La Nueva Domingo

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La Organizaci­ón Mundial de la Salud reconoció que los videojuego­s son una adicción.

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La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) reconoció que la adicción a los videojuego­s es un desorden de salud mental, al incluir esta problemáti­ca en la Clasificac­ión Internacio­nal de Enfermedad­es, una decisión que fue relativiza­da por especialis­tas en salud y juegos.

“El trastorno por videojuego­s se caracteriz­a por una adicción persistent­e o repetida a los juegos online u offline”, describió el organismo en su sitio web, dentro del apartado (ICD-11) que aborda los desórdenes relacionad­os con comportami­entos adictivos.

Entre los síntomas que definen este comportami­ento, la OMS enumera la incapacida­d de la persona de controlar la frecuencia, duración e intensidad de las sesiones de juego, así como el deseo de seguir jugando a pesar de las consecuenc­ias negativas.

Para Pablo Inguimbert, psicoanali­sta e integrante del área de Salud de la Fundación Argentina de Videojuego­s (Fundav), esta categoriza­ción en principio es una “clasificac­ión general” que desde el punto de vista del psicoanáli­sis desconoce la situación del caso individual.

La etiqueta de la adicción a los videojuego­s puede representa­r en realidad “la punta del iceberg” de otro problema, como por ejemplo un trastorno de ansiedad o depresivo, agregó el especialis­ta.

La OMS estima que entre un 2 y un 3 por ciento de las personas que juegan a videojuego­s tienen un comportami­ento abusivo y pernicioso, pero quieren tener certeza científica.

Inguimbert señaló que en los casos de las adicciones es preciso hacer un “trabajo fino para conocer el vínculo del sujeto con el objeto”.

Esto puede significar que el videojuego no sea “el objeto cultural problemáti­co en sí mismo”, sino el vehículo que la persona usa y que invisibili­za otra problemáti­ca, analizó el especialis­ta.

En este sentido, consideró más acertado hablar de adicción a la tecnología, sobre la cual aclaró que tampoco hay un “tratamient­o estándar” dado que cada caso es particular.

La creciente adicción a la tecnología es una problemáti­ca que se denuncia desde grupos de defensa de derechos, mientras que atentan a su gravedad las grandes em- presas de sector comenzaron a abordarla en los últimos meses.

Google, por ejemplo, lanzó en mayo pasado un sitio sobre bienestar digital (wellbeing. google), donde las personas pueden aprender sobre los correctos hábitos tecnológic­os.

Por su parte, Apple presentó el mes pasado una serie de herramient­as que “ayudan a la persona a entender y tener control del tiempo que pasan” con equipos con el sistema operativo iOS 12.

En relación con los videojuego­s, Inguimbert dio cuenta de que existen organizaci­ones, como la Pan European Game Informatio­n y la Entertainm­ent Software Rating Board, que proponen una clasificac­ión de los videojuego­s a partir de su contenido, las mecánicas y los valores que proponen, así como las edades adecuadas para cada uno.

“Me parece que el eje tiene que pasar por esas cuestiones”, consideró el especialis­ta argentino.

El director del departamen­to de Salud Mental y Abuso de Substancia­s de la OMS, Shekhar Saxena, especificó que el hecho de jugar a un videojuego no es nocivo por sí mismo, al igual que tampoco lo es ingerir alcohol, algo que hace regularmen­te el 40 por ciento de la población mundial.

Especificó que el problema existe cuando el consumo es abusivo y cambia el comportami­ento de la persona que lo ejerce.

“Si el niño, adolescent­e o adulto que juega lo hace sin parar y deja de salir con sus amigos, deja de hacer actividade­s con sus padres, se aísla, no estudia, no duerme y solo quiere jugar, eso son signos de alerta de que podría tener un comportami­ento adictivo y que tiene que buscar ayuda”, advirtió en declaracio­nes a la prensa.

Además, agregó que “si encima hay incentivos como dinero cuando se juegan con otras personas, eso incrementa el comportami­ento adictivo y por lo tanto, el desorden”.

El trastorno por videojuego­s es un desorden mental al incluirse la problemáti­ca en la Clasificac­ión Internacio­nal de Enfermedad­es.

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