!Aparentar, esa tentacion!
No todos los que nos miran saben exactamente cómo somos. La autenticidad es un ejercicio constante de perfeccionamiento. Además, por una cuestión de delicadeza hacia nosotros y hacia los demás, ocultamos lo sorprendente o incoherente o desagradable en la imagen exhibida. Pertenezco a una generación en la que se cultivaron los buenos modos hasta en privado: ¿Cómo andar descalza, sin peinarse y despatarrada en soledad? “Hay alguien mirándote siempre”, repetían nuestras madres. Aunque fuera nada más ni nada menos que Dios. Pero los tiempos actuales no exigen los gestos de una buena formación y en privado, sino la ostentación sin vueltas del poder en público y a todo trapo. Para los hombres aparece como fundamental poseer un auto de primerísima línea, aunque algunas facturas queden impagas o se deba ajustar hasta la asfixia la economía doméstica. Distingamos la apariencia armoniosa como un premio subjetivo y un respeto al que nos observa. Pero está la otra apariencia: la que describe un mundo íntimo perfecto, sin desencuentros ni controversias ni peleas sin f in, donde el buen amor y el reconocimiento brillan como estrellas artificiales. Y no ocurre solo en las redes sociales, donde sospecho que hay gente que viaja especialmente por las fotos que nos va a mostrar a su regreso. Es probable que los argentinos seamos críticos de ciertos niveles de lo que consideramos carencia, cierta sospecha de inferioridad. Si no sos exitoso, es porque no fuiste inteligente y te moviste mal en la vida. Sin embargo, sabemos de personas que optan por lo mínimo indispensable y se van a vivir al medio del campo, en una casa rural, un destino natural y saludable. Adhiero a Giacomo Leopardi: “Las personas no son ridículas sino cuando quieren parecer o ser lo que no son”. Lacan habla de la necesidad de pasar de la fantasía a lo real. Y usa un ejemplo de Freud: cuando un gato camina por el borde del precipicio, suele caminar en el aire, pero cuando mira hacia abajo, se cae. Baltasar Gracián clamaba por la necesidad de ser antes prudente que astuto, ante lo cual insistía en la imperiosa necesidad de “no ser tenido por
hombre de artificio”. Lacan insiste en que se debe evitar “hacer comedia”, el “hacer como si”, fingir o engañar escondiendo la verdad: hay que hacerse pasar por lo que, en realidad, se es. Los ricos de mentira y los amantes simuladores se notan. Como periodista se aprende algo fundamental: nada engaña al público. Lo advierte todo, y ante la mentira, da vuelta la hoja y abandona al impostor. Incluso en la actuación, la soberbia sobrepasa, por ejemplo, el nivel de disminución de un personaje, porque la arrogancia del que lo encarna se adivina al instante. De acá podría salir otra columna referida a los excelentes actores que f ueron un fracaso por su vanidad. Alfredo Alcón f ue humilde hasta el final y aún no tiene reemplazo. Pero, ¡cuidado!, podemos creernos a ese “otro” que hemos creado como forma de supervivencia ante ciertas calamidades, pero nos acostumbramos tanto a disfrazarnos para los demás que al final nos disfrazamos para nosotros mismos. Y tomo lo ingenuo: Cenicienta se vistió de princesa para conquistar al príncipe, pero no era la única. Sin embargo, el príncipe buscó la horma de su zapato, que solo la tenía una en la totalidad del universo. Metáfora valiosa. Personalmente, me gustan los amigos de ambos sexos capaces de publicar en Facebook su imagen de dolor intenso, como la de la alegría o, incluso, la de la fealdad. Los envidio: no todos alcanzamos ese nivel de sinceridad.
“Los tiempos actuales no exigen los gestos de una buena formacion y en privado, sino la ostentacion sin vueltas del poder en publico .