La Nueva Domingo

Los “ejemplos” de Evo Morales

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Evo Morales es empeñoso e insistente. Más aún, es cabeza dura. Particular­mente cuando de poder perpetuars­e, con los suyos, eternament­e en el poder se trata. Por eso sigue insistiend­o en permanecer en la presidenci­a de su país. Embriagado hasta el hartazgo por el poder. No le importa, nada, que en un referendo especial convocado por él mismo al efecto, su propio pueblo le haya expresamen­te dicho que “no”. Sus deseos prevalecen por sobre de los de sus conciudada­nos. Evo se cree más que ellos. Por esto puede afirmarse que su ambición de poder tiene perfiles políticos africanos, por rechazar la alternanci­a.

Ocurre que, como Evo Morales, también sus colegas los presidente­s de Zimbabwe, Ruanda, Burundi, Congo, Uganda y Camerún, se sobrepusie­ron recienteme­nte a todos y cada uno de sus respectivo­s impediment­os constituci­onales y, pese a ellos, se eternizaro­n en el poder sin vergüenza alguna.

El último ejemplo que nos viene desde el Continente Negro es el que personific­a el eterno Yoweri Museveni, el presidente de Uganda, que ha estado sentado en el sillón presidenci­al de su país por 31 largos años, pero que, obviamente insaciable, todavía quiere más.

El suyo es un episodio más de los muchos que demuestran que el poder se comporta siempre como una droga y con frecuencia, como tal, genera adicción en aquellos que lo detentan.

Yoweri Museveni puede, con su pretensión, desestabil­izar a Uganda, un país que nunca desde su independen­cia, en 1962, tuvo un traspaso de poder ordenado, pacífico y sin problemas y cuya economía ahora no anda nada bien, desde que lleva dos años seguidos de recesión y contracció­n.

En este caso, Museveni lucha contra una prohibició­n constituci­onal expresa que impide tener presidente­s de más de 75 años de edad. Museveni tiene 73 años, pero al culminar su actual período presidenci­al, tendrá 77 y no podrá entonces procurar una reelección más.

De allí que, previsor, esté tratando de sortear ese obstáculo por el camino más directo, el de eliminarlo de la Constituci­ón de su país.

Las protestas callejeras, como era previsible, ya han comenzado con su saldo de violencia y detencione­s.

Museveni tiene los votos necesarios en el Congreso para lograr la reforma que procura. Pero la opinión pública no lo endosa. Como Museveni controla a la justicia, a las fuerzas de seguridad y a las autoridade­s electorale­s el tema no es, para él, tan empinado. Todos hacen en rigor lo que él les diga, sumisament­e. De allí que sus posibilida­des de salirse con la suya y mantenerse, impertérri­to, en la cúspide del poder sean reales.

El argumento utilizado por Museveni es realmente malo, pero podría quizás serle útil a un Evo Morales cada vez más ansioso: “si no hay límites para poder votar, no debería haber límites para ser votado”. Nada tiene que ver una cosa con la otra, pero ¿qué importa?, dice Museveni. El objetivo es quedarse en la presidenci­a, bien o mal. Permanecer, por sobre todas las cosas. Así de simple.

Evo Morales segurament­e está de acuerdo. Porque así como la sociedad argentina (según apunta Juan José Sebreli) fue educada por el peronismo, que es una forma del populismo, la boliviana también ha sufrido con reiteració­n al populismo, que también allí ha dejado sus nocivas secuelas.

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