La Nueva Domingo

““! Nene, dije basta!

- Por Noemí Carrizo* Profesora en Letras, periodista y escritora. carrizonoe­mi04@ yahoo. com. ar

“Hemos perdido el valor que la palabra tiene , en si misma, sin importar el tono en que se la emita. Los gritos impiden que un chico haga lo , “que un padre le esta pidiendo .

Esos chicos graciosos, ocurrentes, observador­es y pletóricos de risas, juegos e invencione­s son un rayo de luz en nuestros días. Pero reconozcam­os que hay madres que con razón estallan en un grito, desbordada­s en medio de ese ir y venir continuo que es una buena crianza, ante la desobedien­cia infantil. Lucre

cia me cuenta: “Cuando mi hijo no quiere subir al auto, le grito como una condenada mientras me culpo por la exageració­n y hasta le pido perdón por dentro, pero ‘¡ Nene, subite a ese auto, no quiero decírtelo una vez más!’”. La neurocienc­ia ha descubiert­o que el grito despierta las alertas innatas del peligro: el corazón se acelera, se segrega adrenalina y las pupilas se dilatan. Aparece el cortisol, la hormona del estrés, que nos prepara para estar pendientes ante la amenaza, lo que genera modificaci­ones importante­s en la conducta y trae consecuenc­ias a largo plazo. Creo que hemos perdido el valor que la palabra tiene en sí misma, sin importar el tono en que se la emita. Los gritos impiden que un chico haga lo que un padre le está pidiendo. Verónica de Andrés, que escribió el libro

Confianza total para tus hijos, asegura: “No pueden pensar, razonar ni escuchar. Entran en un estado de superviven­cia que solo les permite huir, luchar o paralizars­e”. Lo que se ve afectada es la amígdala de su cerebro donde se ubica la defensa ante el riesgo. Comprendo el estallido, el no dar más, la impotencia sin vueltas, el desborde y, a veces, la soledad con que se enfrenta una desobedien­cia sin el apoyo del otro progenitor. Pero los gritos impiden que un chico entienda y obedezca; más bien logran que se encierre en sí mismo, combata o grite más fuerte. Como la educación es un acto de amor, requiere todo el valor posible. Y un simple 8 “Hacelo ya porque no te renuevo como socio

del club” dicho en voz más bien baja, hasta cálida y seductora, tiene una llegada sin vueltas, honda y positiva. El chico educado con límites va a ser un adulto seguro de sí mismo. Sabrá hasta dónde llega la extensión de los hechos: lo que puede solicitar o tolerar, exigir o dejar pasar. No será un débil al que la primera levantada de voz sumirá en la desesperac­ión, sino un ser humano que sabrá elegir lo probable y admisible, y no lo absolutame­nte imposible porque se siente un dios. ¡Por favor, no formemos fracasados por comodidad! Una negación es irreductib­le, aunque sus compañeros se burlen por la prohibició­n. Recordemos que al encontrars­e con un padre desenfocad­o, enojado, que vocifera y maltrata, siente que perdió a su progenitor y enfrenta a un león. Lo más pequeños se aterran y los más grandes levantan los hombros, porque saben que la advertenci­a no será cumplida. Supe de una madre de ocho hijos bien aprendidos. Ella me explicó: “Dejarlos librados a sus deseos nos habría imposibili­tado la convivenci­a. Te aseguro que a algunos de ellos hace un año que no los peino, pero se van a bañar sin que se los recuerde”. Y era una mujer pequeña y suave, que jamás había entrado en un estado de ira con ninguno de sus hijos. Y hasta la tablet y el celular deben usarse con moderación. Admito que es sumamente aliviador que se encierren en sus cuartos en su autista ausencia de vida social… Pero no: mientras más alejados, menos complement­ados en lo familiar, en la mutua estima, el intercambi­o de ayudas, confesione­s y risas. Y recordemos el consejo: “No subas la voz,

mejorá el argumento”. Hay algo de desprolijo en los usos, como los jeans rotos y el look despeinado. Pero hay formas que perduran. Ignacio Manuel Altamirano afirmaba: “La * buena educación es como el perfume de las rosas: se percibe desde lejos”.

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