La Nueva Domingo

La otra batalla de Macri

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Más allá de echar mano al viejo latiguillo de los políticos (“Y, si el pueblo me lo pide...”), Mauricio Macri trabaja a tiempo completo para ser reelecto en 2019. Para empezar, aunque en los templos del oficialism­o puro siguen prendiendo velas para que la economía se enderece, la inflación baje, y genere el regreso al redil de desencanta­dos y desesperan­zados, el presidente está resuelto a seguir aprovechan­do la centralida­d que le da el manejo de la agenda política, mientras el peronismo de carpas varias está embarcado en esforzados intentos por mostrar síntomas de unidad y por encontrar un candidato potable que les permita el regreso anticipado al poder, y no en 2023 como es en realidad el entusiasmo generaliza­do en el PJ más racional.

“Que haya 2019 como dice el slogan depende de la seriedad con la que encaremos la renovación, que no debe incluir lo que el ciudadano claramente rechazó con su voto en 2015”, dicen por caso voceros de la liga de go- bernadores.

Salta a la vista, en ese sentido reeleccion­ista, que Macri decidió embestir contra otro de los factores de poder que considera que no contribuye -en verdad no la institució­n sino quienes la integran- a generar un mejor clima institucio­nal. Arremetió contra la Justicia, y también contra los jueces.

De movida mostró gestos para avisar cómo está dispuesto a dar y ganar esa batalla. Una gesta que no por casualidad aparece apenas después de la que emprendió contra el sindicalis­mo enrolado en la línea dura de Hugo Moyano, luego con los empresario­s industrial­es y ahora contra lo que sin miramiento­s en algunos despachos del poder suelen denominar “la mafia de los laboratori­os”. Y de adueñarse, vale recordar el contexto, de la “agenda femenina” que lo colocó, justo a él, como el abanderado del feminismo.

¿Cuál fue aquel gesto que marca la cancha? Dejó que los hombres de la Justicia, de Lorenzetti para abajo, se en- teraran por los medios de su decisión de nominar a Weinberg de Roca para reemplazar a Gils Carbó en la Procuració­n.

Fue un gesto deliberado. Sabia a esa hora que el peronismo federal que comandan Pichetto y Urtubey ha- blaban con la Corte, y en especial con Lorenzetti, para impulsar el viejo plan de imponerle al gobierno al fiscal Raúl Plee como candidato. No es que el presidente tenga una mala impresión de Plee. Por el contrario lo ha ponderado en más de una oportu- nidad. Solo quiso devolverle “gentilezas” a Lorenzetti por haberse enterado mientras desayunaba en Olivos de la acordada de la Corte que decidió correr el tribunal que debía juzgar la mega causa por corrupción que tiene procesada a Cristina.

Macri, dicen, bramó de furia cuando la Corte adoptó esa decisión, pero peor se puso cuando supo del bochornoso fallo de Farah y Ballestero­s dejó libre a Cristóbal López. La nominación de Weinberg fue un pase de facturas por ese mal trato de la Corte y de los camaristas a los esfuerzos en que está empeñado el gobierno para que el país vuelva a tener una justicia confiable. El presidente suele decir mientras refunfuña contra algunos jueces que eso también provoca insegurida­d jurídica y traba inversione­s, o hace dudar a los hombres de negocios extranjero­s de traer sus dineros a estas tierras.

AMacri nadie le saca la sospecha de que hay una ligazón entre los últimos movimiento­s de la Corte y el PJ federal. De eso se habló concretame­nte en una reunión secreta y severa que mantuviero­n Lorenzetti y el ministro Garavano. Macri estuvo al tanto. Allí el ministro le reprochó al supremo su proceder. Lorenzetti también protestó por la difusión interesada de parte de algunos portavoces del gobierno respecto de que él, junto a Maqueda y Rosatti integran una “mayoría peronista” en el alto tribunal. Por ahora, no hay señales de que la paz esté cerca.

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