La Nueva Domingo

“Siempre me angustió crecer”

SAMANTA SCHWEBLIN, UNA DE LAS AUTORAS ARGENTINAS MÁS RECONOCIDA­S EN EL MUNDO, YA FUE TRADUCIDA A MÁS DE VEINTE IDIOMAS. DESDE BERLÍN, DONDE VIVE, REVELA SU UNIVERSO PERSONAL Y LITERARIO.

- Por Alejandro Duchini. Fotos: Gentileza Maximilian­o Pallocchin­i.

Samanta Schweblin, una de las autoras argentinas más reconocida­s, cuenta cómo llegó a este presente. Radicada en Berlín, habla de su anonimato y de cómo ese aislamient­o le permite reconectar con la escritura.

En los últimos años, un grupo de escritoras que hoy rondan los 40 (algunas más, algunas menos) impuso un aire renovado a una literatura argentina representa­da mayoritari­amente por hombres. Varios son los ejemplos, pero hay uno insoslayab­le: Samanta Schweblin. Nacida en Buenos Aires en 1978 y egresada en Imagen y Sonido en la Universida­d de Buenos Aires (UBA), vive en Berlín desde hace cinco años. Allí tiene su centro de operacione­s: escribe cuentos y novelas, y dicta talleres literarios para pobladores latinos. Hace dos años, y por su libro Siete casas vacías, obtuvo el IV Premio Internacio­nal de Narrativa Breve Ribera del Duero, lo que significó la confirmaci­ón de una magnífica actualidad, después de haber logrado premios como el Casa de las

Américas en 2008 y el Konex en 20⒕ Pero hay más: luego de que su libro Distancia de rescate fuese publicado por la prestigios­a editorial estadounid­ense Riverhead Books, Samanta fue finalista en el Man Booker Internatio­nal Prize 2017 y elegida entre los 39 mejores escritores de ficción sub-40 de América Latina para el Hay Festival (uno de los más célebres dentro del planeta litera

rio). “Siempre me angustió crecer. Tengo fotos desde mis 2 años hasta los 10 llorando frente a las velitas de la torta mientras todo el mundo aplaude detrás. Me angustia el tictac del tiempo y siento que, a veces, estoy todo el día luchando contra eso. Pero la edad en sí no me preocupa tanto en este caso: así como los adolescent­es ansían que dejen de pedirles los documentos, yo espero que dejen de llamarme ‘joven escritora’. Y cumplir 40

parece razón más que suficiente, ¿no?”, abre el juego la autora que acaba de publicar La respiració­n cavernaria, un cuento extraído de Siete casas vacías y cuyas ilustracio­nes correspond­en a la artista Duna Rolando.

–En la Argentina tu nombre suena cada vez con más fuerza. ¿Eso te replantea volver a radicarte en el país?

–Es raro ese reconocimi­ento, no termino de acostumbra­rme a él, ya que es algo que solo sucede unos poquitos días al año, cuando paso por Buenos Aires para visitar a la familia. En Berlín casi nadie me conoce como escritora, y eso me gusta y me atrae. Viajo mucho, un tercio del año estoy de aquí para allá, por lo que me encanta regresar a mi pequeñísim­o mundo en Berlín, donde cuento los amigos con los dedos de la mano y ni siquiera tengo teléfono en casa. Es un aislamient­o que me hace bien y me permite reconectar de inmediato con la escritura.

–¿Seguís disfrutand­o de escribir y publicar? ¿O con los años cuesta más?

–Lo disuto muchísimo, cada vez más, lo que no quita que haya miedos y angustias. Pero me siento una privilegia­da por poder vivir de lo que me gusta, y trato de tener esto siempre presente. Sobre cada libro pesan siempre los anteriores, es verdad. Pero esto es algo que se me aparece cuando un libro ya está terminado, en etapas de relecturas ya más superficia­les en las que uno empieza a pensar no tanto en el libro en sí, sino en la vida que ese libro podría tener.

–¿Lidiás contra la posibilida­d de que la escritura se convierta más en un modo de sustentars­e económicam­ente que en una pasión?

–Creo que hay un poco de prejuicio alrededor de este tema. Hay algo de esa amenaza que me angustia y me calma a la vez, y es que me considero muy poco profesiona­l. Envidio a algunos autores más flexibles, que pueden moverse de un género a otro o proponerse determinad­os libros y escribirlo­s tal como los pensaron. Yo solo tengo mis ganas de con- tar determinad­as ideas y mi talento es bastante caprichoso, no cede a los impulsos. Si no hago las cosas con ganas, no me salen bien. Así que supongo que soy de esos autores que, por más dinero que quieran ganar, solo saben escribir lo que realmente quieren escribir.

–¿Cómo imaginás a tus lectores? ¿Los pensás al momento de comenzar a escribir el libro?

–Escribo siempre con la ilusión de ser leída, así que los tengo muy presente en cada historia que cuento. Aunque antes que eso está mi propia mirada sobre lo que quiero escribir. Cuando la idea todavía es solo una sensación, escribo como en una burbuja de silencio. Ahí no hay lectores, amigos, ni maestros, si bien en el fondo todos influirán en el proceso. Pero esas primeras versiones de todas mis historias las escribo por la curiosidad de saber qué vendrá a continuaci­ón; allí, soy mi única y exclusiva lectora.

–En el ámbito literario, ¿cuesta más publicar siendo mujer? ¿Sería más fácil si fueras hombre?

–Las mujeres están tomando un protagonis­mo importante. Creo que somos nosotras, sobre todo, las que cambiamos. Hace quince años, un crítico de renombre me felicitó porque mis cuentos eran tan buenos que parecían escritos por un hombre; si alguien me preguntaba por mis influencia­s, yo enseguida largaba mis largas listas de nombres masculinos porque me parecía mejor. ¿Cómo acepté durante tantos años esta idea implícita de que si los hombres publicaban más, era porque escribían mejor? Qué indignació­n me agarró conmigo misma cuando leí a Flannery O’Connor, Agota Kristof, ¡María Luisa Bombal! ¡Sara Gallardo! ¿Dónde estaban todas esas mujeres? ¿Por qué sus libros tardaron tantos años en llegar a mis manos?

–¿Se corre el riesgo de que este movimiento divida más la literatura femenina de la masculina?

–A mí me siguen asustando las antologías escritas solo por mujeres, las mesas de escritoras. Me asusta, como decía Marguerite Yourcenar, participar de cualquier instancia en la que las mujeres sigan estando aparte. La literatura es nuestro espacio para pensarnos, para entenderno­s; por eso, me parecería peligroso marcar qué se debería o no leer. Por

“Siempre me angustió crecer. Tengo fotos desde mis 2 años hasta los 10 llorando frente a las velitas de la torta mientras todos aplauden detrás. Me angustia el tictac del tiempo”.

eso mismo, me da tanta alegría ver que la literatura escrita por mujeres está ganando semejante prepondera­ncia, porque no se lo está ganando por derecho, se lo está ganando porque es buenísima. Me gusta que todos lo reconozcan.

–¿Samanta, podrás decirme qué ves más en tu profesión: egocentris­mo o sensibilid­ad?

–Sensibilid­ad. Si no, nos dedicaríam­os a cualquier otra profesión. A veces, siento que peco de ingenua, pero ya pasaron dieciocho años desde mi primera publicació­n. Mis colegas fueron inmensamen­te generosos conmigo. Soy lo que soy por escritores como Liliana Heker, Guillermo Martínez, Elvio Gandolfo, Abelardo Castillo, Vera Giaconi, Pablo Ramos, Ana María Shua, Alejandro Zambra, Isabel Mellado. Me abrieron muchas puertas y me enseñaron cosas por las que siempre voy a estar inmensamen­te agradecida. Sé que acabo de saltar del concepto de sensibilid­ad al de generosida­d, pero una está muy atada a la otra.

–Algo de egocentris­mo debe haber también.

–Sí, es verdad, porque así somos muchas veces. Pero se dice por ahí que el egocéntric­o es incapaz de ponerse en los zapatos del otro, cuando ese es justamente el ejercicio de la escritura y de la lectura: la capacidad de pensarse como otro, de entender al otro, la empatía. Y este último no es un asunto menor, ya que la falta de empatía es un problema común en todas las crisis de las que estamos siendo testigos en estos momentos.

–¿Qué significó para vos ser finalista del Man Booker Internatio­nal Prize 2017?

–Fue un honor compartir ese lugar con autores que leo hace muchos años y con algunos que, incluso, admiro profundame­nte. Ya la sola instancia de finalista le dio al libro un lugar de relevancia en el habla inglesa. Distancia de res

cate está teniendo muchísimos lectores.

–¿Cuáles son tus rutinas en Alemania?

–Adoro las rutinas. Escribo por las mañanas, en general de nueve a tres o cuatro de la tarde. Escribir no es solo escribir. Le llamo escribir a todo lo que me impulse a pensar literariam­ente. Es decir que esas siete horas de trabajo diario no siempre son ente al escritorio. Escribir puede ser leer, caminar, ir a la biblioteca, correr, lavar los platos. La tarde queda para otros proyectos, para los correos, las entrevista­s, para ver a los amigos y para dar mis talleres literarios.

 ??  ?? Su último libro, La respiració­n cavernaria, es un cuento extraído de Siete casas vacías. Su gran éxito: Distancia de rescate.
Su último libro, La respiració­n cavernaria, es un cuento extraído de Siete casas vacías. Su gran éxito: Distancia de rescate.
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