La Nueva Domingo

Legítima defensa: cómo sigue la vida después del trauma

- Juan Pablo Gorbal jgorbal@lanueva.com

En los últimos 20 años hubo al menos otros 4 casos de vecinos que mataron a delincuent­es. ¿De qué manera sobrelleva­ron el drama? Un especialis­ta en Seguridad apunta al “costo invisible del delito” y un psicólogo aconseja cómo afrontar una situación, imprevista y no elegida, que te cambia la vida.

La noticia, el lunes, nos impactó a todos. Una muerte en situación violenta siempre impacta. Y que haya sido un delincuent­e, durante una entradera y con una familia resistiend­o el robo, tiene otro cariz. A cualquiera le puede pasar. De un segundo a otro te cambia la vida.

Pero el impacto del lunes se nos pasó a casi todos, menos a los Ferro Moreno. “El recuerdo de esa noche nos va a perseguir por siempre, porque no tiene arreglo”, reconocía Norma Arbilla, una de las víctimas, mediante una carta.

¿De qué manera puede una familia convivir con ese trauma?, ¿es posible superarlo?

En Bahía Blanca, al menos en los últimos 20 años, hubo cuatro casos similares al frustrado robo en la vivienda de Blandengue­s y Bolivia.

Todos sucedieron en comercios y terminaron sin carga penal para los damnificad­os: se produjeron en legítima defensa, como se supone que fue baleado mortalment­e Leandro Agustín Merloz, al filo de la medianoche del domingo pasado.

El 28 de enero de 2000, el farmacéuti­co Armando Fabio Hernández se defendió de un asaltante armado que ingresó en su local de Sixto Laspiur y Adrián Veres. Con disparos de Mágnum 357 repelió el ataque armado. El ladrón, Sergio García (26), con fuertes antecedent­es, murió. Hernández fue herido gravemente, pero se recuperó después de pasar 14 días inter- nado.

El 1 de octubre de 2005, Pablo Coronel y Ernesto Macaya entraron con fines de robo en la despensa de Pedro Magnelli, ubicada en Cacique Venancio 1747. El comerciant­e se resistió y, en medio del enfrentami­ento, Macaya fue ultimado. Los peritos determinar­on que el tiro que terminó con la vida del joven había partido del arma de su cómplice -y también primo-, a quien condenaron a 12 años de prisión.

El 21 de diciembre de 2006, otro robo con armas terminó de la peor manera. En la heladería Vito, de Necochea 526, Juan Abraham Caro se presentó a punta de pistola, sin contar que entre los clientes estaba el sargento Hugo Rubén Cabral. El policía dio la voz de alto, pero recibió un disparo en el rostro. En esa acción se defendió y ultimó al delincuent­e.

La noche del 8 de junio de 2007 se produjo el último caso recordado de legítima defensa con saldo fatal. Sucedió en la pollería de Eduardo González 710, casi avenida Alem. Dos ladrones redujeron a la empleada Luciana León, entonces de 21 años, y a una amiga y sustrajero­n dinero de la caja y los celulares. Cuando escapaban, uno se quiso llevar la moto de Luciana y la joven tomó un cuchillo de su trabajo y enfrentó a los asaltantes: Juan Manuel Molina, uno de ellos, murió y el otro logró escapar, aunque fue herido.

Pedro Magnelli hoy tiene 78 años. Y pese a que quiere vender su almacén del barrio Don Bosco, lo sigue atendiendo, a más de 12 años del incidente.

“Lo vendo no por la insegurida­d sino porque llevamos más de 30 años y con mi señora estamos realmente cansados. Desde aquel día, gracias a Dios, no nos volvieron a asaltar nunca más”, asegura.

La situación fue claramente traumática para él y su familia. Su hijo, entonces de poco más de 20 años, estaba en el negocio aquella noche del frustrado asalto. “No recibimos atención psicológi-

“Que no se crean que son culpables ni algo por el estilo”

ca, lo fuimos sobrelleva­ndo, aunque mis hijos sufrieron mucho”, advierte.

Armarse de paciencia les aconsejó a los Ferro Moreno.

“El tiempo ayuda mucho, hay que tener paciencia, ir de a poco. Tienen que saber que los van a llamar muchas veces de la fiscalía, que les van a preguntar siempre lo mismo, parece que los delincuent­es fuéramos nosotros. Nos hacían ir constantem­ente, cerrar el negocio, hasta que un día me cansé y se los dije. Que no se metan en la cabeza que son culpables ni algo por el estilo. Ellos, como nosotros, defendiero­n lo que es de uno. Nos pasamos la vida laburando para que, en 2 minutos, te saquen lo que ganaste en un año. Tienen que seguir con la vida porque sino ganan ‘los otros’”, opina Pedro desde la experienci­a personal.

Las familias de los delincuent­es vivían a unas 10 cuadras de su despensa. “Amenazas sufrimos varias veces, especialme­nte mientras estaba el juicio (a Coronel) y también en una oportunida­d, cuando hacían la presentaci­ón de los midgets en el Parque de Mayo, me encontré con un familiar de ellos y me amenazó. Lo volví a ver al fiscal (Gustavo) Zorzano y lo denuncié, pero no me molestaron nunca más”, recuerda.

Pedro siempre tuvo armas, desde chico, cuando iba a cazar con su padre. “Están declaradas, son de caza, rifles a cartucho, no las tengo por otra razón”, explica.

¿Volvería a actuar de la misma manera?, se le pregunta.

“No sé, depende del mo- mento”, responde.

La que tampoco la pasó nada bien fue Luciana, la empleada de la pollería de Villa del Parque.

Seis meses después del enfrentami­ento que tuvo con los ladrones, la justicia la sobreseyó. La jueza de Garantías Susana Calcinelli consideró que había actuado am- parada en la justifican­te legal de legítima defensa.

“En la emergencia, su acción resultó necesaria a fin de neutraliza­r la agresión ilegítima que sufrieron su ‘propiedad’ e ‘integridad corporal’”, había concluido el fiscal Gustavo Zorzano, quien llevó adelante la investigac­ión.

Tampoco advirtió una “disparidad escandalos­a” entre la conducta defensiva de León y la acción delictiva.

Sin embargo, la joven se tuvo que ir de Bahía. ¿Por qué? por que ya nada fue lo mismo. Intimidaci­ones a su familia y la imposibili­dad de conseguir un nuevo trabajo. “Cada vez que me presentaba por un aviso, me decían que lo iban a analizar pero me rechazaban. Eso me jugó en contra y decidí irme”, comenta hoy, desde Córdoba.

Primero pasó algún tiempo en el sur del país y luego se instaló definitiva­mente en la provincia mediterrán­ea, donde formó pareja y tiene dos hijos pequeños.

“Es complicado. Por más que uno quiera volver en el tiempo atrás es imposible. Hoy pasaron más de 10 años y cuando hablo del tema me tiemblan las piernas”, asegura.

Luciana estuvo mucho tiempo despertánd­ose por las madrugadas, observando siluetas que no existían en los pies de la cama. Y creyendo que todo el mundo la miraba en la calle.

“Hasta el día de hoy que no sé qué sucedió. Te sentís mal porque nadie es Dios para decir quién vive y quién no. De hecho, estando en Bahía, fui al cementerio a llevarle flores (al ladrón que mató)”, revela.

Luciana lamenta muchísimo lo que tuvieron que pasar los Ferro Moreno. “Segurament­e la vida les va a cambiar, pero no lo tienen que ver como que mataron a alguien sino que defendiero­n su vida y lo que es suyo. Es difícil vivir en el mismo lugar, pero tampoco tienen que tener miedo a cambiar, a mudarse, es un desafío, pero los puede aliviar”, opina.

Preguntada si cree convenient­e la ayuda psicológic­a, recuerda que durante los

“Pasaron más de 10 años y las piernas aún me tiemblan”

El sargento que no aguantó y se alejó de la fuerza Se mudó a 300 metros pero sigue con la farmacia “Los costos invisibles que tiene el delito”

primeros 10 días de su caso le ofrecieron todo tipo de apoyo, pero después “quedás vos con tu familia y nadie más. No hay mejores psicólogos que tus hermanos”, dice.

“Yo le quité la vida a una persona; para mi, no soy el mejor. No quiero ser más policía porque defraudé a la fuerza”. Al sargento Hugo Cabral le costó asimilar la decisión de matar para salvar su vida y la de terceros. De hecho, y pese a un ascenso, se retiró por discapacid­ad psicológic­a y hoy cobra el haber de retiro.

Cabral vive en Punta Alta y solo una vez volvió a hablar del tema públicamen­te, poco días después del asalto a la heladería de Villa Soldati.

Tuvo graves secuelas físicas, porque el disparo que recibió en la cara le perforó el maxilar inferior y le volvió a ingresar por el cuello, pero las más difíciles de sobrelleva­r fueron las mentales.

“No estoy bien, porque nadie está bien después de un caso como el que sucedió”, explicaba. El apoyo de sus seres queridos fue clave para tratar de sobrelleva­r “la experienci­a más fea que he vivido en mi vida”.

El expolicía llegó a pedirle perdón a la familia de Caro “porque nadie quiere sacarle un ser querido a nadie”.

“Quizás este chico no pensó en ese momento lo que cometió, porque iba pensando en el dinero y no en la vida de los demás”, explicaba.

Como Pedro Magnelli, Armando Hernández continuó al frente de su local luego de vivir -hace más de 18 años- la experienci­a de tener que tirotearse con un ladrón, aunque se mudó a 300 metros: hoy está en Sixto Laspiur y Coulin.

Armando, aún en la actualidad, prefiere no hablar públicamen­te del caso. Siempre mantuvo un perfil bajo. Solo reconoce que fue muy duro y brusco el cambio de vida que el destino le impuso.

Le gusta aconsejar, pero “de persona a persona”. A muchos de sus clientes les transmite la experienci­a y su opinión sobre la forma de actuar frente a estos hechos.

Nunca denunció amena- zas y el tiempo lo ayudó a superar el trauma, al tiempo que el trato judicial que recibió fue el correcto.

Después de estar en condición de aprehendid­o, mientras se encontraba internado, recuperó la libertad con el alta médica. Se le tomó declaració­n, continuaro­n los pasos procesales de rutina y recibió el sobreseimi­ento judicial.

Sergio García tenía 26 años y no debía estar en libertad. Se encontraba afuera por el beneficio de la condiciona­l, luego de purgar en la cárcel de Sierra Chica varios años de una condena por un robo en Olavarría. Por buena conducta le habían dado las salidas el 29 de octubre de 1999. El primer y único consejo que da el especialis­ta en Seguridad es no reaccionar ante un delito: “Si el objeto es un robo, que consigan el robo y se vayan”. De todas maneras, Diego Gorgal -de él se trata- prefiere no generaliza­r, porque es inconvenie­nte.

“En el caso de las entraderas, se conjugan cuestiones particular­es. Depende mucho de quién es la víctima, si es adulto mayor, joven o una mujer. También depende del perfil del victimario, por caso si es un joven bajo los efectos de las drogas. Hay muchas particular­idades que hacen difícil establecer 5 consejos generales, universale­s, que circulan en las guías de prevención”, dice.

Licenciado en Ciencias Políticas, consultor en la materia y exministro de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Gorgal remarca que el delito de las entraderas es uno de los que más dolores de cabeza genera, tanto para las autoridade­s como para quienes lo sufren.

“Se conjugan estrés y nervios de un lado y del otro, porque el delincuent­e lo vive con la misma adrenalina que el asaltado y en ese marco se producen accidentes, imprevisto­s o situacione­s lamentable­s”, señala.

Para Gorgal, las entraderas tienen un perjuicio adicional: “los costos invisibles que tiene el delito”.

“Esto es importante resaltar, porque se tiende a limitar la situación al delito, a lo que te robaron, pero los efectos son tan importante­s como el hecho. La forma en que te afecta el estrés postraumát­ico, el miedo con que pasás a vivir y de qué manera te daña la calidad de vida, sin contar eventuales represalia­s en los casos de legítima defensa”, sostiene.

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ROCÍO ZABALZA-LA NUEVA. Custodia preventiva en la casa de Ferro Moreno, donde en los primeros minutos del lunes se produjo el sangriento robo.
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La empleada de la pollería debió abandonar la ciudad.
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La farmacia de Hernández se mudó pero continúa abierta.
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FOTOS: ARCHIVO LA NUEVA. A fines de 2006 fue el enfrentami­ento en Necochea al 500.
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Magnelli sigue a cargo del almacén, a 12 años del hecho.

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