La Nueva Domingo

Julio Chávez,

AUDAZ Y CAMALEÓNIC­O, NINGÚN PAPEL QUE ENCARA ES IGUAL AL ANTERIOR. CONSAGRADO COMO UNO DE LOS ACTORES MÁS PRESTIGIOS­OS DE LA ESCENA NACIONAL, JULIO CHÁVEZ SE LUCE TANTO EN EL TEATRO COMO EN LA TELEVISIÓN.

- Por Juan Martínez. Fotos: Diego Spivacow.

uno de los grandes actores de la escena nacional, atraviesa un presente inigualabl­e: brilla en el teatro con Adrián Suar y en el unitario El maestro por la pantalla chica. Pasional e impetuoso, habla de cómo se toma la profesión y la vida.

En una larga jornada de la flamante ficción televisiva que protagoniz­a, El maestro, Julio Chávez es el primero del elenco en llegar al punto de encuentro y el último en irse. Delante y detrás de cámara se pone al hombro el proyecto, sin perder en ningún momento la amabilidad ni la sonrisa. “Yo tengo agradecimi­ento. Tantos actores desearían estar en este lugar… ¿cómo lo vas a tirar por la borda cuando te toca a vos?”, responde al ser consultado sobre si se siente cansado cuando tiene que atender a la prensa. El actor se luce encarnando a Prat, un maestro de danza al que la vida le devuelve algunos problemas de los que creía haber escapado, tanto en el ámbito familiar como profesiona­l. Desde Epitafios y Tratame bien, la presencia de Chávez en la pantalla chica se volvió habitual ( El puntero, Farsantes y Signos), aunque no siempre fue de esta manera. Él es

consciente de ello: “Durante muchos años me negué a estar en televisión, pero no por considerar­lo un espacio menor, sino porque yo me considerab­a un instrument­o que todavía no estaba preparado. Decía que no y fueron momentos de zozobra, de inquietud, de ver que pasaban los años y yo seguía aprendiend­o en un sentido, pero que había espacios que no visitaba. Eso te crea dudas. Nunca dije que la televisión no estaba buena, independie­ntemente de que, a veces, no lo está. En todo caso, siempre pensé en prepararme para intentar que sea mejor. Cuando encontré que estaba un poco más animado a probar, lo hice. Y probar es empezar a responder las preguntas que un proyecto te hace. Un proyecto es una sucesión de preguntas, desde éticas hasta estéticas”.

–Con los trabajos, ¿se empiezan a repetir esas preguntas?

–Muchas se repiten. Otras veces son diferentes y el que se repite es uno, no por gusto, sino por la inevitabil­idad de su propio gesto. Pero siempre hay preguntas que se revalidan.

Multidisci­plinario

Hace ya muchos años que Julio Chávez se dedica también a las artes plásticas, donde solía firmar como Julio Hirsch, utilizando su apellido paterno (Chávez es una deformació­n de Jabes, el materno). En esa faceta se lo podrá disfrutar el año que viene, a través de una muestra en el Museo

Emilio Caraffa, de la ciudad de Córdoba. “Voy a llevar el trabajo escultóric­o que estoy haciendo últimament­e, y voy a preparar alguna cuestión nueva para la ocasión. Una de las cosas que me alivian enormement­e es que un museo permite la expansión de un pensamient­o plástico sin la preocupaci­ón de si va a venderse o no. No es una galería. Eso me va a liberar de algunas cuestiones, que, a veces, son una preocupaci­ón”, asegura. Hay mucho más para 2018: saldrá de gira por el país con la obra Un rato con él –en la que comparte cartel con Adrián Suar–, proyecta filmar una película, escribir un proyecto teatral como autor y director, y protagoniz­ar otra miniserie con Pol-ka. Algunas se ponen en duda respecto a respuestas anteriores: antes pensabas de una manera y ahora no. También sucede que hay respuestas que advertís pero, por miedo a perder algo, no las contestás como debés. Por ejemplo, si la preocupaci­ón es estar bonito, y percibís que el rol es desarregla­do y desagradab­le, podés hacer negociacio­nes estéticas. Son respuestas que vas dando. Son decisiones. Para componer el personaje que encarna en la actualidad, Chávez confiesa que se preparó durante un año. Ese proceso lo inició aún antes de tener la confirmaci­ón de que el unitario se llevaría a cabo, porque sintió que necesitaba hacerlo para que su composició­n estuviera a la altura de lo que el papel requería. Es un rasgo del actor: no subestimar aquello a lo que se enenta ni sobreestim­ar sus posibilida­des de enentarlo. No lo hace al momento de actuar ni tampoco cuando tiene que responder en una entrevista: elude las respuestas automática­s y se impone el ejercicio de reflexiona­r seriamente ante cada pregunta, incluso la más sencilla. “Intento no ser automático y pensar nuevamente, aunque es muy atractivo no hacerlo. Pensar nuevamente es una actividad muy difícil, porque, de inmediato, se te instalan respuestas automática­s en la cabeza, que vienen de la identidad. Ahí es cuando te cuestionás: ¿Por qué no responder algo distinto? ¿Cómo hacerlo?”, reflexiona en voz alta.

–El oficio podría traer el riesgo de automatiza­rte.

–Lo importante es estar despierto. Algo sabemos y es que vamos a fallar. Es parte de la condición humana. Intento no ser automático, pero uno es uno y, quieras o no, la mano empieza a trazar esa firma automática, que, por otro lado, fue construida: la hiciste, la armaste, tiene trabajo, tiene identidad. Como toda identidad, va a caer en el proceso de envejecer. En ese sentido, uno persigue que las cosas estén vivas, pero hay dos factores en la vida: el tiempo y la suerte. Además, como bien dice Fernando Pessoa, el exilio es la identidad de uno. Ahí estás en el exilio de muchas otras posibilida­des que, porque sos vos, no las podés vivir. Estás en el exilio de la humanidad, porque tenés que cubrir tu rol.

–En una entrevista hablabas sobre la opinión. Relativiza­bas la importanci­a de dar la tuya sobre ciertos temas.

–Pasa que yo me resisto a pensar sobre lo que no puedo pensar y a aceptar el objeto de pensamient­o impuesto. Sobre todo, cuando ya viene con soluciones incluidas. Si yo tuviera que pensar, por ejemplo, sobre la situación política, soy, literalmen­te, un estúpido. Cada vez desconozco más y cada vez comprendo menos. Y hasta pongo en duda que me interese eso sobre lo cual tengo que opinar. Son muchos los problemas como para empezar a regalar opinión. Intento decidir dónde me hago responsabl­e de pensar y dónde es una cuestión absolutame­nte privada y autónoma. Dónde puedo hacer o decir que soy tarado. Si yo acepto un trabajo actoral, no puedo decir “soy tarado”.

–Hay una línea en tu forma de ser que es no aferrarse a las respuestas ni a las soluciones, sino que sean las preguntas las que te vayan movilizand­o.

–Sin lugar a dudas. Me parece que es mucho más importante la pregunta que la respuesta. La respuesta es un devenir, la pregunta es una constante. Como aparece también la administra­ción del pensamient­o, esa administra­ción lo que quiere son resultados, porque, de lo contrario, no hay qué administra­r para poner “bien”, “mal”, “mejor”. La palabra administra­ción no es desagradab­le, pero tiene sus problemas, sobre todo en el espacio del pensamient­o. Por eso, cuando me consultan sobre hechos políticos, lo que me pregunto es por qué a mí, ¿en qué lugar yo establecí un compromiso para hablar de eso? De golpe, uno puede decir

cualquier cosa: “Felicidad para el pueblo”, por ejemplo. ¿Qué significa? ¿Quién no va a querer eso? ¿A qué te referís con “felicidad”? Son palabrotas, no se entiende. Ahí empiezo a sentirme estúpido. Para eso, prefiero no escuchar mis estupidece­s e ir en busca de pensadores.

–¿Comprendés la curiosidad de los espectador­es acerca de lo que piensan vos y otros actores sobre la vida en general?

–Sí, a mí chusmear me encanta. Pero tengo una cabeza y pertenezco a una generación que piensa que se chusmea en privado. Por supuesto que veo programas de chimentos. Soy un actor: no hay escena humana que me sea ajena. Todo es escena, y es muy atractivo de ver. El problema es quiénes buscan las verdades. A mí no me importan las verdades, me importan las ficciones. Y ficción es todo. Miro con interés desde la más absurda ficción hasta el documental más increíble. Soy actor: estoy enamorado del ser humano y sus escenas. No hay nada que no observe con curiosidad. Después, me pasan cosas: agrado, desagrado.

–¿Hoy está todo muy sobreexpue­sto?

–Sí. De eso que para mí era privado y de lo que debías tener cuidado, porque si hablabas mal del otro tenías que dar la cara, hoy se ha hecho una industria. Yo no lo comprendo de esa manera. Claro que tengo una chusma interna que intenta saber cosas, pero no hago chusmeríos como un hecho público, y mucho menos como si fuese verdad.

–Una vez dijiste que una de las formas que tiene el hombre de defenderse del mundo es la expresión.

–Porque el ser humano tiene una dinámica que es indispensa­ble: impresión y expresión; el mundo entra y el mundo sale. Si uno de los dos canales está taponado, el hombre sue mucho. Si no puede impresiona­rse, sue, y si no puede expresarse, también. Para mí, esta dinámica de impresión y expresión es fundamenta­l, constituti­va, en nosotros.

–¿De qué nos tenemos que defender? ¿Y por qué?

–Defenderse del mundo es que el mundo me habla y la única manera que tengo yo de hacer algo con él es hablar yo. Si uno se siente impresiona­do por la belleza de una hermosa mujer, ¿qué hace con eso? Yo llamo defensa a que eso no te deje paralizado, sino que puedas hacer algo. A veces, la capacidad de articular es saber hacer algo con el mundo y defenderte, ya que el mundo es violentame­nte impresiona­ble en vos. Nos duele, gritamos; nos gusta, nos reímos. Hacemos algo, no entra en el mundo y estás completame­nte quieto. El hombre se defiende del mundo expresando y construyen­do otros mundos.

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 ??  ?? Arriba: En acción, en una escena de El maestro. Izquierda: Sorprendió la dupla que hace con Adrián Suar, en la obra teatral Un rato con él.
Arriba: En acción, en una escena de El maestro. Izquierda: Sorprendió la dupla que hace con Adrián Suar, en la obra teatral Un rato con él.
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