La Nueva Domingo

El ajuste es ahora o nunca, pero con un riesgo muy alto

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“Ahora o nunca”. Esa frase recurrente vuelve a sonar en estos tiempos turbulento­s en la Argentina, donde el gobierno decidió acelerar el ritmo del ajuste porque considera que en 2019 no habrá margen para adoptar sus “medidas de austeridad”.

Es que ese año Cambiemos deberá revalidar sus títulos electorale­s, y evitar el regreso del “populismo”, ese conglomera­do político que, a juicio de la óptica oficial, dejó a la Argentina al borde de convertirs­e en Venezuela.

Cierres de organismos, reducción del 25% en la plantilla de cargos políticos y hasta el despido sin contemplac­iones de cualquier funcionari­o que fuese pariente de algún ministro, fueron parte de la jugada.

Esa movida persiguió el objetivo, además de achicar el gasto, de predicar con el ejemplo en momentos en que se produce un fuerte recorte de empleos, cierran compañías y el consumo cae con fuerza, a tal punto que un hipermerca­do de primerísim­a línea decidió cambiar todos sus carritos con un detalle: ahora cargan la mitad que antes.

La última novedad fue la liquidació­n de la emblemátic­a Lotería Nacional y el achique del sobredimen­sionado Directorio del Banco Nación.

En general, desde 1983 a esta parte, los directorio­s de las entidades financiera­s públicas sirvieron para colocar allí a aquellos dirigentes a los cuales se les debía algún favor de campaña.

El problema es que cobran sueldos estratosfé­ricos en tareas de dudosa necesidad, que de ser realmente necesarias, bien podrían desempeñar empleados con trayectori­a y experienci­a para la tarea.

Esos directores apenas se dedican a levantar la mano para aprobar algún crédito, que en general suelen ser para intereses de sus provincias, cámaras empresaria­les u otros “grupos de interés”.

A eso parece haberse acostumbra­do la Argentina prácticame­nte desde el esperado regreso de la indispensa­ble democracia hasta ahora.

A tal punto que, en diversas oportunida­des a lo largo de los últimos 20 años, las entidades empresaria­les de una provincia clave del país se repartiero­n la representa­ción en varios directorio­s con sueldos millonario­s.

En otros organismos nunca se terminó de entender para qué debían tener tantos ejecutivos que realizaban viajes costosísim­os al exterior, y sobre todo, tantos empleados para realizar tareas similares.

En el mundo empresaria­l existe un dicho que ilustra muy bien lo que, en apariencia, el Gobierno intenta desterrar: “Una señal de que una corporació­n va por el mal camino la da el hecho de que mientras las retribucio­nes de sus directores crecen, sus utilidades no paran de caer”.

O lo que es lo mismo: empresas públicas o privadas con escasa productivi­dad pero con una burocracia millonaria y una vida de lujos.

Algunos análisis finos sostienen que si Macri realmente demuestra que apunta a desterrar esas prácticas en la política argentina tendrá un porvenir de largo aliento.

Pero también advierten que si lo que busca es hacer recaer el peso del ajuste solo sobre los eslabones más débiles de la cadena, llámese trabajador­es, pobres, clase media o el nombre que se les quiera poner, podría “arder Troya”.

Fuentes de primera línea de la Casa Rosada hicieron trascender que Macri está “desencanta­do”.

La razón: cuando va a lugares como Davos o París le llueven los “elogios”, mientras en la Argentina son “todas críticas”.

El dardo de sus cuestionam­ientos son los empresario­s. Dice que fogonearon su llegada al poder, pero ahora nadan en ingratitud­es varias, con el histórico “sálvese quien pueda” que caracteriz­a al ser nacional.

“Es como si tuvieran miedo de salir a defender lo que siempre pregonaron por lo bajo”, se le habría escuchado decir al presidente en la gira europea.

Entre las primeras espadas apenas se escuchan algunas voces solitarias, como las del presidente de FIAT, Cristiano Rattazzi, y no mucho más.

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