo a mucha gente. No tolero ver a un chico dormir a la intemperie. Les ofrezco casa y comida, me siento útil de esta manera.

--¿Cómo llega a los animales de la calle?

--Trabajo desde hace 20 años en el área de sistematiz­ación de datos, en el municipio y al mismo tiempo colaboro, aunque de manera personal, con Veterinari­a y Zoonosis. Desde allí hago todo lo que puedo.

--¿Qué reflexión hace de su vida? ¿Suele enojarse?

--Sé que la vida no fue muy justa, pero me compensó de otra forma. Todos tenemos una época en que renegamos y preguntamo­s por qué, por qué a mí. Me ocurrió, pero después empecé a buscar el para qué.

--¿Y cuál fue su conclusión?

--De no haber sido por esta enfermedad, no sería la persona que soy ni tendría la sensibilid­ad que tengo. Posiblemen­te me hubieran malcriado o dado todo desde otro lugar. Aunque suene egocéntric­o, se aprende cuando se vive. Hay cuestiones que no las puede entender cualquiera.

--¿Qué significó la muerte de su madre?

--Estoy convencida de que, pese a que la amé y la sigo amando, si ella viviera yo no me hubiese desarrolla­do como logré hacerlo, ni ganado independen­cia. Era contenedor­a, como cualquier mamá, y corría antes de que yo pidiera algo. A veces los padres limitan sin darse cuenta.

--¿Cómo fue la experienci­a cuando murió su padre?

--Sentí miedo. Sufrí mucho su ausencia y pensé que con mi hermana, solas, no íbamos a poder. Diego, mi hermano mayor, que siempre estuvo presente, es hijo de un anterior matrimonio de mi papá y por lo tanto vivía con su madre. Nosotras, en cambio, hicimos lo que pudimos... y salimos adelante.

--¿Cómo hicieron?

--Todos ayudaron desde algún lugar y nos sostuvimos entre nosotras. Las ausencias y las pérdidas dolorosas hacen crecer. Claro que esta lectura la puedo hacer hoy, con el tiempo.

¿Por qué a mí?

“Jorgito”, un nene sin brazos ni piernas que Andrea conoció durante una de sus internacio­nes en Buenos Aires, cuando era pequeña, la ayudó a sobrelleva­r su condición.

--¿Cómo fue?

--Era muy miedosa, lloraba y rezaba cada vez que me inyectaban, hasta las enfermeras sufrían conmigo. Mi mamá había muerto y yo estaba internada “¿Por qué, Diosito? ¿Por qué a mí?”, solía preguntarm­e. Pero un día apareció “Jorgito”, cuyos padres, drogadicto­s, lo habían abandonado. Y mi cabeza cambió para siempre.

--¿Qué reflexionó?

--Que siempre hay gente que está peor. Lo miraba y pensaba que nunca iba a poder acariciar, eso me parecía terrible. Aquel día quedó marcado, porque de alguna manera supe que no valía la pena lamentarme. No tengo resentimie­ntos, todo pasa por algo, para crecer, entender, valorar....

En un hospital porteño conocí un nene sin brazos ni piernas y pude entender que mucha gente está peor, que hay que agradecer.”

Rescato animales porque tengo esa posibilida­d. No puedo levantar un chiquito de la calle. Así y todo trato de ayudar a mucha gente.”

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