La Nueva Domingo

El recuerdo de una tragedia que nos conmovió a todos

A fines de 2014, el policía Pablo Schroeder perdió a dos hijos y un nieto por un incendio en su casa.

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Seguridad.

“Es muy difícil, el dolor tenés que llevarlo día a día, desde el momento que te vas a levantar hasta que te vas a dormir, cuando podés hacerlo. Mi mujer (Silvina Quiroga) lloró hasta que se quedó seca de lágrimas, y ahí empezó a vivir de nuevo; yo no puedo llorar”.

Pablo Schroeder trata de sintetizar cómo lo atraviesa el dolor desde aquel trágico 27 de octubre de 2014, en el que el incendio de su casa, ubicada en Punta Alta 1463, se cobró la vida de sus hijos Matías (12) y Rodrigo (16), y de su nieto Santiago (3).

“Es imposible dar una fórmula para combatir lo que siente. Uno debe aprender a vivir con el dolor todos los días, forma parte de tu vida. Hay veces que la cabeza te traiciona y cuesta, pero nosotros nos mantenemos ocupados todo el día para llegar a la cama y no darte manija. Esa es la realidad”, dice el capitán de policía, con 25 años en la fuerza y actualment­e trabajando en la comisaría Primera.

Admite que “hay veces que la cabeza te traiciona”, aunque asegura que esa situación no habilita algún sentimient­o de culpa.

“Si hubiese tenido un conflicto con alguno de mis hijos y no lo hubiese podido subsanar tendría una mochila de adoquines en la espalda. No tengo culpa de nada. El calefactor, que fue lo que lo causó (al incendio, al caer alguna prendas sobre él) lo coloqué yo; pero fue un día que estaba medio lluvioso y la ropa no se secaba..., fue un accidente. No fue algo intenciona­l; entonces, no te queda culpa”.

Pablo recuerda siempre a sus hijos y a su nieto.

“Hoy mi hija (Solange, actualment­e de veintisiet­e años) tiene su familia y tengo otro nietito de un año y medio”, pero aquel día “lo tengo grabado porque fue el último”.

“Siempre abrazaba a mis hijos de una manera que no se puede explicar, pero en la que vos estás transmitie­ndo una energía de amor. Y justo ese día, cuando estaba cerrando la puerta para salir, le dije a Rodrigo: 'vení hijo' y no se porqué le pregunté '¿sos feliz?'; me respondió 'sí papá, soy muy feliz'. Lo abracé y le di otro beso en la mejilla. A mi otro nene, Matías, también le di un beso, y a Santiago, que estaba subiendo la escalera, le dije 'vení, dale otro beso al abuelo'. Después llegó el calvario. “Un amigo estuvo llamándome durante dos años, todos los días. Lo hacía a las 7.30 y a las 6 de la tarde, incluidos sábado y domingo. Y otro muchacho, compañero de trabajo, venía a mi casa todos los días después que salía del laburo. La mujer de él también es amiga de Silvina y nos sacaban: 'vamos a caminar a la plaza, a dar una vuelta, a despejar', nos decían. Hay que exterioriz­ar lo que tenés, porque si te lo comés todo podés desarrolla­r alguna otra cosa. Por suerte a mi no se me dio por la ira, ni se me dio por echarle la culpa a nadie”.

Aprendizaj­e

Pablo dice que “no profeso ninguna religión, de ningún tipo. Creo en Dios, nada más”, y considera que “mi trabajo me enseñó muchas veces a tratar de sobrelleva­r algunas situacione­s, pero cuando te toca de adentro... Uno es un laburante y está limitado en muchas cosas, pe- ro no puede estarlo en el amor, en el dar. Por ahí lo estás en comprar un par de zapatillas o muchas otras cosas, pero en el afecto y en el amor vos no tenés que estarlo. Esa es la mochila vacía que tengo, no la tengo cargada”.

“Yo soy un agradecido de la vida, eso lo dije siempre. Hay mucha gente que no puede tener hijos. Yo los tuve. Se me fueron, pero tuve la dicha de tenerlos. Hay mucha gente que hace tratamient­os, le pasa un montón de cosas y no puede saber lo que es tener un hijo. No sé si es un consuelo o no. Lo digo de corazón: estoy muy agradecido a la vida de haber tenido dos hijos y dos nietos".

Ese interior al que la ciencia no pudo sanar.

“Una vuelta me atendió una psicóloga. Fui una sola entrevista y me dijo que no podía, que era muy fuerte (el caso). Era una piba joven y después me derivaron a otra chica que me atendió 3 o 4 veces; se lo agradezco de co- razón, puso su voluntad pero no creí que fuese lo que necesitaba. En realidad, lo que necesitaba era lo que tuve: un abrazo fuerte de un amigo”.

Ahora Pablo y Silvina viven “en un departamen­tito que está detrás de la casa, que estamos tratando de reconstrui­r. A veces no tengo ganas de ir, pero en otras ocasiones me paso muchísimo tiempo haciendo cosas ahí”.

A ese sitio volvió cuando recibió la visita de un amigo de la infancia.

“Hacía como 15 o 20 años que no nos veíamos, y cuando llegó le dije 'Roberto, sos lo que necesitaba, acompañame a casa', pero cuando estábamos a 100 metros de llegar me agarró escalofrío­s. Llegué, fui al lugar (el baño) dónde apareciero­n los nenes, me di una vuelta y empecé a cerrar eso. La segunda vez volví después de sufrir una crisis de pánico por la que estuve internado y pensé que me moría".

“Hay mucha gente que no puede tener hijos. Yo los tuve. Se me fueron, pero tuve la dicha de tenerlos. No sé si es un consuelo o no”, asegura.

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 ?? FOTOS: ARCHIVO Y EMMANUEL BRIANE-LA NUEVA. ?? Prendas de vestir que cayeron sobre un calefactor originaron las llamas en la vivienda ubicada en Punta Alta al 1400.
FOTOS: ARCHIVO Y EMMANUEL BRIANE-LA NUEVA. Prendas de vestir que cayeron sobre un calefactor originaron las llamas en la vivienda ubicada en Punta Alta al 1400.
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