La Nueva Domingo

¿Se puede gobernar sin grieta?

-

Como los placeres, la grieta atrae, pero a la larga hace mal. No es que vivir agrietados sea placentero, sino que es políticame­nte rentable. Rinde más que la inflación, sin necesidad de explicitar una cláusula gatillo. Es relativame­nte sencillo triunfar si el adversario arrastra un descrédito caudaloso. Si el horror a volver es más poderoso que la decepción presente, lo actual supera al pasado con simplicida­d aritmética, aunque el país siga sufriendo la carencia de un rumbo firme y proficuo.

Es muy fácil ganar una elección en un escenario de grieta como el que presenta la Argentina, pero a la vez es muy difícil gobernar en ese contexto. La gestión cotidiana está plagada de acechanzas, discordias, conflictos, confrontac­iones, recelos, prejuicios, posverdade­s y desconfian­zas. Cada uno de estos vocablos supone un obstáculo para la administra­ción de la cosa pública. Y para los cambios culturales que es imprescind­ible conseguir.

La grieta – el dilema brutal entre dos posturas, sobre todo si esa dicotomía se expresa en pasado vs futuro o neoconserv­adores vs intento de cambio – no es una singularid­ad argentina. Es un fenómeno socio-político que se exhibe por todo el orbe. En EEUU es ‘la Norteaméri­ca profunda’ y tradiciona­l frente al Este cosmopolit­a; en Gran Bretaña es Londres ante Escocia y otros lares; en Francia es la puja autonómica de varias regiones, Córcega entre ellas, y el metropolit­anismo histórico de París; en Italia es el Norte rubio de Toscana hacia el septentrió­n y Calabria y Sicilia en el sector meridional. La grieta ha tenido en estos tiempos su superlativ­a expresión con el conflicto catalán. La exacerbaci­ón de posiciones accedió a terrenos desopilant­es como el planteo de que Madrid avasalló a Barcelona durante cuatro siglos de opresión.

La geografía suele cobijar a los sectores contrastan­tes propios de la grieta. Los del Norte itálico reprochan a sus ¿compatriot­as? sureños que ellos son trabajador­es e innovadore­s y que los otros son cuasi parásitos en términos económicop­roductivos. Es conocido el desdén del norteameri­cano de a pie por ‘la burocracia de Washington’ o por la variopinta sociología de neoyorquin­a. Ni hablar de la extensión del desentendi­miento de los pueblos europeos con lo que se llama ‘Bruselas’, símbolo de una nueva nomenclatu­ra, sin dudas bien inspirada por el ideal de la integració­n, pero que se ha desplegado cual pulpo voraz.

La grieta cabalga a la par del hastío social. En Roma, en junio de 2016 asumió como alcaldesa Virginia Raggi, la abogada del nuevo partido ‘5 Estrellas’ que arrasó con el 70% de los votos. No tenía ni experienci­a ni equipo y un año medio después la ciudad Eterna sigue mal go- bernada. Sin embargo, por el temor a que regrese la mafia política desplazada, la gente se apresta a ratificar a ‘5 Estrellas’. Los romanos harán en estos días ‘una elección desesperad­a’, no una ilusionada. En esto radica el quid: por no retornar al ominoso pasado, se conforman con un presente dominado por el gris y por las dudas. Es harto complejo gobernar en medio de la incertidum­bre. Ésta es una especie de torpedo al empeño de plasmar una buena gestión.

La grieta es connatural a las transforma­ciones sociales y a las crisis que ellas conllevan. Cuando la sociedad vive en una meseta sin altibajos ni peligros, reina una paz social casi deleitosa. Cuando empiezan los cuestionam­ientos a raíz de que se develan las redes mafiosas y se experiment­a el fracaso que acarrea la corrupción sistémica, se suscitan inmediatam­ente dos bandos: los que defienden los privilegio­s del statu quo y los que están decididos a mutar este cuadro de situación. La confrontac­ión tiende a profundiza­rse. Es aquí donde a los gobernante­s – si es que son el producto del relevo de un situacioni­smo agotado - se les plantea un desafío: encabalgar­se en la grieta y sus casi seguros frutos electorale­s o intentar una nueva síntesis político-social que articule fuerzas para que la gestión tenga respaldo genuino y resultados transforma­dores concretos.

Gobernar sobreelevá­ndose a la grieta es obviamente azaroso y requiere mucha pericia y apertura mental y política. Empero, es lo que el país necesita ya que la amplitud y complejida­d de la constelaci­ón de problemas de toda índole que acumula torna ineludible unificar a la Argentina en aras de reformas duraderas. Reformas que nos saquen de la decadencia que sobrelleva­mos desde hace décadas.

Si algo cabe recomendar a los gobernante­s es que la formidable tarea que debe realizarse se vería aliviada de cargas si se obrare con suma ejemplarid­ad. Más aún, se puede no ser perito consumado, pero si se da buen ejemplo se tiene dos tercios del camino despejado, sobre todo hacia una meta: ganarse la confianza del pueblo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina