Tiburones y ostras, una marca turística distintiva
Una comarca bonaerense en la entrada a la Patagonia, con un presente afianzado en el turismo de la pesca y un pasado pleno de historias y sacrificios.
Bajo el sol de la mañana los deportistas del silencio buscan su lugar en los 30 km de costa de Bahía San Blas, que les ofrece solitarias playas de ripio, arena y pedregullo. Si el objetivo es la captura de tiburones, saben que la variedad es grande: cazón, gatuzo, escalandrún, bacota y gatopardo.
Lo pueden hacer desde la costa, pero si van detrás de los “grandes” lo mejor es la pesca embarcada, para lo que disponen de una moderna flota de lanchas con guías expertos.
Las aguas de la bahía, un pozo marino sin fuertes oleajes ni mar de fondo, es un imán para los bravíos tiburones. Y también para los pescadores que van tras ellos en el confín de la provincia de Buenos Aires, allí donde comienza la Patagonia misteriosa.
Aún en tiempos de los descubrimientos, allá por 1780, a esta bahía llegó el piloto de la Real Armada Española Basilio Villarino, uno de cuyos hombres mató a un jabalí, lo que hizo que el navegante llamara así a la isla más grande y cercana a la costa.
Pero fue recién en 1832 que “El Beagle”, al mando de Robert Fitz Roy llegó a estas costas en compañía del naturalista Charles Darwin. Fueron ellos quienes realizaron la primera cartografía de la bahía y de la Isla Jabalí.
Una isla atravesada por dos rías, donde crecen juncales, que según los geólogos no sería una isla sino una península, porque en Paso Seco se conecta con el continente.
Tal vez así era a comienzos del 1800, cuando allí había una posta de carretas y pasaba el camino que iba hacia la Estancia Alfaro, cuyos dueños usaban la isla como un corral para sus animales.
Más allá de todo, fue en la Isla Jabalí donde se fundó el pueblo de San Blas, tan salvaje co- mo calmo, al que pescadores nativos y foráneos llegan a desafiar a los bravíos tiburones.
La pesca es un importante eslabón de la industria del turismo que aporta buenas divisas a este pueblo del departamento bonaerense de Carmen de Patagones, como así también la cría de ostras, otro recurso económico para su crecimiento.
La cría, que comenzó en los años 80 a través de una cooperativa formada por 20 familias, es actualmente una producción que exporta ostras de la especie Crassostrea Gigas, cuyas semillas se extendieron por los ban- cos naturales de la bahía. Para lograr las mejores ostras de cultivo es preciso controlar su crecimiento, una tarea artesanal que se inicia depositando una buena cantidad de semillas en bolsas, para luego sumergirlas en las llamadas “camas”, unas grandes estructuras de hierro donde maduran, proceso que demanda entre siete y diez meses.
En la planta procesadora de ostras Puelchana Patagonia explican el proceso que culmina con la exportación de ostras de cultivo nacional, algunas originadas en las llamadas japonesas o cóncavas, que se sumaron artificialmente en 1985.
Recorrer toda la reserva de Bahía San Blas propone un viaje hacia la desconexión, la tranquilidad y el contacto directo con la naturaleza y la calidez de su gente.