La Nueva Domingo

Los “para siempre “

- por Noemí Carrizo*

Uno pensó que no existen, que todo tiene su punto final, su agonía y su muerte; se acostumbró a ese devenir del destino que, en medio de un abrazo, nos hace presentir el final, aun pisando el paraíso. Lloré sin motivo (¿o sí?) en momentos en que la vida adquiría su valor total, ante el asombro del otro. Vi el final con una claridad meridiana. Pero hay un afecto que no tiene fin y es el que se siente por los hijos. Por eso, las madres no somos testigos valiosos en ninguna causa judicial. No es lo mismo a la inversa: comprender­lo es, tal vez, el mayor crecimient­o humano que nos depara la armonía universal. Con nuestros descendien­tes nos peleamos, discutimos, nos alejamos, disentimos, nos ofendemos, reclamamos... y se quejan, nos agreden, se vuelven enemigos, no pueden aceptarnos en nuestra realidad, que no es la fiesta eterna que les prometimos, sino ciertos raptos de desesperac­ión. Ellos, los hijos, se van a vivir a tierras lejanas, aunque estén a diez cuadras, y nos empeñamos en explicarle­s que no los extrañamos, que todo está espléndido, ¡qué maravilla los amigos! y “cada día me siento más contenta”. Un estudio publicado en Proceeding­s of the

National Academy of Sciences confirma que la mayor herencia que puede obtener una persona es el “amor de madre”. Sostiene que los niños que reciben más cariño durante su etapa escolar potencian una región del cerebro llamada “hipocampo” y presentan menos síntomas de depresión. Realizan esta declaració­n incluso admitiendo que la protección exagerada puede mortificar al futuro adulto. Sabemos que una madre puede ocupar el lugar de todos, pero ninguno el de ella. 10 ¿Y los amores de pareja? ¿Perduran? La gente permanece junta por hábito, comodidad, convenienc­ia o algo de cobardía. Conocí pocos casos en que el enamoramie­nto permaneció intacto hasta el final. Según los expertos, no existen más que tres amores sin fisuras por siglo en cada comunidad. A Richard Burton, ya casado con otra mujer, lo sorprendió la muerte mientras describía, con verdadera lírica en una autobiogra­fía, la belleza incomparab­le de su exmujer, Liz Taylor. Se le cayó la pluma con el último suspiro. Desde el rey Salomón, que quedó alucinado ante la belleza e inteligenc­ia de la f utura reina de Saba, hasta Ana Bolena, por quien el rey Enrique VIII abjuró del catolicism­o para renunciar a su anterior mujer y su hija, la historia nos da ejemplos. Los “para siempre” son contados y sobran los dedos de una mano. Katharine Hepburn amó veinticinc­o años a Spencer Tracy, casado y católico, aunque nunca vivieron juntos. Lo asistió siempre, tolerando incluso sus borrachera­s. Cuando él estaba a punto de morir, llamó a su esposa, Louise Treadwell, para que estuviera presente, y se retiró con discreción. Desde mi experienci­a personal considero que tengo mis “siempre” en los padres de mis hijos, aunque no conviva con ellos. Me quedan los recuerdos, las carcajadas y alguna noche romántica bajo las estrellas o simplement­e jugando al truco. Me quedan los descendien­tes, repitiéndo­los en algún gesto. Pero estoy convencida de que existen los que se aman como la primera vez hasta el final. Los unen la admiración, los mutuos padecimien­tos y los logros tomados de la mano ¡y hasta temblando! Además, donde existe un gran amor suelen ocurrir milagros. Porque uno ama incluso cuando cree que odia. A fuerza de ser sincera me adhiero a una frase: “Yo no quiero un ‘ para siempre’ de unos meses. Yo quiero un ‘ poco a poco’ que nunca acabe”.

“Existen los que se aman como la primera vez hasta el final. , Los unen la admiracion, los mutuos padecimien­tos y los logros tomados de la mano , ! y hasta temblando! Ademas, donde existe un gran amor “suelen ocurrir milagros .

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