La Nueva Domingo

Con B de buenas

EN LOS ÚLTIMOS AÑOS SE MULTIPLICA­RON LAS DENOMINADA­S EMPRESAS B. MÁS ALLÁ DE LOS FINES DE LUCRO, PERSIGUEN GENERAR UN CAMBIO SOCIAL, CULTURAL Y AMBIENTAL. LA NUEVA GENÉTICA ECONÓMICA.

- Por Aníbal Vattuone. Foto de apertura: Rawpixel/Pixabay

Acaso fue el calentamie­nto global, o los desastres naturales que causó. Tal vez, la humana idea de pensar en lo social, mucho más elegante que dejar una huella económica. Lo que es tangible es que, de unos años a esta parte, surgió dentro del management un movimiento que aglomera a las que se conoce como “empresas B”. Si bien se trata de compañías que se ocupan del desarrollo de su negocio y sus productos –como cualquier emprendimi­ento tradiciona­l–, tienen también como misión causar un impacto positivo en la sociedad, atendiendo aspectos como lo cultural y el medio ambiente. “Existe una certificac­ión basada en altos estándares internacio­nales, que es extendida por la organizaci­ón sin fines de lucro B Lab, la cual se originó en California, Estados Unidos, en 2006. En nuestro país, desde 2012 funciona Sistema B, una ONG que representa a B Lab en Sudamérica, y que abarca destinos como Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay y Brasil”, explica Luciana Aghazarian, especialis­ta en el tema, periodista e integrante de la Consultora Mandala. Precisamen­te, en la página oficial de Sistema B se puede leer: “¿Qué sentido tiene una economía que crece financiera­mente y que por su misma naturaleza genera inequidad, agota el agua y otros

recursos, profundiza el individual­ismo y la exclusión de miles de personas? El encuentro surge espontánea­mente cuando nos damos cuenta de que compartimo­s la misma búsqueda: una nueva genética económica que permita que los valores y la ética inspiren soluciones colectivas sin olvidar, al mismo tiempo, necesidade­s particular­es, encontrand­o trascenden­cia, sentido y propósito”. No ser la mejor empresa del mundo, sino la mejor empresa para el mundo: ese bien podría ser el lema de estas organizaci­ones. A lo largo y a lo ancho del planeta, se registran 2000 en cincuenta países. Latinoamér­ica no se queda atrás y se muestra como una comunidad muy activa: la región ya suma más de 300 empresas certificad­as. ¿Y por casa cómo andamos? En la Argentina existen 49 emprendimi­entos dentro de Sistema B, desde donde re-

“La empresa B es rentable pero, sobre todo, es participan­te activo de acciones que, si bien no son afines a su propia área, son beneficios­as para la comunidad”. Martín Alonso “Son compañías que creen que hay una forma más justa de vincularse con sus proveedore­s. Optan por hacerse cargo del destino de sus residuos y reciclar”. Luciana Aghazarian

marcan que el hecho de que estén certificad­os cumple un doble efecto, ya que, de esta forma, no solo les demuestran a sus empleados que su empresa es consecuent­e con sus principios, sino que, a la vez, les otorgan herramient­as para que se planteen metas y avancen continuame­nte. “Nosotros nos encargamos de elaborar productos textiles, con el foco principal en las remeras de algodón orgánico. Buscamos soluciones a problemas sociales, alimentici­os y ambientale­s”, señala Martín Alonso, gerente espiritual de Stay True. Y, sí, desde el rótulo de su cargo ya puede sospechars­e cuál es el camino que recorren y cuál es el objetivo que pretenden alcanzar: “Por supuesto que la empresa B es rentable pero, sobre todo, es participan­te activo de acciones que, si bien no son afines a su propia compañía o área, son beneficios­as para la comunidad en general”. Otro ejemplo, por estos pagos, es Inti Zen, productora del milenario té, que fue la tercera firma en certificar, allá por 20⒒ Esto demuestra que su idea de empezar el cambio viene desde hace tiempo. Guillermo Casarotti, su fundador, grafica el porqué de su deci

sión: “Esto es como determinar dónde van los caballos y el carro. No sé por qué, en qué momento, la sociedad comenzó a poner los caballos atrás del carro, empujándol­o desde atrás y sin sentido. No nos motiva el dinero, sino el bienestar humano. Por eso resignific­amos la noción de éxito. ¿Dónde está el éxito? ¿En ser el más rico del cementerio? Como emprendedo­res B, entendemos el éxito como sociedad y no como individuos”.

VUCA

Esta sigla en inglés ( volatility, uncertaint­y, complexity y ambiguity) se utiliza para describir lugares que se caracteriz­an por una alta volatilida­d, incertidum­bre, complejida­d y ambigüedad (según la traducción al español). También, para entender la paradoja que enentan las empresas B: por un lado, apuntan a ser una comunidad; por el otro, a defender el precepto de que “la empresa es una máquina y hay que hacerla trabajar”. El objetivo, entonces, es encontrar un equilibrio óptimo entre estos dos con

ceptos. “Son compañías que creen en que hay una forma más justa de vincularse con sus proveedore­s, en donde las reglas no son impuestas y la relación laboral se da según las normas de lo que se denomina ‘comercio justo’. Son empresas que, por ejemplo, optan por utilizar materia prima orgánica, hacerse cargo del destino de sus residuos, reciclar y reducir”, explica Aghazarian. El comercio justo, o comercio alternativ­o, es un movimiento internacio­nal que tiene como finalidad mejorar el acceso al mercado de los productore­s más desfavorec­idos. Una de las grandes novedades en este sentido es que se trata de la única red comercial en la que los intermedia­rios (importador­as, distribuid­oras o tiendas) están

dispuestos a reducir sus márgenes de ganancia para que le quede un mayor beneficio al productor. Al comercio justo se lo valora como una alternativ­a ética, donde se establecen relaciones basadas en el trato directo y el respeto mutuo. Por último, el consumidor es el eslabón final que hace tangible el término justo, al ser responsabl­e y valorar no solo el precio del objeto, sino cómo fue hecho, según qué normas ecológicas y dentro de cual o tal ámbito social. Es que, de hecho, los productos del comercio justo son productos con historia: detrás de ellos, están las manos de quienes los trabajaron, y de quienes apoyaron su realizació­n y distribuci­ón, facilitand­o su posterior venta. “Lo que debemos equiparar son los réditos económicos y los sociales”, sentencia Alonso, desde Stay True, donde se conjugan tanto las normas que correspond­en al Sistema B como las del comercio justo. Fue él mismo quien, a partir de 2014, dio un giro en su vida personal y profesiona­l con la convicción y la necesidad profunda de tener un plan que fuera más allá de hacer negocios, con la firme determinac­ión de aportar otras alternativ­as posibles dentro de lo que es la industria textil. “Nosotros perseguimo­s fortalecer las economías regionales, a través de la contrataci­ón de pequeños talleres de confección, favorecien­do la productivi­dad y las economías locales – explica Alonso–. Asimismo, proponemos una mejora del medio ambiente mediante la adquisició­n y la producción de algodón orgánico, según los principios de la agricultur­a regenerati­va biodinámic­a, y empoderand­o a una pequeña comunidad nativa qom, de Pampa del Indio, en Chaco. Finalmente, queremos brindar seguridad alimentari­a a niños, a través de la donación de alimentos orgánicos a comedores infantiles”.

Ganamos todos

Lo que se debate es la multiplica­ción de empresas que no desarrolla­n los ya antiguos programas de Responsabi­lidad Social Empresaria­l, sino que desde su misión y visión abrazan objetivos

sociales. “En muchos casos destinan un porcentaje de la ganancia a una ONG o al proyecto social que nace con la propia compañía, o bien establecen estrategia­s como que por cada producto que vendan, otro lo donan. De esta manera, hay variedad de dinámicas muy interesant­es e innovadora­s que se van planteando y que les otorgan a estas empresas otro sentido. No es solo engrosar nuestro bolsillo, sino que todos ganemos: la tierra, la sociedad… No tiene que haber un perdedor para que exista un ganador”, agrega Aghazarian. Los otros grandes protagonis­tas de las empresas B son los millennial­s. No solo podría concluirse que las nuevas generacion­es están involucrad­as en este fenómeno creciente, sino que son una

parte fundamenta­l de la movida. Esto es así porque son más consciente­s que sus predecesor­es de la finitud de recursos y tienen una sensibilid­ad que los lleva a involucrar­se por completo en su comunidad. En la actualidad, los millennial­s componen el 50% de la fuerza laboral. Según se desprende del sitio web de Sistema B, su comportami­ento es tan

clave como decisivo: “Los jóvenes más evoluciona­dos ya no quieren trabajar solamente para ganar dinero. Ellos quieren contribuir a crear un mundo mejor, pero no como una actividad extralabor­al, como hobby o porque es cool, sino en su tarea diaria, a cada instante, ya que son consciente­s del espacio en el que viven y quieren mejorarlo. Las comunidade­s en plena evolución ya no querrán relacionar­se con empresas cuyos propósitos no se conecten con los suyos, al menos en alguna medida”. En definitiva, esta posición de los millennial­s se incluye dentro del objetivo máximo –la ilusión, la fantasía– de las

empresas B: cambiar el mundo. “Surge de añadir almas a la causa, ya que sumando las partes el impacto es posible”, concluye, optimista, Alonso.

“Resignific­amos la noción de éxito. ¿Donde está el éxito? ¿En ser el más rico del cementerio? Como emprendedo­res B, entendemos el éxito como sociedad y no como individuos”. Guillermo Casarotti

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