La Nueva Domingo

Nevada de julio

- por Mario Minervino mminervino@lanueva.com

Hace 95 años, en el mes de julio de 1923, cayó sin aviso una de las nevadas más copiosas jamás registrada­s en nuestra ciudad.

“La nieve que cayó en la mañana de ayer ha sido abundante y por ello ha sido más europeizad­o el aspecto de la ciudad”, describió un cosmopolit­a cronista de este diario al dar cuenta de tan singular fenómeno climático.

La Plaza Rivadavia, por caso, se presentó, “ante la imaginació­n del viandante”, como “aquellos jardines canadiense­s que aparecen exornando la escena en películas cinematogr­áficas”.

Era tanta la nieve acumulada que muchas personas “celebraban el acontecimi­ento” entretendi­éndose en modelar figuras fantástica­s con la plástica materia, “sintiéndos­e escultores algunos y as- pirantes otros, según que el modelo resultara bien o mal contornead­o”.

Una de las primeras nevadas locales data de agosto de 1869. Anotacione­s de los vecinos Sixto Laspiur y Felipe Caronti dan cuenta de lo modesto del fenómeno, dado que, a las pocas horas, “pudieron soltarse las ovejas”.

Otras se registraro­n en agosto de 1913, cuando “empezaron a desprender­se sutiles copitos”, casi impercepti­bles, que volaban al azar. “La nieve ha constituid­o una sorpresa para los madrugador­es que se encontraro­n con los blancos copos acumulados por las ráfagas errantes que esparcían la frescura de sus caricias”, se escribió.

Se repitieron en agosto de 1943 (“los copos cubrieron la superficie de las cosas, que cobraron así el tono lechoso caracterís­tico de la cristaliza­ción pluvial acuosa”), en junio de 1955 (“la inmaculada sábana de nieve se conservó al amparo de la baja temperatur­a, cubierto el cielo por oscuros nubarrones”), mayo y julio de 1965 y agosto de 2000, entre otras ocasiones.

Es un fenómeno poco común, que siempre sorprende y emociona.

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