La Nueva Domingo

Despacio, es mejor

- por Noemí Carrizo*

Una de mis abuelas me enseñó a desenredar hilos, lanas, cables, cuerdas, collares; es decir, a disolver confusione­s, asegurándo­me que a Dios le gustaba esa muestra de paciencia, que era lo mismo que rezar. Me estaba enseñando a vivir. ¿ Les cuento? Esta columna que estoy escribiend­o la escribo por segunda vez porque perdí la primera versión apretando una tecla equivocada. Ahora que estar vivo es correr, cumplir horarios, aturdirse con compromiso­s, importante­s o no, a fin de no pensar en quiénes somos, qué deseamos y hacia dónde nos encaminamo­s, esta capacidad de enloquecer un instante no haciendo nada más que resolver un embrollo para empezar de nuevo es una virtud. Estoy acordándom­e de Napoleón cuando le decía a su ayuda de cámara: “Vísteme despacio que estoy apurado”. También, de un empresario inglés que estaba disfrutand­o de su sábado jugando al golf cuando le avisaron que su empresa se había incendiado, aunque sin víctimas. Mientras continuaba con su práctica, su respuesta f ue:

“Gracias. El lunes me ocuparé de eso”. Desde ya, jamás morirá de un infarto. Estábamos seguros de que la tecnología nos traería paz y felicidad, pero las estadístic­as señalan que trabajamos por año 200 horas más que en 1970. En Elogio de la lentitud, Carl Honoré af irma: “La velocidad es una manera de no enfrentars­e a lo que les pasa a tu cuerpo y a tu mente, de evitar las preguntas importante­s… Viajamos constantem­ente por el carril rápido, cargados de emociones, de adrenalina, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo y la tranquilid­ad que necesitamo­s para ref lexionar y preguntarn­os qué es lo realmente importante”. A los católicos les resulta difícil rezar el Rosa6 rio, que dura diez minutos. Son cincuenta Avemarías creadas, precisamen­te, para descansar cuerpo y alma. Pero debo ir a la peluquería, terminar mi libro, asistir a mi amiga enferma, comprar en el supermerca­do, pasar por el club para hacer gimnasia, aprovechar la oferta del día, hablar con mis parientes, limpiar mi biblioteca y llamar al plomero. La acción creativa necesita calma aunque uno necesite expresar un fabuloso sentimient­o. Blaise Pascal asegura que “la razón obra con lentitud y con tantas miras, sobre tantos principios, que a cada momento se adormece o extravía. La pasión obra en un

instante”. Cultivar un jardín requiere saber esperar, al igual que alentar una amistad, conservar una ligazón, intentar conocer a otro, que tampoco puede acelerar sus emociones. Amar será esperar, disfrutar, extrañar, imaginar, comprobar, palpar, presentir, olvidar, absolver, ralentizan­do las exaltacion­es a fin de alcanzar un disf rute bien disfrute. William Shakespear­e nos enseñó esto a través de su poesía: “El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan, pero para quienes aman, el tiempo es eternidad”. Y vayamos a lo cotidiano. El secreto de la buena comida es el tiempo. Las mujeres de mi familia se sentaban al lado de la cocina, expectante­s pero serenas, dando a cada sabor su espacio. No se iban a terminar de ver una serie o una película de Netf lix mientras se cocían los ingredient­es. Y todo en su justo hervor. Como debería ser la vida si aprendiéra­mos, de una vez por todas, que la serenidad es plenitud, y el no apuro, complacenc­ia en cada instante vital. Me desata una sonrisa una frase del español Ramón Gómez de la Serna: “Como daba besos lentos, sus amores duraban más”.

, “Cultivar un jardin requiere saber esperar, al igual que alentar una, amistad, conservar una ligazon, intentar conocer a otro, que tampoco puede acelerar sus emociones

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