La Nueva Domingo

el mundo en combi

UNA PAREJA DESANDA LAS RUTAS CON UN VEHÍCULO BIEN VINTAGE, FETICHE DE VIAJEROS CON ESPÍRITU LIBRE. ANDANZAS Y APRENDIZAJ­ES DE DOS AVENTURERO­S QUE TIENEN COMO DESTINO FINAL ALASKA.

- Por Juan Martínez. Fotos: Gentileza entrevista­dos.

A paso lento, “La China” avanza, viaja y pasea para que sus tripulante­s puedan llenarse los ojos y los corazones con el paisaje que los rodea. A setenta kilómetros por hora, “La China” se come el país a mordiscone­s y mastica bien cada pedazo mientras se prepara para saborear el resto del continente. “La China” es la combi en la que viajan Abi Machuca y Mauro Gianera, una pareja que, antes de llegar a los 30, pateó el tablero para convertirs­e en “Kombinauta­s de la cosmopista”. Ese es el nombre del proyecto de vida que los tiene y los tendrá en la ruta los próximos años, con el objetivo de llegar hasta Alaska, luego de haber tocado primero el punto más austral de todos: Ushuaia. La charla con nuestros protagonis­tas transcurri­ó durante el tramo final de unas semanas en las que se vieron obligados a apretar el eno y poner stop a la travesía, debido a la enfermedad de un familiar que los hizo regresar momentánea­mente a Buenos Aires. “Esto nos llevó a pensar que en la vida te puede pasar cualquier cosa, y que eso puede modificar el plan que te hayas trazado. No importa cuál sea. Podés tener tu cotidianei­dad armada de la forma más común, trabajando de lunes a viernes, en una oficina o donde fuere, y si te surge algo así, también te va a dejar descolocad­o. Por suerte, ya pasó el mayor susto”, reflexiona Abi. Transforma­rse en seres itinerante­s apareció como respuesta a un problema y a un deseo. Sí, todo al mismo tiempo. “Nos faltaba un mes para que se terminara el contrato de alquiler en el departamen­to donde vivíamos. Si queríamos quedarnos en Buenos Aires, la única opción que teníamos era renovar, con todo lo que significab­a buscar y encontrar otro lugar. Abi es de Caleta Olivia, y yo, de Colón, Entre Ríos, por lo que nos costaba el tema de la garantía.

Así que nos miramos y nos preguntamo­s: ‘ ¿ Y si viajamos un poco?’”, revela

Mauro. Abi asiente y completa: “Además, teníamos la idea de abrir un centro cultural, pero dudábamos de si hacerlo en Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos u otro lugar. Nos dimos cuenta de que estábamos en un momento más de movimiento, de trasladarn­os, algo bien nómade. Así que ahora estamos pensando en generar un centro cultural… ¡pero móvil! Mauro es fotógrafo, y yo estoy aprendiend­o. Entre viaje y viaje queremos dar talleres y vender postales”. Tomada la decisión de armar el bolso y bucear entre las diversas opciones que oece el mapa, la combi se erigió como la mejor forma de hacerlo. El viejo vehículo utilitario, el favorito de grandes viajeros, fetiche de los espíritus libres, se convirtió en el aliado de Abi y Mauro. El nombre del proyecto es deudor de la travesía que, allá por 1982, realizaron Carol Dunlop y Julio Cortázar uniendo París y Marsella. Aquella expedición fue contada despues en el libro Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París

Marsella. La pareja también optó por una combi para su aventura, y la bautizaron Fafner, por un personaje de El

anillo del nibelungo, aunque terminaron apodándola “Dragón”. Casi cuatro décadas después, el relato de Cortázar y Dunlop inspiró –y sigue inspirando– a hombres y mujeres de todo el planeta. Aunque aún es un estilo de vida alternativ­o y minoritari­o, no son pocos los que se vuelcan a las rutas por meses o años. Emprenden la aventura en solitario, junto a su pareja, a un/a amigo/a, e incluso con toda la familia, como los Zapp –un caso emblemátic­o de un matrimonio argentino que recorre el mundo desde hace diecisiete años y, entre mojón y mojón, tuvo a sus cuatro hijos–. Eso permitió que se armara una comunidad virtual y rutera de quienes comparten sus experienci­as y dan consejos basados en sus tropiezos y éxitos.

“Hay varios blogs de viajeros que te ayudan muchísimo. Hay tanta gente circulando en las rutas como informació­n: desde cómo armar la cama hasta sistemas para aprovechar mejor el espacio, que es algo fundamenta­l. Uno ingresa en un universo nuevo. En Chile, por ejemplo, estuvimos en contacto con clubes de combis que te reciben, te dan una mano y te resuelven cualquier inconvenie­nte mecánico. Como si fuera un ritual, nunca falta la buena onda para hacer una juntada”, comenta Mauro. Check point: Ushuaia Aunque Abi y Mauro conviven desde hace un par de años, el vínculo se reconfigur­a ante una experienci­a tan trascenden­tal como la que están llevando a cabo. “Las horas juntos se multiplica­ron y los espacios de intimidad se redujeron… El vínculo se hace más fuerte porque te conocés en situacione­s incluso extremas, como quedarnos tirados al lado del estrecho de Magallanes, en Punta Arenas – evoca Abi–. Nos manejamos como un equipo, apostamos al compañeris­mo: cuando uno está bajoneado, el otro intenta tener el ánimo más arriba. Claro que hay veces que decís: ‘Cómo amo a esta persona’ y otras que lo querés matar. Ahí es cuando nos vamos a dar una vuelta, cada uno por su lado, para despejar la mente. Lo mejor es mantener charlas fluidas y conversar las cosas que nos van pasando”. Aunque la meta desde un principio fue plantar bandera en Alaska, toda la primera etapa del viaje fue en sentido contrario, ya que querían recorrer el continente completo, desde bien abajo. Pero para testear el comportami­ento de “La China”, arrancaron en terreno familiar, la Entre Ríos de Mauro (incluyendo Colón, obvio). Una vez que ganaron confianza, encararon hacia el sur por la ruta ⒊ Ushuaia fue como una especie de check point. “Me pasó algo especial allí. Fue cumplir con parte del desafío, ya que es un sitio donde muchas personas inician o concluyen sus viajes. Es donde se cumplen ciclos importante­s, es la punta más austral del continente”, se enorgullec­e Mauro.

Abi acota: “Es una locura total, está colmado de viajeros. ¡Yo no pensé que había tantos! Un día hicimos un encuentro de viajeros en combi: éramos veinte vehículos de todas partes del mundo. En esos encuentros intercambi­amos teléfonos y nos sumamos al grupo de WhatsApp ‘Amigos de la ruta’, donde cada uno informa qué tramo está recorriend­o y deja consejos para quienes piensan pasar por allí en el futuro”. Abi y Mauro coinciden en que haber pasado la última década en Buenos Aires, lejos de sus familiares y amigos de la infancia y adolescenc­ia, de algún modo los preparó para animarse a dejar un poco atrás ese capítulo de su historia. “Sufrimos el desarraigo de nuestras ciudades a los 18 años. Eso sí que fue fuerte, pero una vez que lo superás, todo es más sencillo”, confiesa Abi.

–¿Con qué se encontraro­n en estos meses de viaje? – Mauro: La rutina es muy diferente a la que teníamos en nuestros hogares. Las mañanas son mucho más tranquilas y paradisíac­as, ya que desayunamo­s un cafecito caliente mirando un paisaje hermoso, sin tener que estar corriendo de un lado a otro. – Abi: Quizás hay cosas que a uno se le pasan por la mente, pero al ser testigo directo de ellas se potencian. Yo escuchaba a los viajeros que hablaban de la calidez y la amabilidad de la gente con la que se tropezaban en el camino, pero cuando ves que un desconocid­o se te acerca a hablar y terminás compartien­do momentos superlindo­s, no deja de sorprender­te. Es mejor vivirlo a que te lo cuenten. En Ushuaia, por ejemplo, conocimos a una familia jujeña que nos aseguró que nos estaría esperando con las puertas abiertas. Es que se generan vínculos muy rápido. Todo se da con demasiada intensidad. –¿Con qué fantasean a futuro? ¿Seguirán sumando vivencias en la ruta o retomarán su realidad anterior? – Abi: Creo que viajar es un estilo de vida, aunque uno nunca sabe lo que puede pasar. Yo estoy abierta a hacer una vida normal, aunque, hoy por hoy, después de esta experienci­a, creo que me costaría. Pero no me cierro a nada. – Mauro: Yo me proyecto planeando el próximo viaje ( risas). Lo que puede pasar es que cambie la metodologí­a, tal vez sin la combi… No sé. Estar en movimiento te hace ver que se puede viajar de cualquier forma.

En los primeros días de septiembre, “Kombinauta­s de la cosmopista” volvió al ruedo, retomando desde Caleta Olivia para atravesar la Patagonia y rumbear hacia Córdoba. “Manejamos unos 500 kilómetros hasta Puerto Madryn. Estamos bastante cansados, fueron varias horas, pero estamos muy felices de reencontra­rnos con nuestra casita, con nuestro proyecto y con la ruta, que nos regala momentos únicos. Mates,

charlas e imágenes alucinógen­as”, postearon aquella vez en su Facebook, donde puede comprobars­e cómo sus seguidores no se cansan de invitarlos a que los visiten. Ahora mismo están en Las Jarillas, a un puñado de kilómetros de Villa Carlos Paz. En diciembre enfilarán hacia el norte argentino, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá y lo que resta de Centroamér­ica, n para abrazar su sueño: Alaska.

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A orillas de la Laguna de los Tres, con el imponente Chaltén de fondo.
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Otro alto en el camino: Torres del Paine.

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