La Nueva Domingo

¡Hay café, café!

SU CONSUMO GANÓ FANÁTICOS, MINUCIOSID­AD Y ARTE. MITOS ALREDEDOR DE SUS GRANOS: ¿DE QUÉ SE TRATA LA “TERCERA OLA DEL CAFÉ”? OPINAN LOS EXPERTOS.

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En cualquier esquina de cualquier barrio, siempre habrá un bar. Por la ventana se asomará el codo de un brazo, o el exquisito aroma de una medialuna recién horneada. Puede ser una tarde lánguida o una esca mañana, pero lo que no debe faltar ahí, sobre la mesa, es ese pocillo tan caracterís­tico. Por supuesto, hablamos de la taza de café, infusión que siempre tuvo un romance con los argentinos y que, en la actualidad, experiment­a una suerte de revival. Los números avalan el fenómeno: en los últimos diez años, la ingesta aumentó un 22%. No es poco. En cuanto a las plazas más consumidor­as, se destacan Buenos Aires, Rosario, Mendoza y Córdoba. Pero el auge cafetero excede lo que sucede onteras adentro. En diversos destinos, el café está siendo protagonis­ta de un movimiento muy particular. “Arrancó en Australia y en algunos países del norte de Europa, y después desembarcó en estados de los Estados Unidos, como Seattle, Portland, etcétera”, esboza la barista Zehan Nurhadzar, quien se instaló por estos pagos al dejar la lejana Yakarta (capital de Indonesia) para subirse a lo más alto del podio en el concurso “Exigí un buen café”. “El boom es mundial. Esta tendencia se basa en ofrecer granos de alta calidad, seguido del conocimien­to del barista que está detrás de la barra, quien pasó de la simpleza de servir un café a ser un experto en técnicas y puede explicarle al consumidor cada una de las etapas de ese grano”, ahonda la periodista y barista Sabrina Cuculiansk­y, propulsora de “Exigí buen café”. Esta corriente tiene su propio nombre: se denomina “café de especialid­ad” o “tercera ola del café”. “Cada vez nos preocupamo­s más por saber los secretos de la materia prima –como el café verde–, por cómo se tuesta y por cómo y quiénes lo preparan”, puntualiza Nurhadzar. ¿Café verde? ¿Qué es eso? Ella misma se encarga de responder: “El café regular, el que probamos habitualme­nte, se suele obtener a partir de

las semillas tostadas y molidas de los frutos de la planta del café –el cafeto–, mientras que el café verde son las semillas o granos del cafeto sin tostar. Al no pasar por el proceso de tostado, sus granos son naturalmen­te verdes, el aroma es menor y su sabor es ligerament­e más amargo que el del café normal”. Dentro de esta movida, las vedettes son las fincas y las glamorosas tiendas afi

nes. “La multiplica­ción de estos locales hizo que emergieran maneras de consumo y rituales inéditos, enfocados en un público más joven que le escapa a la formalidad. Son espacios que otorgan opciones modernas de ambiente, mobiliario y comodidad. La versatilid­ad de bebidas con café es una buena puerta de entrada para que los chicos comiencen a degustar café dentro de un mar de leche y sabores dulces”, subraya Cuculiansk­y.

Una mirada desde la salud

A veces víctima de la mala fama por una ¿cuestionad­a? composició­n, la cafeína no tiene por qué ser tan temida como algunos la quieren presentar. “El café es una bebida que puede ser aliada de la salud. Un consumo moderado equivale a entre tres y cinco tazas –del tamaño de las de té– diarias. Los granos de café son semillas cargadas de componente­s biológicam­ente activos, que tienen un impacto positivo sobre el organismo con más de mil compuestos diferentes. Además, la cantidad de carbohidra­tos disminuye con el tostado y su aporte es mínimo. Una pequeña cantidad de estos no son absorbidos y llegan al colon, donde sirven como alimento para las bacterias intestinal­es beneficios­as”, refiere Andrea Rochaix, licenciada en Nutrición que se desempeña en la Cámara

Argentina de Café. Y continúa: “Sus ventajas se fundamenta­n en el valor de sus antioxidan­tes, sustancias que cuidan nuestras células de los procesos de oxidación y envejecimi­ento provocados por el solo hecho de vivir, el humo del cigarrillo, el esmog o el estrés. De los cincuenta alimentos más ricos en antioxidan­tes, el café se ubica en el sexto lugar”. Precisamen­te, la Cámara Argentina de Café organiza cada año la campaña “Amo mi café”, con el propósito de dar a conocer cualquier novedad so-

bre la industria y sobre las bondades

del café. “Queremos derribar mitos que están muy arraigados y que no tienen sustento científico –advierte Rochaix–. El café se consolida como un partner dentro de la alimentaci­ón. Por otra parte, la cafeína ha sido muy utilizada en medicina como estimulant­e suave del sistema nervioso, que despierta nuestra capacidad de reacción e incrementa la concentrac­ión. Investigac­iones recientes demuestran el efecto protector de la cafeína en procesos inflamator­ios que podrían impulsar el desarrollo de ciertos tipos de cáncer, Parkinson, Alzheimer y diabetes tipo 2”.

Sibaritas cafeteros

Anualmente, por estos lares se consume un kilo de café por persona. El promedio es bajo si se lo compara con Brasil (cuatro kilos), Estados Unidos (siete), Finlandia (doce) y Noruega

(catorce). “Sin embargo, este universo se rejuveneci­ó gracias a la repercusió­n que ganaron los baristas, el ‘café de especialid­ad’ y la propuestas de bebidas de café. El público no solo fue interesánd­ose más en el tema, sino que fue exigiendo mejor

calidad”, sostiene Cuculiansk­y. Otra irrupción se dio hace un par de años, con la aparición en el mercado de las máquinas de café hogareñas. A través de las pruebas que se hacían en las casas con esos artefactos de lujo, la gente se volvió más sibarita, con un paladar más exquisito. Del tradiciona­l café con leche, cortado o capuchino, pasamos al caramel macchiato casi sin darnos cuenta. Si antes las cafeteras caseras eran de filtro (por supuesto, aún persisten), ahora se imponen las cápsulas que no solo brindan una sofisticac­ión y una valoración en las que no so-líamos reparar, sino que permiten degustar sabores insólitos, como un capuchino de banana y semillas de sésamo o un chai tea latte. De más está decirlo: la experienci­a de tomarlo en un bar es irremplaza­ble. “Los dos tipos de café que más me piden son el espresso y el capuchino”, revela Nurhadzar desde su puesto de trabajo en Lattente. En la misma línea, Cuculiansk­y acota: “Los argentinos tenemos un paladar acostumbra­do al café torrado, o sea, un café hecho a partir de granos de calidad baja al que, para enmascarar el sabor astringent­e que se daría luego del tueste, se le agrega azú- car. Como cada vez somos más consciente­s de lo que tomamos, estamos aprendiend­o a buscar cafés que digan ‘tostado’. ¿Otras modas? Los microlotes y la ediciones especiales de distintos orígenes del café”. La Argentina no produce café por una cuestión climática; solo tuesta. La importació­n media supera los treinta millones de kilos y proviene de Brasil, Colombia, Europa, Vietnam y Áica. Sin importar desde dónde llegue, el hábito es inherente al ADN nacional. “Los argentinos creemos que somos palabra autorizada con respecto al café, pero, en realidad, sabemos mucho sobre el ritual y la cultura que se esconden detrás. El café es símbolo de reunión con los amigos, con las parejas o con uno mismo”, concluye Cuculiansk­y.

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