Obligado a reescribir la historia
Después del paso de la tormenta y aunque las aguas siguen turbulentas, en el gobierno dicen con pragmatismo que lo primero que hay que hacer ahora es dar vuelta la página. Intentar salir de la encerrona que supuso el triunfo del peronismo unido detrás del proyecto sobre tarifas y el costo del veto presidencial más anunciado de la historia.
Un supuesto -ese costo que Mauricio Macri debería pagar ante la gente- que con el optimismo sempiterno que los caracteriza dicen que no es tal. Que la sociedad "comprende" la decisión de Macri, un dato que en verdad se llevaría a los palos con la realidad: primeros sondeos que circulan en despachos y redacciones no auguran un buen panorama. Peor si hay encuestas que ya se conocen que dicen que un piso del 70 por ciento de los usuarios residenciales rechazaba los aumentos de tarifas dispuestos en abril.
Esa vuelta de página que intenta provocar el macrismo tiene dos componentes que ahora mismo dibujan un nuevo panorama (que, no sin razón, según lo que se ha visto en estos días en los movimientos del oficialismo y la oposición) tampoco es seguro que llegue a sostener. Por un lado, el gobierno pone en un costado a Cristina Fernández, a sus seguidores más recalcitrantes, y hasta en alguna medida al Frente Renovador de Sergio Massa.
Creen que ésa será una oposición durísima de aquí al año que viene, que hará todo lo posible para empiojar la gobernabilidad y de ser posible evitar que Macri cumpla en tiempo y forma su mandato.
El propio presidente ha incorporado en ese bando a otro actor al que considera lanzado sin retorno a esa ordalía a la que invita la doctora: el camionero Hugo Moyano. "Cristina y Moyano harán todo lo posible por voltear el gobierno", se ha llegado a decir en algunos despachos.
El otro componente, aunque han quedado rencores en algunos casos que parecerían insalvables, como el del senador Miguel Pichetto, es el peronismo federal, o "racional" como lo bautizó el propio presidente. Con ellos, dicen, habrá que sentarse a acordar lo que viene, que no es un jardín de rosas precisamente.
En ese paquete figuran las nuevas medidas de ajuste que el gobierno se apresta a anunciar en tandas de aquí a comienzos del Mundial de Rusia, o en el medio para que sirva de cortina de humo, como el recorte de 20.000 millones de pesos del gasto público que blanquearon Dujovne y su par de Modernización, Andrés Ibarra.
Un plan que significará congelar vacantes por dos años y rebaja de salarios, pero también, aunque la letra chica no está definida, miles de despidos en el Estado.
Sería poco al lado de otros dos grandes desafíos que el presidente y su equipo están obligados a consensuar, casi a reescribir la historia, con el peronismo federal. Donde la lista de "amigables" ha enflaquecido en los últimos días de manera temeraria.
A punto tal que en despachos del ministerio de Interior apenas si mencionan a dos gobernadores, el salteño Juan Manuel Urtubey y el misionero Hugo Passalacqua, como aquellos con los que creen que se puede contar.
Son esos desafíos el acuer- do en ciernes con el FMI y el Presupuesto para 2019. En ambos casos el peronismo de todo pelaje, con el auxilio de los sindicatos más radicalizados en pie de guerra y una mirada por ahora tibia sobre los hechos de los grandes gremios nucleados en la CGT, promete resistir con aquel descarado propósito que desnudó en su monumental sincericidio el senador tucumano José Alperovich, cuando dijo que nadie quiere que a Macri le vaya bien.
Hay otro escenario que habría comenzado a plasmarse a ambos lados de la grieta, que en vez de achicarse parece ensancharse entre el oficialismo y la oposición, peronismo, cristinismo, izquierda, sindicatos, movimientos sociales y los intendentes copados por La Cámpora de Máximo Kirchner. Macri ya no tiene atada la reelección el año que viene.
Aquella suposición surgida del triunfo de octubre del año pasado, que se consolido después de pasar el mal trago de la batalla por la reforma previsional en diciembre, ha comenzado a mostrar algunos agujeros por donde se van las esperanzas de los más pintados. Ya se ha dicho que el peronismo es un animal político experto en oler sangre. Que ahora percibe que su tiempo no sería 2023, sino que podría estar al alcance de la mano. Faltan solo diecisiete meses para las elecciones presidenciales de octubre. Sentar a un peronista en la Casa Rosada en 2019 ha dejado de ser una utopía.
En el oficialismo jamás lo reconocerán públicamente pero se percibe ese mismo sentimiento: la reelección sin querellas ha dejado de ser una certeza inviolable.
En ese marco no pareció casual que en el medio de la trifulca por las tarifas saliera María Eugenia Vidal a asegurar que ella no será candidata a presidente el año que viene, y que Macri va a ser reelecto. ¿Por qué lo haría la gobernadora? "Ha habido ruidos externos pero también internos sobre su eventual candidatura y ella creyó necesario aclararlo", dice uno de sus confidentes. Fue en medio de una curiosidad: maniobra o deseo sincero, desde los intendentes peronistas bonaerenses dejaron correr el viernes una versión según la cual ellos apoyarían "una pata peronista" en la provincia detrás de una candidatura presidencial de Vi-dal.
Macri necesita dar rápidamente una señal de estadista no atado a los favores de ninguna oposición y repechar la cuesta. Las dudas habitan ahora hasta en sus propios alrededores.
Faltan solo 17 meses para las elecciones presidenciales. Sentar a un peronista en la Casa Rosada en 2019 ha dejado de ser una utopía.