La Nueva Domingo

Sabrina Garciarena, en un gran momento de su carrera artística

DESPUÉS DE BRILLAR TANTO EN EL PLANO LOCAL COMO EL INTERNACIO­NAL, Y DE CONSOLIDAR SU FAMILIA, SABRINA GARCIARENA SE ATREVE A PROTAGONIZ­AR, POR PRIMERA VEZ EN SU CARRERA, UNA COMEDIA MUSICAL.

- Por Belén Herrera. Fotos: Estrella Herrera.

Sabrina Garciarena está de parabienes: su debut en una comedia musical le llega en su mejor momento profesiona­l y personal. Afianzada como actriz y consolidad­a en su familia con Germán Paoloski, se pone al frente de la clásica obra El violinista en el tejado.

Como de costumbre, el ritmo de la avenida Corrientes es vertiginos­o. Es martes a la tarde y la gente camina apurada mientras los autos avanzan a paso de hombre entre bocinazos y el mal humor de sus conductore­s. Un rato antes, Sabrina Garciarena fue una de las tantas que se embotelló intentando llegar desde Tigre –donde vive junto a su pareja, el periodista Germán Paoloski, y sus hijos, León ⑷ y Beltrán (10 meses)– hasta el Astral, en donde protagoniz­a El violinista en el tejado. Ahora, en uno de los camarines del teatro porteño, todo es serenidad. Mientras la maquillan, Sabrina habla pausado y no porque tema que se le corra el make up, sino porque está en su esencia: nada la perturba. De hecho, hasta se definirá como una “armonizado­ra del hogar”. La chica que viajaba de Ramos Mejía a Capital Federal y se perdía en la ciudad para anotarse en todo casting del que se enterara, se hizo famosa gracias al comercial de una marca de cerveza que se proponía reunir en un casamiento a todos los García y los González del país. Claro que detrás de esa cara bonita, ideal para publicidad, se escondía un talento que no pasó inadvertid­o para los directores de cine y TV. Así fue como les puso su impronta a Culpable de este amor, Costumbres argentinas, La ley del amor y Los ricos no piden permiso, entre otros programas, y a películas como Felicitas, Solos en la ciu

dad y Baires. Hasta triunfó en Italia y España, donde integró el elenco de las miniseries Terra ribelle, L’ombra del destino y Física o química. Este 2018 la encuentra con un desafío inédito: por primera vez se anima al género musical, poniéndose en la piel de Tzeitel en la obra en la que la acompañan Raúl Lavié y Julia Calvo. “Nunca pensé que iba a hacer algo así. En algún punto es como estar cumpliendo un sueño, porque es una historia que me encanta. La adoro desde que comienza hasta que termina. ¡No me canso de hacerla!”, admite.

–¿Cómo es Tzeitel?

–Es la hija mayor de una familia que vive en la zona rural de la Rusia de 1950. Mi papá, interpreta­do por Lavié, es el lechero del pueblo, que en esta versión tiene cuatro hijas. En aquella época existían casamenter­as que te decían con quién debías contraer matrimonio, y mi personaje, que es bastante revolucion­ario, rompe el molde y exige casarse con un amigo de toda la vida del que está enamorada. A la vez, se tratan otras tradicione­s judías, como el shabat. Yo estoy fascinada. La abuela de Germán era judía y hacía toda una ceremonia… Me toca todo muy de cerca.

–¿Te identificá­s con Tzeitel?

–Sí, me identifico sobre todo por la garra que demuestra y por esto de plantarse ante lo que quiere hacer. A mí me pasó siempre. En ese sentido veo similitude­s: no tengo miedo a decir lo que siento y lo que deseo.

–Debutás en un musical. ¿Cuáles son las sensacione­s?

–¡Buenísimas! Entré pisando despacito, porque todos los artistas que me rodean cantan y bailan de una manera fabulosa. Así que fue muy paulatino el proceso de dar con la tecla justa de mi rol. El director, Gustavo Zajac, confió mucho en mí, me fue guiando, y yo me entregué por completo. Es como eso que dicen que el actor ya tiene la forma y solo hay que saber cómo exprimirlo.

–Después de tu experienci­a en el exterior, y desde que nació León, tu carrera se centró en la Argentina.

–Sí, porque dejé de poner un poco de energía en el plano internacio­nal. Estaba muy enfocada en eso y, modestia aparte, me convocaban continuame­nte. De hecho, me siguen llamando, pero lo pateo para adelante. Doy vueltas porque mis hijos son muy chiquitito­s y me necesitan, como yo a ellos. No me da igual viajar sola con ellos y que su papá no los vea. Sí puedo ir a presentar una película, pero ya no a instalarme seis meses o un año. Fue un tema que tuve que asimilar, porque era muy nómade: hacía el bolso, me despedía y desaparecí­a sin importarme nada. Desde que nacieron los chicos pienso todo mucho más. Cualquier movimiento de esa magnitud debería ser una decisión de familia.

–¿Y extrañás algo de esa etapa de tantos viajes?

–¡ Todo! Fue genial: actué en España, en Italia, estuve en Áica durante seis meses. Iba y

venía, porque, en paralelo, trabajaba mucho en el país. Tenía una especie de agenda armada en la que cada mes debía estar en un lugar distinto. Fueron como seis años inolvidabl­es. Si en el futuro aparece alguna posibilida­d, la evaluaré. Pero inicié mi carrera aquí y amo estar en la Argentina. No postergué nada por mi familia.

–¿Qué cosas de tu infancia les transmitir­ías a tus hijos?

–Por suerte, tuve una infancia muy linda y tranquila, con muchos hermanos, jugando todos en el barrio, sin tanta insegurida­d. Yo quiero que mis hijos sean felices, que puedan expresar lo que sienten. Mi función es brindarle las herramient­as para que puedan defenderse el día de mañana. La maternidad es un aprendizaj­e diario. Los hijos vienen a enseñarnos a nosotros, no al revés.

–¿Y qué te enseñaron?

–A madurar, a saber priorizar. El trabajo es supervalio­so, pero antes lo era todo y hoy ya no. Ellos siempre tienen una respuesta. Yo los observo muchísimo. Beltrán es muy chiquito todavía, pero León es muy sensible y tiene unas salidas… Es capaz de retarlo a Germán con ases del estilo “No le contestes así a mamá”. Son como esponjas.

–¿En qué te gustaría que se parezcan a vos y a Germán?

–Que sean buenas personas, que creo que lo somos. Yo tengo bastante paciencia, que es una caracterís­tica positiva. Soy como la “armonizado­ra del hogar”. Mantengo la calma ante situacione­s de estrés. Germán es mucho más temperamen­tal que yo, así que nos complement­amos.

–¿Tienen ganas de casarse?

–Sí, no sé… Nos da un poco de fiaca. Imagino que lo vamos a hacer, pero estamos bien así. No es una prioridad en nuestra vida. Quizá, cuando crezcan un poco más los chicos esté bueno organizarl­o con ellos.

–¿Cuánto te cambió profesiona­lmente ser madre?

–( Piensa). Estoy un poco más selectiva, a la espera de proyectos que me gusten de verdad, que me generen una inquietud para poder ponerlo todo. Así me sucedió con El violinista en el tejado. Para mí es un esfuerzo tremendo teniendo a Beltrán de 10 meses, pero soy muy feliz de haberme embarcado en esta aventura. Me resulta muy divertido el ambiente de la comedia musical. Con mis compañeros estamos riéndonos constantem­ente.

–¿Qué hacés en el tiempo libre?

–Con Germán hacemos de todo. Si nos quedamos en casa, invitamos familia, amigos, cocinamos. Nos gusta salir a comer, ir con los nenes al campo, viajar…

–Con tantos hombres en la casa, ¿cómo te llevás con el universo masculino? ¿Se viene la nena?

–Con mi papá y mi hermano tuve una relación increíble, tengo muchos amigos varones… Hay algo de ese mundo que me copa, me hace sentir cómoda. No sé cómo será tener una hija mujer. Germán muere, pero yo le repito que soy la única mujer de la familia ( risas).

–¿Cómo manejás la exigencia de la imagen?

–Me está costando bajar unos kilos que me quedaron del embarazo. Salgo a entrenar con un profe y trato de caminar todos los días alrededor de cuatro kilómetros, pero no por una cuestión estética, sino porque es fundamenta­l cuidarse. Soy consciente de la forma en que alimento a mi cuerpo, lo que me hace bien, lo que me cae mal. Tomo agua, como utas y verduras, evito el exceso de harinas. Intento descansar lo suficiente, pero con Beltrán casi no duermo a la noche. Igual, no lo padezco tanto porque me gusta ser mamá. Además, todo pasa. Ahora ya gatea… ¡En cualquier momento no me va a prestar más atención!

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