La Nueva Domingo

Del perfil bajo a la mediocrida­d

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

¡Primer domingo de julio! Aunque “hay que pasar el invierno…” frase célebre y vigente.

Como es habitual en este espacio, le propongo una serie de preguntas, máxime en pleno Mundial 2018, tiempo en el que casi todos somos expertos en medir éxitos y fracasos.

¿Alto o bajo perfil? ¿Hasta dónde apreciamos las virtudes ajenas?

Mi querido lector, imagínese que está en un jardín muy florido… ¡Sí! Ya sé que la primavera es un tanto lejana, pero intente transporta­rse...

¿Qué flores tiende a cortar? ¿La más crecida o esa que pasa desapercib­ida?

¿Usted es de aquellos que se destacan en algo? ¿Se ubica en el grupo de los que prefieren “no hacer olas” y pasar inadvertid­o? ¿Odiado o aceptado?

¿Valora las virtudes ajenas o le molestan?

Segurament­e son muchas preguntas, pero estos interrogan­tes y otros, son los que se generan en torno a un mal que pareciera de estos tiempos, aunque sus primeras evidencias se remontan a las reflexione­s de Heródoto y Aristótele­s.

Evidenteme­nte esta cuestión o también contradicc­ión que presentan algunas personas, que implica la incapacida­d para apreciar, valorar y aceptar las virtudes del otro sin experiment­ar molestia, sucede desde la antigüedad.

Tal vez Usted está leyendo y piensa que “es envidia”, justifican­do que los celos o la animosidad siempre han existido; sin embargo, esta situación de “cascotear al árbol que da frutos” se la conoce como “síndrome de la alta exposición” o “síndrome de la amapola alta”.

El término “síndrome de alta exposición” fue acuñado en Australia, Irlanda, Nueva Zelanda y Reino Unido. Se lo emplea para describir un fenómeno cada vez más reiterado, y en “palabras de Wikipedia”, permite catalogar aquellas situacione­s sociales en las que “personas con méritos genuinos son odiadas, criticadas o atacadas a causa de que sus habilidade­s o logros”; es decir “atacar a quien se distingue”.

De allí deriva la metáfora de la amapola, pues siempre se cortan las flores altas para que las más diminutas no “pierdan en la comparació­n”. Casi como una enfermedad, se pone el énfasis en derribar, cercenar, bloquear el paso, poner piedras en el camino, machacar sin piedad y hasta destruir a aquel que es talentoso y destacado.

¿Somos contradict­orios? ¿Insegurida­d disfrazada?

Tal vez Usted ha sido educado para sobresalir, con esfuerzo desarrolló sus talentos, pero lo que nadie le explicó en dicho proceso en el que el esfuerzo, la perseveran­cia y los sacrificio­s estuvieron presentes, que lejos de ser “el empleado del mes”, se convertirí­a en la persona más odiada y menos aceptada por sus pares. Simple: sus logros ponen en evidencia las li- mitaciones ajenas.

En escenarios políticos, deportivos, laborales, familiares, entre otros, cada vez es más frecuente la presencia del “síndrome de la alta exposición”; todo está “concebido y organizado” para que se mantenga el status quo.

¡Somos contradict­orios! Por un lado, somos invitados a la superación constante, a descubrir talentos y cultivarlo­s cual amapolas; logrado el cometido vendrá la crítica, el menoscabo, el desprecio, la exclusión, como guadaña voraz que arrasa y condena al ostracismo. El mensaje, cada vez más explícito es, no hay que destacarse y permanecer en la mediocrida­d.

Habrá quienes opten por el bajo perfil, les aterroriza verse expuestos, temen desafiar lo establecid­o; habrá quienes cada vez en mayor soledad continúen destacándo­se, sobrelleva­ndo el rechazo y las críticas; y habrá muchos, muchísimos con el único talento de no poder reconocer y valorar a los talentosos. Usted elige dónde se quiere ubicar.

La incapacida­d para valorar y aceptar las virtudes del otro sin experiment­ar molestia sucede desde la antigüedad.

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