Cuatro mujeres latinoamericanas conquistan las calles con intervenciones artísticas que enaltecen la figura femenina. En vísperas del Día Internacional de la Mujer, comparten sus obras cargadas de sentimiento y resistencia.
DE CARA AL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER, CUATRO ARTISTAS URBANAS LATINOAMERICANAS EVIDENCIAN EN SUS MURALES TODO EL PODER FEMENINO.
Toda forma de expresión artística sobre la vía pública se considera arte urbano. Cualquiera puede hacerlo: basta pararse ente a una pared, tocar su textura, medir sus dimensiones, contemplar los colores del entorno y sentir qué idea nos transmite. Después, no queda más que subirse a un andamio o a una grúa si es necesario, y no dejar de trabajar. El street art suma adeptos con su carácter efímero, emocionante, político y sentimental. Los historiadores comentan que fue un terreno predominantemente masculino, que muy pocas podían salir a la calle a demostrar lo suyo. Pero en la última década, la taba se dio vuelta y un sinfín de mujeres conquistan los muros para expresarse. “Nos creemos con la capacidad de hacer grandes cosas. Pintar en las calles no es sencillo: hay que lidiar con el tránsito ruidoso, la contaminación, los climas muy extremos. Por suerte, somos cada vez más”, desliza Eva Brancamontes, ilustradora de 24 años, de Veracruz, México, considerada una de las diez mejores artistas femeninas de arte urbano. Dueña de un estilo contundente e irrepetible, sus pinturas se lucen en Portugal, Canadá y Sudáica. La musa se repite: la mujer. “Muchas sufrieron violencia de cualquier índole; por eso, pintarlas es una buena oportunidad de empoderarlas”, sentencia. Milu Correch no está muy de acuerdo con el concepto de empoderamiento femenino. Para la joven artista argentina, el enfoque es otro. Así lo confirma su mural en Quilmes (Buenos Aires), que muestra al legendario Peugeot 504 oxidado y a dos chicas enmascaradas arriba del capot. Lo pintó para el proyecto “Pinta tu barrio” (coordinado por Gerardo Montes de Oca) y, de inmediato, el sitio holandés Street Art
Today lo eligió entre los siete mejores murales del mundo. Hace cinco años que Correch se dedica a los muros. El látex, el rodillo y el pin-
cel la llevaron a despuntar el vicio en pueblos como Fanzara (en España) o Sapri (en la Italia meridional). Su talento radica en saber manejar el delgado límite que hay entre la transgresión
y el arte clásico. “Estoy implementando un nuevo tema con respecto a la mujer, proponiendo una resistencia a su contraimagen. O sea, una mujer no cristalizada
en el término de lo femenino”, ahonda. Por su parte, Jacqueline Brandwayn (aunque todos la llaman Lajaxx, donde la doble equis simboliza lo femenino) no se cansa de buscar huecos o piezas ajenas a las paredes de su Bogotá, para plasmar sus adhesivos digitales. Obsesionada por el blanco y negro y las rayas, comenzó a dibujar piernas y a pe
garlas por todas partes. “Celebro nuestra femineidad. Soy partidaria del
Lipstick Feminism, que enfatiza la belleza de pintarse los labios para sentirnos empoderadas y, paralelamente, aceptarnos como seres sexuales. Cómo nos vestimos y arreglamos nos da confianza y poder. Amo ser mujer y quiero expresar eso
en mi arte”, define la colombiana. Cuando se desempeñaba en una agencia de publicidad en Ámsterdam, sus compañeros de oficina grafiteros la invitaron a documentar una pintada, ya que lo suyo era la fotografía. Tras esa experiencia, que data de hace quince años, hizo su primer esténcil. La estética moderna y vanguardista de sus personajes tienen un toque de punk y otro de humor. “En un mismo diálogo visual fusiono el objeto de deseo de muchas y el objeto de prejuicio de todos. Lo que pego en las paredes es justamente eso: las prendas que todas queremos tener, con cabezas que representan los prejuicios que existen hacia nosotras. Queda algo bastante absurdo, pero que habla de lo que está ocurriendo. Son mensajes que tocan el alma”, advierte Lajaxx.
Dialéctica urbana
“Olía a pintura fresca, para ellos el mejor olor del mundo, olor a gloria urbana, libertad ilegal”, escribió Arturo Pérez-
Reverte en El francotirador paciente. Cada cual con su propia técnica y paleta, los artistas urbanos dejan su huella en cuanta superficie se les ponga
adelante. “Yo no veo diferencia entre un lienzo y una madera; entre el hormigón y el concreto. Obviamente, el tiempo de vida de cada uno es distinto, pero cada uno es interesante a su manera. Al trabajar a cielo abierto, las personas que pasean por allí son parte del proceso de tu obra. Opinan si les gusta, si no… En definitiva, serán ellos quienes la observen
diariamente, lo cual es una satisfacción, pero, a la vez, una responsabilidad” , aclara la mexicana Paola Delfín, quien se destacó en el miamense distrito Wynwood y en ciudades como Berlín, Barcelona y Roma. Aunque su cora
zoncito quedó en Ucrania. “En 2016 pinté en Kiev, para Art UnitedUs, sobre un edificio enorme de trece pisos. Tuve que trabajar a cuarenta metros de altura, sobre una hamaca eléctrica terrorífica. Además… ¡hacía un frío! Fue un reto tremendo que me dejó extenuada, pero
superagradecida. Soy una afortunada porque no solo conozco destinos increíbles, sino que en el camino me cruzo con gente hermosa. Aspiro a seguir evolucionando y experimentando”, apunta. Los artistas urbanos son como cazadores clandestinos que se mueven ágilmente por las calles. Allí se encuentran con quienes están a favor y con quienes alzan su voz de protesta. “Tenemos nuestros códigos, y uno de ellos es fomentar la cultura del respeto. La clave está en hacer bombing –en la jerga, salir a pintar– o tag –firmas, garabatos– de calidad. A mí me parece horrible rayar rincones históricos. En mi país se garabatearon lugares arqueológicos, monolitos y cuevas con pinturas rupestres. Cuando pasa eso, o cuando se interviene el hogar de un vecino que con esfuerzo mantiene sus paredes limpias, siento que me infarto. Eso sí: faltan espacios realmente públicos para pintar, aunque los más puristas dirían que así se perdería el sentido ilegal que le da origen al grafiti”, aclara Brancamontes. Delfín coincide: “Pese a todo, cada vez se valora más la labor de los muralistas, gracias a innumerables obras de gran impacto”. Mientras Correch fantasea con crear imágenes no publicitarias que amplíen la visual de los transeúntes (“Imágenes sin hegemonía, que se presten a la imaginación y compitan con los bombardeos de consumo a los que estamos expuestos”), Brancamontes cuenta que en el Viejo Continente transformaron fábricas y casas abandonadas en museos
contemporáneos. “Performance, videomapping, grafiti, todo fantástico. Lo miro y digo: ‘¡Guau, funciona a la perfección!’. Lo que solemos olvidar es que el arte urbano es producto de una sociedad, con sus ventajas y desventajas, y hay que convivir con eso”, concluye.