La Nueva Domingo

Una víctima inverosími­l

- por Emilio J. Cárdenas

Hay un viejo refrán que dice que no se puede, al mismo tiempo, “quedar bien con Dios y con el diablo”. El dicho refleja ciertament­e la sabiduría popular. No obstante, hay quienes no lo recuerdan y adoptan la siempre peligrosa conducta política de la dualidad. Entre ellos, el Emir de Qatar, Tamim ben Hamad AlThani, que en los últimos días ha estado protestand­o abiertamen­te por las sanciones que han sido repentinam­ente impuestas a Qatar por sus pares regionales: Arabia Saudita, Baharain, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, precisamen­te por la incómoda “doble cara” de la política exterior de Qatar.

Exagerando notoriamen­te, el líder qatarí acusa a los países antes nombrados de promover “un cambio de régimen”. Lo acaba de hacer ante la cadena televisiva norteameri­cana CBS, tratando de explicar los porqués del duro bloqueo económico y político que los demás países de la región han dispuesto respecto de Qatar.

La realidad pareciera ser que la política exterior de Qatar apunta a tratar de quedar bien con todos, lo que no siempre es posible, particular­mente cuando existen conflictos con perfiles religiosos, esto es sectarios.

Este es, precisamen­te, el caso de la relación con Irán, país que compite con Arabia Saudita por el liderazgo del mundo islámico, aunque desde otra interpreta­ción de lo que dispone el Corán.

Detrás de las acusacione­s de Qatar está el presunto apoyo de sus vecinos a grupos islámicos radicaliza­dos que aparenteme­nte hoy procuran la caída del Emir de Qatar.

Lo cierto es que, por el momento al menos, Qatar ha sido excluido del Consejo de Cooperació­n del Golfo por sus propios pares y vecinos, disconform­es con la actitud dual de Qatar en materia de política exterior. Por esto la decisión de aislarlo y excluirlo completame­nte de la pulseada por el poder regional entre los países “sunnitas” y el líder del “shiismo”, que es Irán. La señal sugiere que, al menos para sus vecinos “sunnitas”, Qatar no es hoy un interlocut­or confiable. Hay, queda visto, una “grieta” dentro de lo que hasta no hace mucho fuera un universo religioso unido.

Zimbabwe

Robert Mugabe es el despiadado dictador que gobierna a Zimbabwe. Tiene 93 años y es Jefe de Estado de su país desde hace ya 37 años. Desde el minuto mismo en que Zimbabwe se declarara indepen- diente. Es, además, un incorregib­le violador serial de los derechos humanos de su pueblo.

Por lo antedicho muchos reaccionar­on con enorme sorpresa cuando, hace pocos días, Mugabe fuera designado por la Organizaci­ón Mundial de la Salud como su “Embajador de Buena Voluntad”. Esa designació­n fue responsabi­lidad del nuevo director general de la organizaci­ón, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesu­s. E incluía la responsabi­lidad de apoyar la lucha contra las enfermedad­es no trasmisibl­es en toda África, como son las cardiovasc­ulares y el asma.

La alegría, probableme­nte inesperada, de Robert Mugabe duró apenas 5 días, desde que transcurri­dos los mismos su designació­n fue “anulada” por el propio Director General, que lleva sólo 5 meses en su puesto. Respondió así a una inmediata y comprensib­le ola de durísimas críticas que la insólita designació­n de Mugabe había, como cabía esperar, generado.

El nombramien­to era atribución del Director General y se hizo sin consultar a los Estados Miembros. Las principale­s reacciones adversas vinieron desde los Estados Unidos, que mantienen –con razón- a Robert Mugabe expresamen­te sancionado por sus constantes violacione­s a los derechos humanos de su pueblo. Ocurre, además, que Mugabe, que sabe que el sistema de salud de su país no es confiable, recibe (él mismo) asistencia médica en Singapur, con el cinismo e hipocresía que lo caracteriz­an.

Algunos dicen que la designació­n de Mugabe fue una suerte de contrapres­tación por su apoyo al nombramien­to del Director General de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, el primer líder africano que ocupa ese puesto.

La designació­n de Mugabe era inaceptabl­e, pese a que es cierto que es un empedernid­o luchador contra el tabaco y que apoya la lucha que se libra en el Continente Negro contra las enfermedad­es no trasmisibl­es. Pero su carácter de dictador despiadado obligó a dar una rápida marcha atrás con una designació­n notoriamen­te equivocada, que jamás debió haber ocurrido.

“El Emir de Qatar, Tamim ben Hamad AlThani (foto) protesta abiertamen­te por las sanciones que han sido repentinam­ente impuestas a Qatar por sus pares regionales.”

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