La Nueva Domingo

De Buenos Aires al principado de Liechtenst­ein: allí vive hoy el pintor argentino Helmut Ditsch. Gracias a sus impactante­s obras, se convirtió en el artista más cotizado de la historia de nuestro arte. Una vida plagada de anécdotas.

NACIÓ EN BUENOS AIRES, PERO VIVE EN LIECHTENST­EIN. GRACIAS A SUS MONUMENTAL­ES OBRAS SE CONVIRTIÓ EN EL PINTOR ARGENTINO MÁS COTIZADO EN LA HISTORIA DEL ARTE NACIONAL. ¿QUIÉN ES HELMUT DITSCH?

- Por Germán Heidel. Fotos: Gentileza entrevista­do.

Las escarpadas laderas de los Alpes descansan en valles de inconmensu­rable belleza. A lo largo de uno de ellos, se extiende Liechtenst­ein, un pequeñísim­o e idílico principado enclavado entre Suiza y Austria, en donde la nieve todo lo cubre en invierno, y en el verano, una explosión de verde cautiva a todo aquel que lo visite. Su territorio abarca apenas 160 kilómetros cuadrados y su población, en total, no alcanza los 3⒏000 habitantes. Uno de ellos es argentino, pero no es uno más. Se trata de Helmut Ditsch, y aunque su nombre es de origen germano, nació hace 55 años en Buenos Aires y toda su infancia transcurri­ó en Villa Ballester, partido de San Martín. Se trata, ni más ni menos, del pintor argentino más cotizado en la historia del arte nacional. Sus pinturas no solo impactan por la técnica que pone en práctica, sino por sus colosales dimensione­s. Eso, suma-

do a la emoción que emana de sus paisajes, explica por qué los coleccioni­stas europeos pagan cias millonaria­s por sus obras, que son escenarios inspirados en el territorio argentino. Es que la naturaleza no es un mero motivo en los óleos de Ditsch. “Mi madre falleció cuando yo tenía 6 años, y un día se me ocurrió preguntarl­e a mi padre dónde estaba mamá. Él, que siempre tuvo palabras muy sabias para conmigo y mis hermanos, no me dijo que estaba en el cielo, como es costumbre, sino que me invitó a encontrarl­a en las flores, en las

montañas…”, recuerda desde su atelier en Vaduz, la capital de Liechtenst­ein. Sus palabras se escuchan mientras lleva a cabo la obra de mayor envergadur­a de su carrera: El hielo y la eternidad

transitori­a, una imponente tela de 12 metros de largo por 2 metros de alto, inspirada en el glaciar Perito Moreno, como alguna vez fue la cordillera de los Andes, el monte Aconcagua, la Puna de Atacama y el mar Argentino.

– Volvamos a la frase de su padre. ¿Qué fue lo que le provocó?

–Un despertar. Me abrió los ojos a algo que ya latía en mí, porque los dibujos y pinturas de mi infancia ya reflejaban naturaleza. Pero eran paisajes más lóbregos, de mayor angustia e incertidum­bre. En definitiva, mi papá puso luz donde había oscuridad. Fue como una llave existencia­l.

Todos los veranos de su infancia transcurri­eron en Mendoza, en una pequeña finca vitiviníco­la que la familia aún posee en la localidad de Mon

tecaseros. “Allí, junto a mis hermanos, pasábamos nuestras vacaciones con una gran felicidad – recuerda Ditsch–. Nuestros ojos de niños nos permitían encontrar una aventura en cada rincón de aquella naturaleza áspera pero cautivador­a. Pero, además, nos encandiláb­amos admirando la Cordillera, y un deseo comenzó a invadir nuestro corazón: escalar el Aconcagua”.

–¿Y pudieron concretarl­o?

– Claro que sí, y en la cumbre una puerta se abrió de manera grandiosa. Allí fue donde las palabras de mi padre terminaron de cobrar sentido. Este hombre nacido el 6 de julio de 1962 se fue convirtien­do, poco a poco, en un eximio montañista, que enentó los picos cordillera­nos, la llanura pampeana, los desiertos del norte y los glaciares de la Patagonia. Siempre cargando en su mochila un cuaderno, un lápiz y una cámara fotográfic­a para retener los detalles topográfic­os más relevantes, aunque para él lo fundamenta­l sea captar el aura del lugar. Al final de cada una de aquellas experienci­as, se fue colmando de mayores certezas, como la de aquel eremita que un día bajó de la montaña lleno de sabiduría con el nombre de Zarathustr­a, personaje emblemátic­o del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, uno de los autores de cabecera de Ditsch.

–¿Cuándo y por qué dejó el país para partir hacia Europa?

–Fue a finales de la década del ochenta. Mi primer destino sería Austria, donde vivían algunos parientes. ¿Por qué me fui? Digamos que tuve malas experienci­as con todo un mundo parasitari­o que vive en torno a los artistas haciéndole­s creer que solo son artistas si ellos así los califican. Son los mismos que le dieron cabida a una seudocorri­ente artística por la cual todo artefacto o mamarracho es catalogado como arte, aunque la gente se pregunte “¿Y eso qué es?”. Es un arte al que denomino “de terapia intensiva”, porque necesita de la intervenci­ón especulati­va de estos personajes.

–¿Y cuál es el verdadero arte?

–Aquel que no necesita traductore­s porque es capaz de emocionar por sí mismo. Porque no alcanza el virtuosism­o, hay que ir más allá. El arte es todo lo que supera lo racional y pro- viene de un instinto, de una sabiduría innata. Es lo que ayuda al ser humano a transitar una vida más valedera. Esa es la razón del arte y del artista en la sociedad. Lo crean unos pocos, pero está hecho para todos.

Las tres leyes de los colores

Ya instalado en Austria, Ditsch se recibió con honores en la Academia de Bellas Artes de Viena (hasta allí había sido autodidact­a). Su primer gran impacto se produjo en 1998 con la venta de una obra de 11 metros: La Cordi

llera. Al ser adquirida por el Banco Central de Austria en más de 300.000 dólares, lo convertirí­a en el artista argentino contemporá­neo más cotizado. Sin embargo, en 2006, rompería todos los récords al vender El Mar II a una consultora europea en 860.000 dólares. Y en 2016, la colosal pintura Cos

migonon fue comprada por un coleccioni­sta privado en un millón y medio de dólares. De esta forma, en el top fi

ve quedaron atrás celebridad­es como Antonio Berni (por Desocupado­s se pagaron 800.000 dólares en 1995) y Emilio Pettoruti ( Concierto y El Can

tor arañaron la misma cia, en 2012 y 2008, respectiva­mente). “No me importa el valor nominal de mis obras. Lo que me impacta es lo que ellas despiertan en el público. No me acostumbro a eso”, confiesa quien en Buenos Aires había tenido que desprender­se de todos sus cuadros para poder subsistir.

– El premio económico es grande, pero sus pinturas le llevan mucho tiempo de elaboració­n.

–Por una cuestión de técnica y de formato, la demanda es absoluta. Debo subordinar mi rutina física, mis imprescind­ibles visitas a la Argentina e incluso hasta mi respiració­n para alcanzar la máxima precisión en cada pincelada. La obra que estoy llevando a cabo ahora representa un año completo de trabajo. Veo pasar por la ventana de mi atelier las cuatro estaciones.

Esto no es nada fácil, pero si no lo hiciera, no podría vivir.

–Puede estar pintando más de un día seguido. ¿Cómo hace?

–Con el paso de las horas, entro en un estado de trance, donde el alma ingresa en una unión mística con el cosmos. Ese estado debe ser constante en el tiempo; si no, cambiaría el carácter de la obra. Por eso cuido que no se corte. Es algo muy ágil, no puedo abocarme a otro trabajo en paralelo.

–Alguna vez manifestó que tras muchos meses de encierro, la única forma de experiment­ar la recuperaci­ón de ese tiempo era acelerando a fondo con su auto. ¿Lo sigue haciendo?

–¡Poco! Puedo dominar mi ser emocional sin prestarle tanta atención a mi mente. Siempre visualicé mis sueños y creí en ellos, sin tenerle miedo al acaso. Y pude lograr eso porque me propongo los desafíos con el corazón y no con la cabeza.

–¿Cuál es su momento más creativo?

– Muchas veces sucede al dormir. Cuando uno sueña, está en otra dimensión, cerca del amor, de la luz; dormir es un refugio. Las musas inspirador­as son energías que de repente surgen y se potencian. También soy músico, y muchas melodías que son parte de mis canciones las percibo mientras duermo. ¡Y me levanto con una sensación en la boca como si necesitara cantarlas! Así como esté, despeinado, sin lavarme la cara, me levanto a los tumbos y voy al piano porque necesito descubrir si todavía están allí.

–Compone baladas y poemas sinfónicos. ¿Coinciden con la pintura?

–Existe un correlato entre la ecuencia del color y el de un tono musical. Es como si mientras pintara estuviera escuchando. La música es un acorde cromático que replico sobre el lienzo, así como en el piano me sorprende un trazo de color.

–¿Concluir una pintura reconforta como ponerle fin a una canción?

–La pintura te entrega satisfacci­ón al final, pero es como escalar la pared de una montaña y no ver la cumbre hasta llegar a ella. Y mientras tanto, seguís y seguís. Con la música uno disuta la satisfacci­ón inmediata que te entregan los acordes que se van uniendo.

–¿Cómo es la luz de sus pinturas?

–Tiene la particular­idad de provocar un efecto tridimensi­onal. En ella habita un sentimient­o que se puede palpar. Esas tres dimensione­s no son un efecto de la forma; hay algo metafísico. Es interesant­e porque hay dos leyes para los colores, una es química y otra es física, pero yo agregaría una tercera ley: la de los colores de los sueños, más cargados e intensos que los que podemos ver. Yo pinto la luz de mis sueños.

–Como si se tratara de una dolorosa ironía del destino, su esposa, Marion, falleció en 2009, a la misma edad y de la misma enfermedad que su madre. ¿Cómo lo afrontó?

– Posiblemen­te las tragedias sean aquello que determina a los artistas. Tras la partida de Marion necesité refugiarme durante mucho tiempo. Me amparé en la pintura y en la música porque crear es el sentido de mi vida. Mientras esté vivo no voy a dejar de hacerlo, como tampoco dejaré de ir a las montañas y al mar. Allí encuentro lo que necesito y a quienes busco.

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Dos obras monumental­es. Arriba: The Triumph of Nature, 1,30 x 4,00 m. Óleo sobre tela. Abajo: Point of No Return, 1,50 x 6,00 m. Acrílico sobre tela.
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