La Nueva Domingo

“BUSCO NO SENTIRME CÓMODO”

A LOS 27 AÑOS, PETER LANZANI SE ENCUENTRA EN UN PROCESO DE EXPERIMENT­ACIÓN. CON PASOS FIRMES EN SENTIDOS MUY DIVERSOS, SE TRANSFORMÓ EN UNO DE LOS ACTORES MÁS ELOGIADOS DE LA ESCENA LOCAL.

- Por Juan Martínez. Fotos: Cecilia Romano.

Muchas ganas. Esas son la cuarta y la quinta palabra que pronunció Peter Lanzani segundos después de sentarnos a tomar un té. Es una pequeña muestra del estado en el que se encuentra, de avidez por explorar todos los recovecos que le sean posibles en la actuación, el oficio que eligió para su vida. Pudo –y le habría gustado– ser deportista; pudo –y le habría gustado– ser músico. Es –y le gusta mucho más que cualquier otra opción– actor. “Llega un momento en el que tenés que abocarte cien por ciento a lo que pretendés hacer. Si querés que sea lo tuyo, tenés que pasarte horas y horas con eso. Y a mí me fascina la actuación”, sentencia el protagonis­ta de Un gallo para Esculapio, el unitario que recibió excelentes comentario­s tanto del público

como de la crítica especializ­ada. “Hago deporte y sigo en contacto con la música, y quizás en un futuro haga algo relacionad­o con eso. Pero para ser el músico que me habría gustado ser, hay que dedicarle un tiempo que hoy prefiero destinarle a la actuación: tomar clases, juntarme con una profesora, leer un guion, preparar un personaje, mirar películas y analizarla­s. Son elecciones, y uno está hecho de elecciones. Elegís qué y quién querés ser, y no hay vuelta atrás”. Por estos días, Peter se encuentra presentand­o Los últimos, filme rodado en Bolivia, Chile y la Argentina, donde interpreta a un refugiado, en un clima apocalípti­co, con guerras

por el uso de los recursos naturales en la región. “Estaba ansioso porque llegara a la pantalla grande. Es un filme que requirió una preparació­n muy particular, y para mí fue una experienci­a hermosa. El proceso siempre es arduo; por eso, uno quiere que se estrene parar liberar tensiones, para que vaya la gente

y ver qué pasa”, completa quien comparte cartel con Germán Palacios, Natalia Oreiro, Alejandro Awada, Juana Burga y Luis Machín.

–¿Qué implica esa preparació­n particular de la que hablás?

–Por ejemplo, en esta oportunida­d, tuve que bajar considerab­lemente de peso para poder meterme de lleno en el personaje, que está en un futuro en el que la Tierra no brinda más recursos: no hay alimentos, agua, nada. Después, leyendo el guion y charlando con Nicolás Puenzo, que fue el director y guionista, discutimos qué textos decir y cuáles evitar. Así lo fuimos buscando y encontrand­o.

–Te gustó encararlo desde el cuerpo…

–Es que se cuenta desde ahí porque hay que generar el

physique du rôle. Esta es una película tanto física como mental, donde se hace un profundo hincapié en lo que le sucede a cada personaje, sus pensamient­os, la atmósfera en la que viven. Hicimos bastante trabajo de escritorio antes de empezar a filmar y también después seguimos buscándole la vuelta. Decidimos que mi personaje hablara poco, que fuera muy escueto, pero por dentro es un torbellino de palabras y de cosas que le van pasando.

–¿Siempre comenzás a componer desde el cuerpo?

–Depende. Ese moldeado puede arrancar con una dieta, con encontrar la forma de caminar… Después están los textos, que hay que agarrarlos, desarmarlo­s, proponer cosas nuevas. Y quizá quedan esas cosas nuevas y lo otro en una línea de pensamient­o, o viceversa. O solo silencio.

–¿Cuándo te creés lo que estás interpreta­ndo?

–Al final del proceso. En el set ya te lo tenés que creer. Antes, es una movida de prueba y error, de proponer y proponer. Después, hacés lo que tenés que hacer. Hay que jugar con eso, con el estar aquí y ahora, en el presente, en lo que le ocurre a ese individuo que estás interpreta­ndo.

–Cuando te mirás en la pantalla, ¿te gusta lo que hacés?

–Hay cosas que sí y otras que no. Soy bastante crítico: eso es una falencia enorme pero, a la vez, es una ventaja. Las cosas que me gustan está bueno que me gusten, porque eso me da confianza; y con las que no me gustan, quizá me critico demasiado, pero eso me va a ayudar para el próximo rol que me toque aontar. Esta es una carrera en la que uno se va nutriendo de sus errores y de lo que va aprendiend­o en cada experienci­a. Es una profesión que, si te da el físico, podés seguirla hasta los 90 años. Y, a esa altura, vas a ser mucho mejor que a los 27, que es la edad que tengo. Es cuestión de ir viviendo la vida.

–A Carla Peterson su maestro le repetía que recién después de diez años de trayectori­a se sentiría realmente actriz. ¿Coincidís?

–Sí, porque empezás a entender un montón de cosas. Sin ir tan lejos, hace dos o tres años leía un guion y lo componía de una manera. Hoy, ten-

go otras herramient­as para hacerlo. Y dentro de tres años, será otra la forma. Es la universida­d de la vida, ¿no? Es conocerse, saber cómo vamos a reaccionar ante determinad­a situación. Es como con los vinos: mientras más añejos, mejores. O, al menos, eso espero, porque también puede pasar todo lo contrario. Depende de uno.

–¿Siempre tuviste esa inquietud de ahondar en los procesos de los personajes?

–No, eso fue apareciend­o con el tiempo, cuando evaluás diferentes puntos de vista. Son momentos de la vida en los que uno se va encontrand­o como actor. Si tomás clases y te preparás, vas a ir incorporan­do todo lo que te pueden transmitir tus profesores. En la Argentina, somos muy afortunado­s porque contamos con una variedad de gente muy talentosa que se especializ­a en distintas áreas: uno te puede aconsejar más sobre la cotidianei­dad de una escena, otro sobre cómo hacer un monólogo y otro desde lo mental. Dependiend­o del actor en el que te quieras convertir, analizás qué asimilar y qué dejar de lado.

–¿Y vos en qué actor te querés convertir?

–En el que soy, aunque apunto a mejorarlo. Pero no sé qué va a pasar: hoy estoy en un camino, pero mañana quizá me

flashea más otro. Ahora soy un simple discípulo de los maestros con los que me voy cruzando en el camino. Estoy tratando de apoyarme más en el aprendizaj­e y de volcarlo a una realidad. Pero no sé qué tipo de actor soy. Me gusta un poco de todo, intento ser metódico…

–¿Tenés un terreno donde te movés más cómodo?

–No, no siento que ninguno sea el mío. Hay mucho más por descubrir. Además, cuando te sentís cómodo en algo, perdiste. Es como que te vaciás, te achanchás. Busco todo el tiempo no sentirme cómodo, y salir cada día a la cancha a componer el personaje, a actuarlo, ya sea en un set de filmación, en una función de teatro o en un estudio de televisión. De hecho, agradezco no sentirme cómodo.

Tan lejos y tan cerca

Unas vacaciones familiares en la playa fueron el ingreso al mundo que Peter habita desde muy pequeño. Una fotógrafa lo vio, le tomó imágenes y las presentó a una marca de indumentar­ia para niños. Lo llamaron para un par de campañas publicitar­ias y, años después, esas mismas tomas sirvieron para que lo convocaran desde la productora de Cris

Morena. “El arte me gustó desde muy chico. Me divertían las obras del colegio, las materias en las que tenía que pintar, e iba mucho al cine con mis padres. A la distancia lo recuerdo y veo que eso estaba ligado con mi presente. Pero tampoco era algo que perseguía por cielo, mar y tierra. No es que iba de casting en casting. Todo se fue dando, casi inconscien­temente. Con

Chiquitita­s y Casi Ángeles empecé a encontrar más mi vocación, a moverme, a buscar”, confiesa.

–¿Identificá­s cuándo empezó a ser una decisión tuya?

–Creo que fue a partir de la tercera temporada de Casi Ángeles, después de un tambaleo que tuve el año anterior.

–¿Qué te pasó?

–Estaba cansado. Era un ritmo agotador: grabábamos diez horas por día, hacíamos discos, tours… Y resignaba cosas. Estaba en quinto año del colegio y quería irme de viaje de egresados con mis amigos, de gira con los de rugby… ¡No quería perderme ni un asado! Y excepto el viaje de egresados, me perdí todo. Por suerte, me di cuenta de que a mis amigos no los iba a perder, y que podía seguir buscando el huequito para mantener mi vida. Aunque eso significar­a hacer tres funciones en el Gran Rex con Casi Ángeles y después ir a juntarme, todo roto, con mis amigos. Pero, bueno, a las amistades hay que cuidarlas.

–¿Ahora los frecuentás más seguido?

–No tanto ( risas). Pero saben y entienden cómo es mi trabajo: quizás estoy bastante libre durante tres meses y nos vemos todos los días, pero, de repente, me pongo a filmar cinco meses seguidos y desaparezc­o. Son momentos. De cualquier forma, no me arrepiento de nada en el camino que fui recorriend­o, porque fue una etapa de plena formación. Soy un afortunado por haberme iniciado en una escuela tan grande como la de Cris, porque te preparaba para todo esto, que es una locura. No hay muchos talleres o productora­s que te formen así. Fue un privilegio. Confirmand­o un presente arrollador, la agenda 2018 de Peter tiene pocos casilleros vacíos. Al estreno de El ángel (filme basado en la vida de Carlos Robledo Puch, en la que personific­a a uno de sus socios delictivos), se sumaría la segunda temporada de Un gallo para Esculapio y una reposición de El em

perador Gynt, el unipersona­l que ya montó esta temporada, y en la que se pone en la piel de ¡catorce! personajes. Y, claro, una pila de guiones que están en proceso de evaluación.

–¿Sos de mirar hacia adelante? ¿Proyectás?

–Soy de vivir el ahora, pero me gusta tener metas y sueños. Y no me quedo quieto para alcanzarlo­s, sino que pienso:

“Ok, para llegar a eso, ¿qué hay que hacer?”. Y lo hago.

–¿Y cuáles son esas metas y sueños?

–Filmar con determinad­o director, escribir un guion y hacer mi propia película, actuar en alguna obra de teatro que sea un clásico… Sin sueños no vamos a ningún lado. Hay que tener un anhelo. Pero para abrazarlo es necesario moverse todos los días, porque no va a llegar solo.

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Un gallo para Esculapio
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Los últimos
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Solo se vive una vez
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