Y ahora, la serenidad...
El secreto de la serenidad es cooperar, sin fatiga, con lo inevitable y aprender a caminar con gallardía en medio de la tormenta. No se trata de alcanzar niveles económicos trascendentes; tampoco de ser reverenciado. Serenidad es estar en paz en medio del caos y hasta sonreír rodeado de amenazas, imaginarias o no. Los argentinos somos dramáticos, es nuestro estigma y lo que nos vuelve fascinantes para el extranjero cuando descubre que el tango no es solo una danza, sino también una forma de vivir. Tocamos el l ímite y la desesperación: es nuestro sello. ¡ Rápido, ya, a comunicar a nuestros amigos, y además desahogarse, que vendrán tiempos tenebrosos, mejor con estadísticas, no importa la fuente! Son tiempos destemplados a nivel mundial, pero no somos países del primer mundo donde la gente civilizada y poco apasionada descubrió que hay una clave inmejorable para que un pueblo prospere: la educación. Estamos en este triángulo final de Sudamérica, rodeado de mar y varias veces gigante en espacio, climas y posibilidades. No alcanzamos, aunque la deseemos, la civilidad de los países más viejos. No esperar que la recompensa venga de afuera es una buena manera de festejar la Navidad homenajeando con justicia la llegada de un hombre que enseñó la piedad, el amor al prójimo y la nutricia calma interior. Y si el vecino piensa distinto, tiene derecho y hasta no vendría mal escucharlo. Amado Nervo sostenía: “Si una espina me hiere, me aparto de la espina, pero no la aborrezco”. Uno suele soñar con paraísos donde irse a vivir a fin de alcanzar el ansiado sosiego, y se olvida de que ese edén palpita debajo de nuestra piel y se lo aplica solo con voluntad. Las críticas ajenas hasta pueden ayudarnos a conocernos mejor si somos capaces de aceptarnos con una autenticidad libre de te
mor. “Es gran virtud del hombre sereno oír todo lo que censuran contra él, para corregir lo que sea verdad y no alterarse por lo que sea mentira”, sostenía Goethe. Una persona serena es capaz de conservar la tranquilidad y el valor en situaciones de peligro para tratar de buscar la mejor solución y hasta reducir los posibles daños. En el Medioevo la serenidad se def inía como constancia, firmeza, devoción. En la última cena, Jesús reconoce a su entregador, Judas Iscariote, sin odio ni tristeza, con un equilibrio interior sorprendente. Conocí poca gente con esta templanza pero tampoco son ejemplares en extinción. Alfonsina Storni habló de “El hombre sereno” en versos inme
moriales: “Entre los hombres pasa, dadivoso y prudente, / nada perturba el ritmo de su vida serena, / sin inmutarse escucha la voz de la sirena: / mira, conoce, luego sonríe dulcemente”. Tuvimos un año con hechos desdichados que nos enseñaron a mitigar la ansiedad, a actuar con benevolencia, a esperar del otro solo lo que nos puede dar. Definirse persona es aceptar las escisiones y hasta convivir con ellas. No pienso como mi nieto púber, pero puedo comprender su aislamiento sin pensar que es carencia de amor. Puedo seguir siendo amiga íntima de alguien que toma un sendero diferente y hasta lograr la madurez de no juzgarlo. Navidad (en latín, nativitas) es nacimiento. Yo brindo por un alumbramiento en quietud, con las aguas calmas de un mar que también nos deparó desgracias, pero seguirá siendo mar… nada lo detiene. Y recordemos a Lombardi: “La medida de lo que somos es lo que hacemos con lo que tenemos”.
“Es gran virtud del hombre , sereno oir todo lo que , censuran contra é el, para corregir lo que sea verdad y no alterarse “por lo que sea mentira . Goethe