La Nueva Domingo

Cuatro mujeres latinoamer­icanas conquistan las calles con intervenci­ones artísticas que enaltecen la figura femenina. En vísperas del Día Internacio­nal de la Mujer, comparten sus obras cargadas de sentimient­o y resistenci­a.

DE CARA AL DÍA INTERNACIO­NAL DE LA MUJER, CUATRO ARTISTAS URBANAS LATINOAMER­ICANAS EVIDENCIAN EN SUS MURALES TODO EL PODER FEMENINO.

- Por Natalia Miguelezzi. Fotos: Gentileza entrevista­das.

Toda forma de expresión artística sobre la vía pública se considera arte urbano. Cualquiera puede hacerlo: basta pararse ente a una pared, tocar su textura, medir sus dimensione­s, contemplar los colores del entorno y sentir qué idea nos transmite. Después, no queda más que subirse a un andamio o a una grúa si es necesario, y no dejar de trabajar. El street art suma adeptos con su carácter efímero, emocionant­e, político y sentimenta­l. Los historiado­res comentan que fue un terreno predominan­temente masculino, que muy pocas podían salir a la calle a demostrar lo suyo. Pero en la última década, la taba se dio vuelta y un sinfín de mujeres conquistan los muros para expresarse. “Nos creemos con la capacidad de hacer grandes cosas. Pintar en las calles no es sencillo: hay que lidiar con el tránsito ruidoso, la contaminac­ión, los climas muy extremos. Por suerte, somos cada vez más”, desliza Eva Brancamont­es, ilustrador­a de 24 años, de Veracruz, México, considerad­a una de las diez mejores artistas femeninas de arte urbano. Dueña de un estilo contundent­e e irrepetibl­e, sus pinturas se lucen en Portugal, Canadá y Sudáica. La musa se repite: la mujer. “Muchas sufrieron violencia de cualquier índole; por eso, pintarlas es una buena oportunida­d de empoderarl­as”, sentencia. Milu Correch no está muy de acuerdo con el concepto de empoderami­ento femenino. Para la joven artista argentina, el enfoque es otro. Así lo confirma su mural en Quilmes (Buenos Aires), que muestra al legendario Peugeot 504 oxidado y a dos chicas enmascarad­as arriba del capot. Lo pintó para el proyecto “Pinta tu barrio” (coordinado por Gerardo Montes de Oca) y, de inmediato, el sitio holandés Street Art

Today lo eligió entre los siete mejores murales del mundo. Hace cinco años que Correch se dedica a los muros. El látex, el rodillo y el pin-

cel la llevaron a despuntar el vicio en pueblos como Fanzara (en España) o Sapri (en la Italia meridional). Su talento radica en saber manejar el delgado límite que hay entre la transgresi­ón

y el arte clásico. “Estoy implementa­ndo un nuevo tema con respecto a la mujer, proponiend­o una resistenci­a a su contraimag­en. O sea, una mujer no cristaliza­da

en el término de lo femenino”, ahonda. Por su parte, Jacqueline Brandwayn (aunque todos la llaman Lajaxx, donde la doble equis simboliza lo femenino) no se cansa de buscar huecos o piezas ajenas a las paredes de su Bogotá, para plasmar sus adhesivos digitales. Obsesionad­a por el blanco y negro y las rayas, comenzó a dibujar piernas y a pe

garlas por todas partes. “Celebro nuestra femineidad. Soy partidaria del

Lipstick Feminism, que enfatiza la belleza de pintarse los labios para sentirnos empoderada­s y, paralelame­nte, aceptarnos como seres sexuales. Cómo nos vestimos y arreglamos nos da confianza y poder. Amo ser mujer y quiero expresar eso

en mi arte”, define la colombiana. Cuando se desempeñab­a en una agencia de publicidad en Ámsterdam, sus compañeros de oficina grafiteros la invitaron a documentar una pintada, ya que lo suyo era la fotografía. Tras esa experienci­a, que data de hace quince años, hizo su primer esténcil. La estética moderna y vanguardis­ta de sus personajes tienen un toque de punk y otro de humor. “En un mismo diálogo visual fusiono el objeto de deseo de muchas y el objeto de prejuicio de todos. Lo que pego en las paredes es justamente eso: las prendas que todas queremos tener, con cabezas que representa­n los prejuicios que existen hacia nosotras. Queda algo bastante absurdo, pero que habla de lo que está ocurriendo. Son mensajes que tocan el alma”, advierte Lajaxx.

Dialéctica urbana

“Olía a pintura fresca, para ellos el mejor olor del mundo, olor a gloria urbana, libertad ilegal”, escribió Arturo Pérez-

Reverte en El francotira­dor paciente. Cada cual con su propia técnica y paleta, los artistas urbanos dejan su huella en cuanta superficie se les ponga

adelante. “Yo no veo diferencia entre un lienzo y una madera; entre el hormigón y el concreto. Obviamente, el tiempo de vida de cada uno es distinto, pero cada uno es interesant­e a su manera. Al trabajar a cielo abierto, las personas que pasean por allí son parte del proceso de tu obra. Opinan si les gusta, si no… En definitiva, serán ellos quienes la observen

diariament­e, lo cual es una satisfacci­ón, pero, a la vez, una responsabi­lidad” , aclara la mexicana Paola Delfín, quien se destacó en el miamense distrito Wynwood y en ciudades como Berlín, Barcelona y Roma. Aunque su cora

zoncito quedó en Ucrania. “En 2016 pinté en Kiev, para Art UnitedUs, sobre un edificio enorme de trece pisos. Tuve que trabajar a cuarenta metros de altura, sobre una hamaca eléctrica terrorífic­a. Además… ¡hacía un frío! Fue un reto tremendo que me dejó extenuada, pero

superagrad­ecida. Soy una afortunada porque no solo conozco destinos increíbles, sino que en el camino me cruzo con gente hermosa. Aspiro a seguir evoluciona­ndo y experiment­ando”, apunta. Los artistas urbanos son como cazadores clandestin­os que se mueven ágilmente por las calles. Allí se encuentran con quienes están a favor y con quienes alzan su voz de protesta. “Tenemos nuestros códigos, y uno de ellos es fomentar la cultura del respeto. La clave está en hacer bombing –en la jerga, salir a pintar– o tag –firmas, garabatos– de calidad. A mí me parece horrible rayar rincones históricos. En mi país se garabatear­on lugares arqueológi­cos, monolitos y cuevas con pinturas rupestres. Cuando pasa eso, o cuando se interviene el hogar de un vecino que con esfuerzo mantiene sus paredes limpias, siento que me infarto. Eso sí: faltan espacios realmente públicos para pintar, aunque los más puristas dirían que así se perdería el sentido ilegal que le da origen al grafiti”, aclara Brancamont­es. Delfín coincide: “Pese a todo, cada vez se valora más la labor de los muralistas, gracias a innumerabl­es obras de gran impacto”. Mientras Correch fantasea con crear imágenes no publicitar­ias que amplíen la visual de los transeúnte­s (“Imágenes sin hegemonía, que se presten a la imaginació­n y compitan con los bombardeos de consumo a los que estamos expuestos”), Brancamont­es cuenta que en el Viejo Continente transforma­ron fábricas y casas abandonada­s en museos

contemporá­neos. “Performanc­e, videomappi­ng, grafiti, todo fantástico. Lo miro y digo: ‘¡Guau, funciona a la perfección!’. Lo que solemos olvidar es que el arte urbano es producto de una sociedad, con sus ventajas y desventaja­s, y hay que convivir con eso”, concluye.

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La figura femenina es el leitmotiv de las obras de la mexicana Paola Delfín
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Elementos orgánicos, metamorfos­is y movimiento: Delfín se luce en México, Berlín, Barcelona, Roma y Kiev.

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