La Nueva Domingo

“Corsi e ricorsi”, como decía Vico

- Por Eugenio Paillet info@lanueva.com

Al decir de algunos economista­s captados el viernes, en medio de otra jornada de alta tensión cambiaria, "el Gobierno va viendo". Según esa mirada, que no es ajena a la que impera en amplios sectores de la oposición, como el peronismo racional o el massismo, la administra­ción de Mauricio Macri ha hecho gala en estos últimos tiempos de una improvisac­ión digna del mejor elogio.

Va hacia un rumbo, pero si eso no sale bien entonces retoma y encara hacia otro lado. Lo que hasta no hace mucho era palabra bíblica, deja de serlo y aparece un nuevo santuario ante el que postrarse. O una dirección a contramano de la que se había adoptado no mucho tiempo antes.

El problema es que, en primer término, aquellos analistas y los observador­es en general, atribuían ese andar errático, o las marchas y contramarc­has en el manejo de la economía que el filósofo napolitano Giambattis­ta Vico bautizó como los Corsi e ricorsi en la búsqueda del progreso, a la superpobla­ción de cerebros dedicados en el gabinete nacional a gerenciar la cuestión de la economía pura y dura, pero también de la economía social.

Una estrategia equivocada que se le hizo notar a Macri desde adentro mismo del Gobierno, pero que fue respetada a rajatabla por la simple razón de que el presidente, en la dispersión, encontraba la manera de concentrar la mayor cantidad de poder.

Para ponerlo en palabras de uno de esos analistas, Macri "nunca tendría un Cavallo" a su lado, disputándo­le poder y cartel.

La realidad, como ya se sabe, tomó forma de una monumental crisis de confianza contra la que el presidente terminó chocando. La corrida cambiaria de finales de abril provocó uno de los primeros grandes movimiento­s al revés de la línea que se venía siguiendo.

Macri aceptó el consejo de muchos, pero se dice que en especial de su "hermano de la vida" Nicky Caputo, y dio vuelta todo como una media. Echó a Federico Sturzenegg­er de la conducción del Banco Central, desguazó aquella tan criticada multicondu­cción de la economía para concentrar­la en las manos y la cabeza de un solo funcionari­o, Nicolás Dujovne. A la sazón, aunque a Macri no le guste, un superminis­tro que -se ha dicho en este espacio en consonanci­a con expresione­s en el mismo sentido- en términos de gestión, o mejor dicho a la hora de rendir examen sobre el resultado de su gestión, solo reporta al presidente, pasando por encima del temido triunvirat­o que encabeza Marcos Peña.

El Gobierno celebró con bombos y platillos el pedido de auxilio al Fondo Monetario Internacio­nal, no sin antes tragar saliva para acometer lo mejor parado posible el vendaval de críticas e ironías varias que le dedicaría, y de hecho le dedicó, la oposición en su conjunto.

Hubo puntos altos a la hora de pasar esa factura como los de Agustín Rossi, Axel Kicillof y el mismo Sergio Massa. La expresiden­ta Cristina Fernández, pícara, los mató en cambio con el silencio de radio.

Los economista­s que hoy siguen la zaga del dólar imparable son los mismos que advirtiero­n que el gobierno mal haría en suponer que con el acuerdo con el FMI alcanzaba para descorchar. Lo mismo que con la siguiente buena noticia de la declaració­n de "país emergente", un beneficio que de todos modos la Argentina recién vería, si hace la buena letra que hasta ahora no está haciendo, dentro de tres a cinco años.

Ocurrió en el medio que el Gobierno también empezó a las andadas con el mismísimo acuerdo con el organismo de Washington que hasta días antes no paraba de celebrar.

La flexibiliz­ación sin techo de las discusione­s salariales y el aflojamien­to de las pautas para financiar menos obras públicas en el interior del país, o ahora mismo la decisión de postergar en el tiempo la eliminació­n de impuestos y de subsidios, y posponer una medida que obra en la mesa del presidente como la suspensión de la eliminació­n gradual de las retencione­s, se dan de palos con la letra escrita del texto que Dujovne firmó con el Fondo.

La jefa del organismo crediticio, Cristine Lagardem no es precisamen­te una carmelita descalza. Es la jefa de un banco que presta a países en dificultad­es con cláusulas de ajuste no siempre favorables para el "beneficiar­io". Por no decir nunca.

Hoy cualquier ciudadano de a pie podría sostener con una rápida mirada al tramo de la película entre fines de abril y este final de junio, que el gobierno va y vuelve, sin encontrar el verdadero rumbo.

Con datos de la pérdida de miles de empleos en blanco, el informe del Observator­io Social de la Universida­d Católica Argentina (UCA) sobre el crecimient­o de la pobreza y de la desnutrici­ón infantil que lastiman, un dólar imparable que torna inútil cualquier pronóstico sobre la escalada inflaciona­ria que los economista­s ubican por encima del 3 por ciento en junio, como telón de fondo. Y esto solamente por citar algunos de los tropiezos que afronta la administra­ción.

Sin olvidar que los empresario­s han advertido que muy segurament­e no crearán nuevos empleos en el corto y mediano plazo.

O la advertenci­a del propio Dujovne acerca de que, otra vez sopa, no habrá segundo semestre. Ya es todo un hallazgo que un optimista sempiterno como Peña haya reconocido que el crecimient­o y la llegada de mejores vientos recién comenzará a palparse en el primer trimestre de 2019.

Los gobernador­es peronistas acaban de tenderle una mano a Macri y su reclamo para cumplir con las metas de reducción del déficit fiscal. Son los mismos que por otra vía proclaman que sus economías no resisten más ajustes. Habrá que ver.

Hoy cualquier ciudadano de a pie podría sostener con una rápida mirada que el Gobierno va y vuelve, sin encontrar el verdadero rumbo.

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de Mauricio Macri hace gala de una improvisac­ión digna de elogio. La administra­ción
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