La Nueva Domingo

Cómo ordenar las cuentas sin que se sacrifique­n los mismos

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La tensión social y política ante una economía que no remonta lo esperado, pone de nuevo a la Argentina frente a una encrucijad­a.

Para superarla, una de las claves es que todos los sectores acepten ceder un poco, y el gobierno lidere con austeridad y transparen­cia, para tener alguna chance de salir de una mediocrida­d que lleva décadas.

Mauricio Macri llegó al po- der de la mano de la esperanza de distintos sectores de que se podía llevar a la Argentina al lugar que, siempre se dijo, debería ocupar por sus recursos naturales y formación de capital humano.

Y que eso se podía lograr sin apelar a una fábula como la construida en la última década, la cual repetía desde la Rosada que todo era un jardín de rosas, mientras se negaban problemas como la pobreza, se perdía competitiv­idad y se encaminaba al país a ser un paria en el mundo, como ahora lo es Venezuela, con su 80 % de pobres y el éxodo de su gente, justamente a naciones como Argentina.

Desde que Néstor Kirchner llegó al poder en mayo de 2003 logró, gracias en buena medida al trabajo sucio que ya había hecho Eduardo Duhalde tras la debacle de Fernando de la Rúa, que el país empezara a crecer a “tasas chinas”, aprovechan­do el precio estratosfé­rico de la soja y del resto de los commoditie­s.

Con un tipo de cambio alto, superávits comercial y fiscal, y un festival recaudator­io originado en las retencione­s a los sojeros y la recuperaci­ón económica lograda por el país tras estar al borde del precipicio, Kirchner administró esa abundancia, se dio el gusto de pagarle al FMI toda la deuda de un plumazo y se recostó en la mano maestra de Roberto Lavagna para mantener varios años de crecimient­o.

Pero tanta abundancia terminó por hacerle suponer a Kirchner, y a su esposa y sucesora, Cristina Fernández, que no había límites ni racionalid­ad que les pusieran trabas, y terminaron provocando un formidable despilfarr­o de recursos.

Pero tal vez la peor herencia del kirchneris­mo fue obligar a los argentinos a entender de golpe que lo que veían como un sueño no era más que una pesadilla postergada artificial­mente con la manipulaci­ón de las estadístic­as, el pagadiós a los acreedores y un clientelis­mo que creó empleos en forma artificial y se comió plata que el país ni siquiera tenía con tal de mantener el control social y político.

En el Gobierno existen mi- nistros que se quejan de que Macri no haya denunciado ese aquelarre durante las primeras semanas de mandato, para que los argentinos tuviesen una idea más precisa del desastre heredado.

“Donde tocamos sale pus. Casi todo lo que encontramo­s estaba en condición irregular y muchas cosas cuesta explicarla”, graficó un hombre de la mesa chica presidenci­al.

Uno de los frentes más complejos que afronta Macri está vinculado con el kirchneris­mo residual que domina gremios clave.

El primero es SUTEBA, donde Roberto Baradel está dispuesto a llevar de nuevo a las escuelas al paro, ante una propuesta que toca un punto neurálgico.

La gobernador­a María Eugenia Vidal quiere que parte de los aumentos incluyan un plus por “presentism­o”, justo en el sector que más ausentismo tiene en Argentina.

En 2017, solo 33% de los docentes bonaerense­s no se tomó alguna licencia por enfermedad.

El de los maestros no es el único caso controvers­ial: Sergio Palazzo, el jefe de la Asociación Bancaria, viene batallando para lograr un aumento superior al 9 % más cláusula gatillo ofrecido por las cámaras de entidades financiera­s.

Especialis­tas externos a los que el presidente suele pedir opinión le habrían acercado una advertenci­a alarmante.

Dice que la economía argentina no resistiría otro escenario de déficit comercial como el que se avecina este año y que rondaría los 10.000 millones de dólares.

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