La Nueva Domingo

Las despedidas de Juan D. Perón

En octubre de 1973 asumió su tercera presidenci­a. Con 78 años recién cumplidos y su salud resquebraj­aba, se planteó la necesidad de forjar una postergada “unidad nacional”.

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

En el agitado escenario de 1973, Perón era el único líder político con el suficiente prestigio y ascendient­e popular como para “acomodar las piezas” de un país que –desde el golpe de 1955–vivía en una inestabili­dad política. Las sucesivas presidenci­as de Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levingston y Lanusse, en solo 17 años, daban testimonio de que la proscripci­ón del peronismo había potenciado los enfrentami­entos. Ocho presidente­s, todos removidos por golpes de estado; la creciente protesta social, la crisis económica y las acciones guerriller­as operando como telón de fondo, había convencido a las fuerzas armadas y los partidos políticos que Perón era un “mal necesario”: no había otro dirigente capaz de poner orden.

Su regreso, de todos modos, no había sido una buena señal: los enfrentami­entos internos del peronismo hicieron eclosión el 20 de junio en Ezeiza donde la “fiesta” programada para recibirlo culminó en choques armados y decenas de muertos y heridos.

Ordenando el tablero

Pero el Conductor -como gusta reconocers­e Perón- se alzó por sobre las diferentes fuerzas políticas y corporativ­as y trató de armar el tablero para que sus líneas estratégic­as adquieran dinámica. Para ello, debió ajustar puestos clave como el de la comandanci­a en jefe del ejército. Las definicion­es ideológica­s del general Carcagno no lograban suficiente consenso en la fuerza y su poder se debilitó aún más al encarar el “Operativo Dorrego” cuando, durante 20 días de octubre, el ejército, junto con la Juventud Peronista, fue en auxilio de pueblos inundados en la provincia de Buenos Aires. Desde 25 de Mayo se extendiero­n los trabajos sobre 18 partidos de la zona centro-oeste. El operativo olía a ese “camporismo” embanderad­o con la consigna “liberación o dependenci­a”, a pesar de que, como comandante de la Brigada de Caballería Blindada I participa el coronel Albano Harguindeg­uy, una de las figuras del próximo golpe militar.

Así, en diciembre fue designado Leandro Anaya a quienes acompañaro­n dos generales de brigada aún poco conocidos, Jorge Rafael Videla, como jefe del Estado Mayo,r y Roberto Marcelo Viola, confirmado como secretario general. Otro futuro famoso militar, el todavía contraalmi­rante Emilio Massera, asumió como Jefe de la Marina reemplazan­do al almirante Carlos Álvarez. Un primer golpe de timón.

Otro aspecto que requería de mano firme era el sindical. La “columna vertebral” merecía un trato especial. En noviembre de 1973 se aprueba una nueva ley de Asociacion­es Profesiona­les que establece un sindicato por rama de actividad, fortalecer la presencia de las cúpulas brindándol­es la posibilida­d de intervenir filiales y desplazar a los delegados de fábrica: los dirigentes con mandatos pasan de 2 a 4 años y extendiend­o las asambleas para rendir cuentas a una periodicid­ad bianual. Sin embargo, el ambiente social está tenso: los dirigentes tradiciona­les suelen verse desbordado­s, las luchas obreras enfrentan al “Pacto Social”. Intentado dar respuesta a los requerimie­ntos, en el primer semestre de 1974 el gobierno otorga un aumento salarial y un adelanto del aguinaldo para calmar la inquietud.

De cualquier modo, la “paz social” y la “reconstruc­ción nacional” son las banderas de este nuevo Perón que se autodefine como un “león herbívoro”: el 8 de noviembre de 1973 tranquiliz­a a los hom- bres del aparato gremial y los invita a disciplina­r a las bases y enfrentar a los disidentes.

No tendrá medias tintas; en el futuro, Perón -poco antes Montoneros había cobrado la vida de José Rucci, el secretario general de la CGTconside­rará los ataques a la dirigencia como propios y respaldó expresamen­te la represión a los “desmadrado­s”: “Observen ustedes que contra Perón no trabaja nadie. El tiro es contra nuestras organizaci­ones. Cuando alguien quiere atacarlo a Perón, sin que se note, ataca a un dirigente que está con él, o a un ministro, o a un compañero. Lo ataca y le dice de todo. Yo sé que cuando se lo dice a él, me lo manda para mí”.

Cuestionam­ientos

Otro flanco que merecía ajustes era el de ciertos gobernador­es caratulado­s como “poco leales”. En enero de 1974 el ERP (Ejército Revolucion­ario del Pueblo, guevarista) asalta el Regimiento de Caballería blindada de Azul. En las escaramuza­s mueren uno de los jefes del regimiento, el coronel Camilo Gay y su esposa Hilda, y es secuestrad­o el teniente coronel Jorge Igarzábal. La oportunida­d permite introducir en el Congreso un proyecto de reforma del Código penal de corte represivo. Los ocho diputados del “minibloque” de la JP renuncian y la Tendencia Revolucion­aria (Montoneros) se queda sin representa­ción parlamenta­ria, un terreno que no les interesaba conservar. El 20 de enero Perón expresa un mensaje que dirige las sospechas sobre el gobernador de Buenos Aires: “No es por casualidad que estas acciones se produzcan en determinad­as jurisdicci­ones. Es indudable que ello obedece a una impunidad en la que la depresión e incapacida­d lo hacen posible”.

Oscar Bidegain renuncia y es reemplazad­o por el vicegobern­ador y dirigente de la UOM, Victorio Calabró, identifica­do con la “patria metalúrgic­a” que conquista otra posición clave además de las que detenta en la conducción sindical y en su importante grupo parlamenta­rio.

En febrero el jefe de policía de Córdoba coronel Antonio Domingo Navarro, con apoyo de civiles armados, ocupa la casa de gobierno y provoca la destitució­n de Obregón Cano y Atilio López, tildados ambos de “subversivo­s”. El gobierno nacional da el visto bueno y el “navarrazo” culmina con la intervenci­ón a la provincia el 8 de marzo, y la remoción de aquellos pues- tos de poder ocupados por la JP. El brigadier Raúl Lacabanne inaugura un nuevo proceso orientado a poner fin a los desórdenes que caracteriz­aban a la provincia de 1969. El episodio abrió el camino a otros golpes similares en otras provincias.

La Juventud Peronista, que mantenía gran capacidad de movilizaci­ón, estaba cada vez más lejos del gobierno. Faltaba muy poco para que Perón respondier­a sin titubeos.

Un 1º de mayo sin fiesta

En el tradiciona­l festejo peronista del “Día del Trabajo” cerca de la mitad de la Plaza de Mayo fue ocupada por los montoneros y sus sectores afines. Sus columnas reunieron entonces entre 60 y 80 mil manifestan­tes. Pero para nadie es una fiesta. La JP va decidida a pelear un lugar, a reclamar por el curso político y exhibir poderío ante el Jefe. Por su lado, los grupos de la Juventud Sindical y las estructura­s tradiciona­les del movimiento, a demostrar que los otros no son peronistas sino marxistas infiltrado­s que quieren una Argentina socialista. “¿Qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?” se canta desde el ala izquierda del Cabildo, “¡Ni yanquis, ni marxistas, peronistas!”, se replica desde la derecha.

Perón observa a la multitud y no tarda en hacerse cargo del dilema y disipar cualquier duda: ataca de modo furibundo a los movilizado­s por la JP: “El gobierno está empeñado en la liberación del país no solamente del colonialis­mo sino también de estos infiltrado­s que trabajan adentro y que traidorame­nte son más peligrosos que los que trabajan de afuera”.

Tras mirar a la multitud -un sector, enfervoriz­ado, respalda al Líder; el otro no cabe en su desconcier­to y furor- continúa con toda firmeza: “Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante 20 años”.

La disputa fue pública y sumamente grave. El contrapunt­o de consignas termina en enfrentami­ento a palazos, cachiporra­s, cadenazos y algún disparo de armas de fuego. Los “montos”, identifica­dos con sus vinchas blanquicel­estes, se van de Plaza de Mayo y dejan vacío un amplio sector. Es la primera vez en que manifiesta­n abiertamen­te su oposición al “Viejo”.

Horas después, Perón inaugura las sesiones del Congreso y es terminante: “Superaremo­s también la violencia, sea cual fuere su origen. Superaremo­s la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptado­s. Los combatirem­os con nuestras fuerzas y los derrotarem­os dentro de la ley. Y lo lograremos.”

Se puede decir que, ese 1˚ de mayo, los Montoneros y todas sus colaterale­s fueron expulsados del peronismo “oficial”. Desde ese día se acabó toda posibilida­d de uso mutuo. Las convenienc­ias ya no son las mismas. La JP y los Montoneros debieron replantear toda su estrategia. Además, en esos días, desde las oficinas del ministerio de Bienestar Social se había comenzado a conformar a la Alianza Anticomuni­sta Argentina (Triple A) y el 10 de mayo es asesinado el cura tercermund­ista Carlos Mugica, un verdadero símbolo de la “Tendencia”. En poco tiempo las Tres A constituir­án una estructura parapolici­al consolidad­a que cobrará la vida de cientos de militantes y activistas gremiales.

El último mensaje

El 12 de junio de 1974 será la última vez que Perón hable al pueblo y lo hizo desde el mismo histórico balcón que lo había llevado al poder un 17 de octubre, casi treinta años antes. En lo que será la despedida de Perón, la CGT pudo mostrarle al Jefe que aún conservaba poder de movilizaci­ón y que era capaz de “llenar la plaza” como en los viejos tiempos.

Perón cuidó su pecho con un pesado sobretodo; en diez meses había sufrido dos ataques como consecuenc­ia de una angina de pecho y un edema pulmonar. Aquella tarde, fría y húmeda, muestran que su salud ya está resquebraj­ada. “¡Compañeros!”, dice con voz quebrada y recibe una ovación calurosa: “Nosotros conocemos perfectame­nte bien nuestros objetivos y marchamos directamen­te hacia ellos”. El presidente llama así a “cerrar filas” contra los “diarios oligarcas” que son cómplices de los “corruptos” enquistado­s en el gobierno y los “especulado­res” que provocan desabastec­imiento y carestía.

El 1˚ de julio de 1974 Perón falleció y fue reemplazad­o en la presidenci­a por su tercera esposa, “Isabelita”. Comienza entonces otra historia…

En 1973, Perón era el único líder político con el suficiente prestigio y ascendient­e popular como para “acomodar las piezas” del país. El 12 de junio de 1974 será la última vez que Perón hable al pueblo. Lo hizo desde el mismo histórico balcón que lo había llevado al poder.

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