La Nueva Domingo

NINGÚN JUEGO

UNA MUESTRA ITINERANTE EXHIBE PIEZAS ASOMBROSAS CON LOS FAMOSOS LADRILLOS DE PLÁSTICO. SU CREADOR, EL ESTADOUNID­ENSE NATHAN SAWAYA, SENTENCIA: “HAY QUE DEMOCRATIZ­AR EL ARTE”.

- Por Aníbal Vattuone. Fotos: Gentileza entrevista­do.

Bill Clinton lo apodó “El Picasso de los Legos”. Se trata del estadounid­ense Nathan Sawaya, quien se destaca por construir piezas con los famosos ladrillos de plástico. Su muestra itinerante es un éxito mundial. A conocerlo.

Como a todos los chicos, a Nathan Sawaya le gustaba jugar, dibujar, escribir historias y hacer trucos de magia. Pero, sobre todas las cosas, le fascinaba armar y crear formas a partir de sus amados Lego, los divertidos y prácticos bloques de plástico interconec­tables. Nunca pensó que esa pasión lo llevaría a ser el hombre que ya ostenta más de cuatro millones de piecitas en sus talleres de Nueva York y Los Ángeles. Menos que menos, que con ellas recorrería el mundo con su muestra itinerante “El arte del ladrillo”, y que hasta los mismísimos Bill Clinton y Donald Trump le encargaría­n esculturas en exclusiva.

Sawaya nació en Colville, estado de Washington, y creció en Veneta, Oregón. A los primeros que dejó boquiabier­tos con su talento fue a sus propios padres. “En su momento pedí un perro, pero mi familia no pudo comprarlo, por lo que decidí construir con los Lego uno de tamaño natural. A partir de allí, comprendí que podía trasladar a la realidad todo lo que imaginaba, que no me tenía que limitar a los modelos que figuraban en el frente de la caja. No había límites, y no tenía por qué seguir las instruccio­nes” recuerda quien llegó a levantar una ciudad completa que ocu- paba más de 10 metros cuadrados. Antes de lanzarse de lleno a lo que es su actual ocupación, Sawaya ingresó, a principios de 2000, a Winston & Starwn, un estudio de abogados originario de Chicago, con sedes en tres continente­s. Rápidament­e, se convirtió en una de las jóvenes promesas del estudio, haciendo a un lado su pasatiempo favorito. “Cuando terminé la universida­d, no tenía fe en mi arte como una carrera viable, amén de que siempre aparecen las presiones sociales para seguir una carrera profesiona­l. Pero como abogado me faltaba algo –se sincera–. Después de un largo día en la oficina, mis colegas iban al gimnasio o a tomar una copa… Yo, en cambio, necesitaba una salida creativa. A veces pintaba, otras dibujaba y hasta esculpía. Un día me desafié a crear esculturas con mis queridos juguetes de la infancia. Lo hacía tras la jornada laboral y los fines de semana. Era mi manera de relajarme”. Sawaya cayó en la cuenta de que era el momento de darle un giro a su vida. “Mi departamen­to estaba repleto de esculturas. Mi primera exposición fue virtual, a través de un sitio web que hasta me encargó un par de obras. Finalmente, me animé y pateé el tablero: dejé mi trabajo diario para convertirm­e en un artista de tiempo completo. Fue tan aterrador como liberador. ¡Tenía el control de mi propio destino! La mañana siguiente a dejar el estudio de abogados fue el comienzo de una aventura emocionant­e. Hoy digo que el peor día como artista es mucho más reconforta­nte que el mejor día como abogado”, profundiza. El cambio de rumbo tuvo un efecto positivo inmediato. “Casi sin pensarlo, empecé a reproducir objetos en cantidad y a subir las fotos de lo que hacía a mi página de Internet. ¡Al cabo de unas semanas, llovían los pedidos! En un par de meses, la web colapsó”, se enorgullec­e.

– Sos hijo de un ingeniero civil. ¿Cuánto influyó eso?

–Puede que haya algo genético. Cuan- do estoy construyen­do grandes esculturas, definitiva­mente hay un poco de ingeniería dentro del diseño.

–¿Por qué suponés que tus creaciones impactan tanto?

–A lo largo de mi propio viaje personal, aprendí que el arte no es opcional, sino imprescind­ible. Cuando era abogado, no era feliz, pero el arte resignific­ó este punto. Y no soy el único que se ve afectado positivame­nte por el ejercicio de la creativida­d. Está demostrado que los estudiante­s rinden mejor y obtienen altos promedios de graduación cuando el arte tiene una fuerte presencia en su plan de estudios. También es un gran aliado para varios tipos de terapia y recuperaci­ón. Sin dudas, el arte te permite alcanzar un alto nivel de salud mental y física.

–¿Qué te obsesiona como artista?

–Creo que mi rol es inspirar; por lo tanto, deseo que más individuos puedan apreciar mis obras en vivo y en di-

recto. Una cosa es verlas en fotos, vía Internet o en un artículo como este, pero las personas tienden a experiment­ar una fuerte reacción cuando las ven en vivo. Con mi muestra ya visité varios países, pero todavía quedan muchos en el camino. Y mi intención es que nadie se quede sin verla.

–¿Cuál es tu obra preferida?

–Es difícil decirlo. Es como optar por un hijo u otro. Aunque suene a lugar común, mi favorita es en la que estoy trabajando ahora, en este preciso ins- tante. ¿Por qué? Porque pongo toda mi energía en ella, me aboco día y noche a terminarla.

–¿Y hay algo en particular que quieras reproducir?

–En rigor, el desafío mayor es crear obras originales. Antes hice réplicas de obras famosas de la historia con la intención de acercar a los más jóvenes al arte. Así fue como repliqué la Venus de

Milo, La Gioconda e, incluso, La noche estrellada, de Van Gogh. Pero eso ya no me despierta curiosidad. Estoy enfocado en obras más modernas.

Arte para todos

Antes de cautivar a propios y extraños con sus adorados Lego, Sawaya probó suerte con materiales como el alambre, y hasta creó mosaicos con caramelos de colores. “Esculpí con medios más tradiciona­les, como la arcilla; encaré una serie esculturas con tapas de botellas, con dulces… Pero soy más feliz cuando creo con estos ladrillito­s. Lo que más me seduce de ellos es que transforma­n el arte en algo muy accesible. Al utilizar como medio el juguete de un niño, los públicos de todas las edades y procedenci­as pueden vincularse con las obras. Descubrí que las familias que nunca estuvieron en una galería de arte se sienten atraídas por mis creaciones debido a la familiarid­ad con el juguete. Es más: en cierto sentido, al valerme de algo que cualquiera puede tener en su casa, estoy hablando de democratiz­ar el arte”, reflexiona. En todo el planeta, apenas doce personas pueden vanagloria­rse de tener el título de “Profesiona­les Certificad­os Lego”. La compañía danesa lo otorga a quienes considera “socios privilegia­dos” por distinguir­se a la hora de promover la afición por los emblemátic­os ladrillos. Por supuesto, uno de ellos es Sawaya, único de los miembros del “Club de los 12” nombrado “Constructo­r Master de la Academia Lego”.

–¿Tu arte es una forma de seguir jugando? ¿De regresar a la niñez?

–En cierto modo, sí. Creo que todo se resume en una sola palabra: explorar. Los niños son quienes tienen la mejor imaginació­n, así que cuando me sumerjo en el proceso creativo, me remonto a aquella época. Inconscien­temente, quiero regresar a mi infancia para aprovechar esa imaginació­n.

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Manos a la obra. Nathan Sawaya en su taller, donde cuenta con más de cuatro millones de los clásicos ladrillos.
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El esqueleto de tiranosaur­io es su única pieza paleontoló­gica. Tiene 6 metros de longitud y demandó 80.000 piezas.
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Versión libre de un ícono mundial: la Estatua de la Libertad.

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