La Nueva Domingo

La región.

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Ana Gundesen bajó de la camioneta y se tiró en la vereda como si fuera la cama de su casa de Tres Arroyos. Pero no estaba allí sino en Quinua, un pequeño pueblo peruano en el cual el ejército del General San Martín libró la última batalla contra los realistas antes de declarar la independen­cia de Perú,

No daba más. El camino de curvas y contracurv­as que el vehículo había tomado para llegar desde la selva, a 500 metros sobre el nivel del mar, hasta el pueblo, que estaba a 3.300 metros, en unas cinco horas, la había tenido a mal traer. El soroche —falta de oxígeno que se manifiesta en las grandes alturas— no le había perdonado la movida.

Por suerte, el “derrumbe” se produjo frente al centro de salud del pueblo. Una médica se cruzó a ver qué pasaba y Ana terminó internada. La llevaron en silla de ruedas. Su hermana Elsa, con quien había viajado hasta allí, se llevó un susto tremendo. Por suerte, cuatro horas después, suero mediante, Ana estaba fantástica.

Hoy, las hermanas Gundesen ríen a carcajadas al recrear el episodio. Pasó a ser una de las anécdotas tragicómic­as de un viaje de dos meses que hicieron juntas por el norte argentino, el altiplano boliviano y Perú. La mayoría del recorrido lo hicieron con César, un peruano que conocieron por internet y con quien compartier­on gastos.

“Menos mal que conocimos Quinua ¡es la cuna de la artesanía de Perú!”, contó Ana respecto al imprevisto.

"Un artesano plasmó en cerámica el sufrimient­o de los campesinos del 80 al 92, en la época de la guerrilla. Fue muy fuerte", contó. con mucha energía y tiempo disponible, Ana —quien vive en Tres Arroyos— se propuso viajar a Perú tipo mochilera pero sin hacer dedo: entrar y salir de los pueblos sin prisa, charlar con la gente y disfrutar de las propuestas del camino.

"No quería contratar una de esas excursione­s que te llevan apurada a todos lados", contó.

Su hermana Elsa, de 65, también jubilada, la despabiló: “¿Y si buscás en una página de mochileros?”.

Así llegó a César, peruano dueño de un motorhome que enseguida se entusiasmó con la propuesta y viajó a Tres Arroyos para conocer a su probable compañera de ruta. Al final, fueron tres. ¡Elsa también se prendió! La invitaron y no tardaron demasiado en convencerl­a.

El motorhome resultó muy funcional, cómodo y con cinturones de seguridad. Compraron las bolsas de dormir y se lanzaron a la aventura.

“César resultó una persona muy educada, era muy tranquilo. Quería entrar en los pueblos y yo quería algo así; me parecía interesant­e”, contó Ana.

Salieron un 29 de junio y tardaron 12 días en llegar a La Quiaca. Antes pasaron por Catamarca, porque él había dejado su perrita allí, al cuidado de una familia, y quería saludarla. Ana filmó el emotivo reencuentr­o y siguieron viaje.

Las hermanas visitaron las ruinas jesuíticas en Jesús María (Córdoba) y se fascinaron con la norteña Tilcara (Jujuy), entre otros pueblos de la puna. Allí, debido al frío, decidieron reemplazar el motorhome por hostels durante las noches.

Quince días después cruzaron hacia Bolivia, donde hicieron una excursión de cuatro días en una 4x4 conducida por Alejandro y en compañía de Andrea (chilena), James (inglés) y Porfi, una cocinera. Allí disfrutaro­n de aguas termales en medio de la nieve, de las fumaro-

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