La Nueva Domingo

Historias que inspiran. La abuelas se hacen sentir mediante la lectura.

Lo hacen, desde hace 12 años, para los chicos en las aulas y para adultos en diversas institucio­nes de la comunidad. Crean momentos mágicos y forman el hábito de la lectura desde la infancia. Contagian a través de los cuentos cantados y el teatro leído. L

- Anahí González agonzalez@lanueva.com

Coinciden en muchas cosas, principalm­ente en dos: son voluntaria­s y aman la lectura en voz alta.

La Asociación Sembrando Sueños en la Bahía está integrada casi en su mayoría por mujeres que donan su tiempo y energía para leer cuentos a los niños en las escuelas y otras institucio­nes, entre ellas Apadea e Incudi.

El grupo se formó hace más de 10 años y se reúne cada miércoles, a las 15, en Punto Digital (al lado del Club Villa Mitre) para leer, escribir, compartir experienci­as y definir cómo será cada nueva intervenci­ón.

“Lo que recibimos es mucho más que lo que damos, la cara de los chicos, su entusiasmo y lo que sentimos al hacerlo, es algo que no puede explicarse con palabras”, dice María Ardiles, integrante desde hace una década, jubilada y comerciant­e.

El disfrute colectivo de las historias crea una particular energía que las mueve a seguir adelante. Brunilda, a sus 83 años, suele vestirse de bruja para recrear en aulas y salones a la “mala de los cuentos”.

Después de tantas experienci­as vividas, hoy son una gran familia. Este vínculo potencia el entusiasmo que imprimen a su tarea.

Pelucas, sombreros, colores, guitarra y muchos libros son sus infaltable­s al igual que la alegría y el agradecimi­ento de llegar a las almas de todas las edades.

Perla Flores, coordinado­ra del grupo desde el inicio lo describió así: “Desde hace más una década nos juntamos para tallar las palabras”.

Solo en 2017 llegaron con su voz a más de 5 mil personas: niños y docentes de escuelas, jardines y guarderías maternales, hogares de ancianos, merenderos, hogares de abrigo y de contención de adolescent­es e institucio- nes como Apadea, Incudi y la Biblioteca Popular Luis Braille.

El año pasado recibieron la distinción Embajadore­s de la Palabra por la Fundación César Egido Serrano, del Museo de la Palabra, de España. Recuperar la palabra

Perla Flores fue la iniciadora de este grupo y es su coordinado­ra en la actualidad. En estos años de apuntalar e incentivar a sus integrante­s vivió experienci­as muy motivadora­s.

Se emociona al nombrar a Martín, un asistente al taller que pasó 11 años en silencio tras la muerte de su papá y a partir de su participac­ión en el grupo, recuperó la palabra.

“Fue una emoción muy grande escucharlo hablar y leer en voz alta”, contó.

Otra anécdota tiene como protagonis­ta a una escuela de adultos de Villa Miramar. Allí, los propios alumnos presentaro­n a las abuelas una obra de teatro copiando su ejemplo.

En APADEA -Asociación Argentina de Padres de Autistas- ya las reconocen y hasta se animan a bailar. Miradas que conectan

Graciela Kraser, profesora de música, secretaria de la Asociación Civil y la encargada de acompañar las historias con su guitarra, vivió un momento muy fuerte al visitar una escuela especial.

“Me acerqué a un nene de unos 8 años que tenía parálisis cerebral y, por un segundo, su mirada y la mía se encontraro­n”, contó.

Conmovida a la salida de la escuela, subió al auto y escribió unas palabras: “Y tu mirada se encontró con la mía en el preciso instante en el que me preguntaba cómo llegar a tu alma, mi vida. Me sentí bendecida y me dije 'Lección aprendida, esto es lo que tengo que hacer'”.

La abuela de todos

Clevi Nelba Fontao, hace 12 años que está en el grupo. No tiene hijos ni nietos biológicos, por lo que se considera una afortunada de poder tener “tantos nietos por ahí” y la misión de acercarlos a la lectura de libros. Empezó a leer en PAMI y no paró hasta hoy.

Cuando volvemos a alguna escuela preguntamo­s a los chicos si se acuerdan de nosotras. ¡Nos han pedido autógrafos!”. MARÍA ARDILES INTEGRANTE DE LA ASOCIACIÓN SEMBRANDO SUEÑOS

“Voy mucho con los grados menores, me gusta visitar a los más pequeños. Los chicos en la calle me dicen ¡hola abu! y eso me encanta. Me pone ancha”, dice.

Volver a vivir

Para Cristina Martínez, la lectura crea magia y allí nace el amor que permite compartir la felicidad y tantas otras emociones.

“El que está triste se hace feliz con la lectura, evoluciona y cambia la manera de actuar o de pensar. Uno se regenera desde adentro y vuelve a vivir en los años más jóvenes o felices”, comenta.

Ella también incursiona en la lengua de señas para enriquecer al grupo.

“Me hace muy feliz y es otra manera de llegar con amor a los demás”, dice.

Escribió un libro

Ketty Tittarelli es profesora de teatro y acaba de presentar su libro “La memoria del alma” en el que narró las vivencias que la marcaron a lo largo de estos años de lectura en voz alta.

“Llegué al grupo hace 10 años en un momento muy especial de mi vida que no era nada fácil y gracias al cariño recibido puedo seguir marchando por la vida con fe y esperanza”, cuenta.

“Somos una gran familia que va creciendo y pensamos continuar con el mismo entusiasmo porque nos une la pasión por la lectura en voz alta”, comenta.

Para Ketty esta actividad tiene la capacidad de establecer un vínculo de amor entre el que lee y el que escucha.

“Abrir un libro despierta un momento único y se establece el vínculo en un espacio mágico. A veces el chico ya lo leyó o escuchó pero quiere volver a escucharlo. Inspira para escribir, pintar o lo que ellos sueñen en su imaginació­n”, señala.

Es un encuentro que los invita a despertar en la búsqueda de otros libros.

“Nos regalan dibujos y nos llevamos en el corazón cada carita y todo el cariño que nos dan”, dice.

No se fue más

Betty Palloti disfruta de la propuesta del taller junto a su nieta Juana, quien algunos miércoles la acompaña a compartir historias.

“Todas nos sentimos pasajeras que llevamos a leer en todos los niveles, desde la primera infancia hasta los 100 años", dice.

"Me involucré a partir de un problema personal y empecé para entretener­me un poquito y no me moví más. Nuestra capacitado­ra nos apuntala en todo”, señala.

Encontró lo que necesitaba

María Ardiles habían hecho varios cursos cuando alguien de Pami le consultó si quería leer en las escuelas.

“Me encantaba leer, lo hacía muchísimo y me fui a casa pensando que no iban a llamarme. Un par de meses después, asistí a la presentaci­ón de este proyecto y fue algo mágico”, rememora.

“Lo que recibís es maravillos­o. No se puede contar en palabras. Además fuimos aprendiend­o mucho sobre leer en voz alta”, cuenta.

Un ida y vuelta

A Cecilia Tolmalsky le costó encontrar la palabra para definir al grupo y encontró una frase: “Es todo el tiempo un ida y vuelta”.

“Uno cree que está dando más, pero en realidad recibe más. Me di cuenta después de haber pasado por las aulas y haber visto la cara de los chicos, el interés que tienen por los cuentos, las ganas de que sigamos contando y el entusiasmo de algunas maestras”, comenta.

“Hay muy pocos chicos a los que no les interesa. El 98% lo acepta, lo recibe y lo aprehende.

Lo lleva en la sangre

Ramona Torres viene de una familia de lectores en voz alta. Conoció las obras de Roberto Payró cuando tenía 4 años.

“Me gustaba tanto que me leyeran que pensé ¿qué puedo hacer yo por los demás? Claro, leerles”, cuenta.

“A mí me gustaba y también a mis nietos ¿cómo no iba a gustarle a otros chicos?”, señala.

Bordando palabras

Elena Micucci, es oriunda de Ingeniero White. Siempre bordó a mano por encargue hasta que su hija la incentivó a hacer algo más, algo que la gratificar­a.

“La primera vez que fui a una escuela me impactó que los chicos nos rodearan y nos llamaran abuela. Una vez nena me tomó de las piernas y me dijo: ¡No te vayas abuela, quedate!”, cuenta.

“Me pongo a leer un cuento y es como si lo estuviera viviendo, sueño a la par de los chicos porque veo que disfrutan.

Este año notó algo especial: los chicos les preguntan si pueden leer.

La más nueva

Ramona Torres fue la última en incorporar­se al grupo y la recibieron con los brazos abiertos.

"Es una gran familia de abuelas que brindan todo y estamos muy unidas. Los chiquitine­s están deseosos de participar, escuchan, están atentos y muy incentivad­os”, comenta.

“Me parece maravillos­o que las abuelas formemos niños”, dice.

Llegó con la inquietud de escribir su propia historia.

“Perla te incentiva y te da pie para sacar lo mejor de adentro. Estoy muy agradecida con ella y con el grupo”, comenta.

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Ellas comparten autores y hasta le ponen música a cuentos propios. Solo en 2017 llegaron a más de 5 mil personas con su propuesta lectora y abarcan todas las edades.
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entusiasta, escribió un libro sobre sus vivencias en Sembrando Sueños. Ketty Tittarelli,
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contagia e invita a grandes y chicos a buscar esos cuentos leídos o cantados para dejar volar la imaginació­n. La alegría

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