Ni Guernica ni Ausencia

Estos últimos meses conecté mucho más con la música. No sólo en casa con Pearl Jam, los Beatles y mis queridos Stones. Volví a los conciertos de rock: La Beriso, No te va gustar, Luceros del Ojo Daltónico...

Hasta me di el gusto de llevar por primera vez a mis hijas más chicas, que pasaron de la excitación inicial de un lugar nuevo al “¿ya termi- na?”, cuando el recital ya llevaba más de 2 horas.

Y nuevamente flotó lo de siempre: el pesimismo y la tristeza hacen las mejores canciones. El amor y las luchas sociales ocupan la mayoría de las letras.

—Yo no le escribo al amor, le escribo al desamor —me dijo Nacho Boyo de Luceros mientras esperábamos a La Beriso en la FISA.

Ese tirarte en la cama, llorar, la angustia, la desesperación... inspira. Hay que pulir al impulso inicial. Hay que mostrarlo a los que te dicen la verdad. Y que sean descarnados es parte de una buena obra. Una letra cuidada lleva a un mejor mensaje, aunque sin dejar de ver que todo nació de esa noche desprolija en la que el autor no pudo dormir. Extra- ñando, sufriendo, angustiado.

¿Qué tendrías para decir si todo fuera perfecto? ¿Si durmieras tranquilo? ¿Si todos comiéramos todos los días? ¿Si se respetaran los derechos de los marginados?

Un mundo ideal no tendría “Ausencia” de Borges; ni el “Guernica” de Picasso.

¿Sería ideal?