El Gobierno en su laberinto
El macrismo pasó del triunfalismo de octubre a la zozobra de diciembre casi sin escalas intermedias.
En ese tránsito, y mientras la Casa Rosada intenta atemperar las consecuencias de la clara derrota parlamentaria sufrida el jueves pasado tras la suspensión de la sesión para debatir la reforma previsional en Diputados, quedó a la vista que -otra vez- la improvisación, las marchas y contramarchas y una ligereza para calibrar el estado de ánimo social y hasta las fidelidades de sus repentinos aliados, como los gobernadores y los caciques sindicales con quienes había firmado aquellos pactos para las reformas fiscal y laboral, campearon con generosidad en la cima del poder. Sin contar a algunos socios radicales de Cambiemos que sostienen que la soberbia es un pecado que abunda en varios altos despachos del gabinete nacional.
Primera comprobación: el Gobierno otorgará un bono en marzo de 2018 a los jubilados que cobran menos de 10 mil pesos para compensar el menor aumento que recibirán ese mes como consecuencia del cambio del cálculo de sus haberes. En el caso, claro está, de que el Congreso apruebe la ley previsional del macrismo en la sesión prevista para mañana.
Es decir, el Gobierno está reconociendo de manera explícita que, efectivamente, el nuevo método para calcular el porcentaje de incremento de los haberes de la clase pasiva significará que cobren de aumento menos de lo que les hubiese correspondido si se mantiene la actual ley sancionada por el kirchnerismo. Y que por esa razón acordó el viernes con los gobernadores peronistas, sin cuyos diputados será imposible obtener la sanción de la nueva ley.
Lo paradójico, para no abundar, es que el mismo Gobierno jugó todas sus fichas, y manejó todos sus ejes de comunicación, en defensa de una ley que juraba que no le restaba fondos a los jubilados, quienes no iban a sufrir ninguna merma en sus haberes. Incluso, el bono acordado ahora no figuraba en los planes del Gobierno antes del pataleo de Elisa Carrió, que lo anunció por su cuenta en la infernal tarde del jueves.
De hecho, Marcos Peña titubeó durante la conferencia de prensa en la que le preguntaron si el Gobierno preveía la posibilidad de otorgar una compensación a cambio del menor aumento. Dicen buenas fuentes que el estiletazo de Lilita sorprendió a los ocupantes de la Casa Rosada. Sencillamente porque el bono no estaba en los planes a esa altura de una de las peores jornadas que le tocó vivir a Mauricio Macri desde que llegó al poder.
El Gobierno pecó otra vez de ingenuo e improvisado. De ingenuo porque creyó en la primera palabra de los gobernadores peronistas y de algunas de sus primeras espadas en el Congreso. Supuso de antemano que el sólo hecho de tener a los gobernadores atados al Compromiso Fiscal -que les significará a todos ellos más plata para sus administraciones, por más que hayan renegado de su exjefa y se apresten a buscar un nuevo líder- alcanzaba.
Y lo primero que no comen esos hombres políticos es vidrio. Ninguno de ellos estaba dispuesto a incinerarse en medio de un dato que el jueves era incontrastable, más allá de las intenciones del cristinismo, de sus socios habituales de la izquierda y de la novedosa alianza con el massismo, de reponer en la escena la pancarta del helicóptero y apelar a la vieja y vocinglera estudiantina universitaria: si no puedo ganar una asamblea, entonces rompo todo.
Ese dato incontrastable no era otro que el altísimo rechazo que la mayoría de las consultoras registraron de parte de la sociedad, y en especial de las organizaciones de jubilados y del grue-