¿Somos loque comemos?
A MÁS DEL 70% DE LOS ARGENTINOS LES PREOCUPA SU DIETA. POR QUÉ LA ALIMENTACIÓN CONSCIENTE DEJÓ DE SER UNA MODA PARA PASAR A SER UNA REALIDAD.
La historia de Magdalena Ramos Mejía (35) da fe de que la pregunta que titula esta nota es acertada. Ella se convirtió en un ejemplo de cómo la alimentación a conciencia puede curar y prevenir enfermedades, y mejorar la calidad de vida. Hace aproximadamente dos años, embarazada de treinta y siete semanas y tras veinte horas de contracciones, descubría que su segunda hija nacía sin vida. En los meses previos ya había tenido ciertos indicios que indicaban que algo andaba mal en su cuerpo. Luego del parto, los síntomas se hicieron cada vez más fuertes y agresivos. “Male”, como todos la llaman, se despertaba de noche con dolores de espalda; su cuerpo se endurecía hasta el punto de no poder levantar los brazos para peinarse o lavarse el pelo. Y aunque los médicos lo atribuían al enorme estrés y tristeza que había atravesado, ella sabía que algo no estaba bien. Pasó por un sinfín de médicos y análisis hasta que se confirmaron los peores augurios: le diagnosticaron esclerodermia sistémica difusa y polimiositis, dos enfermedades autoinmunes graves. “La esclerodermia todavía no me había atacado los órganos internos, pero avan
zaba muy rápido”, detalla quien, ante este panorama, y haciendo honor a su profesión de nutricionista, se puso a estudiar todo sobre los alimentos adecuados para sanar su cuerpo. Y casi en tiempo récord logró “dormir” la enfermedad y que le quitaran casi todos los remedios que le habían dado. Si bien su lucha es para toda la vida, hoy puede disutarla plenamente. No conforme con esa batalla ganada, fue por más y desde su cuenta de Instagram, the_food_alchimist, se transformó en una de las abanderadas de la alimentación consciente. En apenas tres meses, más de veintisiete mil seguidores la leen y siguen sus consejos. “Todo esto se trata de estar alertas con respecto a lo que nos llevamos a la boca y el efecto que esto tiene sobre nuestro cuerpo. En la actualidad, las comidas tienen tantos ingredientes, aditivos y conservantes que no sabemos lo que estamos ingiriendo. Hay personas que me dicen: ‘Yo no como azúcar’, pero repasás lo que consumen y en el pan lactal encontrás azúcar, así como en muchas galletitas saladas, aderezos de ensaladas o jugos envasados. Yo cumplí a rajatabla aquello de comer lo que tuviera una función específica en mi proceso de sanación. Si un alimento no me aportaba nada, lo dejaba. Eso fue lo que hice con el gluten, el azúcar refinada, los lácteos, conservantes y aditivos. Fue el comienzo del fin de mi enfermedad”, cuenta Ramos Mejía. De acuerdon con los resultados del estudio Concern Monitor 360°, realizado
por Kantar Worldpanel junto con Kantar Futures, al 73% de los argentinos les preocupa su dieta. Otra investigación determinó que el 65% de nuestra población se mostró proactiva a modificar sus costumbres para encarar una alimentación más sana. Julieta Caramuti y Natalia Vincent son otras dos representantes de esta tendencia. Ambas nutricionistas, están detrás de Nutralosophy, un espacio en las redes sociales en donde invitan a sumarse a la ola de la alimentación
consciente. “Debemos abandonar la idea de hacer dietas, ya que no solo no pueden mantenerse constantemente, sino que conllevan frustraciones y hasta pueden hacernos subir kilos de más. Nosotras enseñamos a contar nutrientes y no calorías, para así gozar de un peso saludable y, sobre todo, tener una buena composición corporal –dice Caramuti–. El estilo de alimentación que defendemos se conoce como mindfoodness, un término que deriva del mindfulness y que se basa en prestar atención a los colores, sabores, olores y texturas de la comida. Esto reduce el estrés, aumenta la autoconciencia, previene enfermedades crónicas y mejora el bienestar general”.
¿Misión imposible?
La oferta de productos orgánicos y de almacenes naturales es cada vez mayor, pero para el común de los mortales continúa siendo una costumbre difícil de adoptar. ¿Cómo arrancar? Ramos
Mejía responde: “Al igual que cuando averiguamos sobre los materiales antes de comprar un mueble, o evaluamos la tela de una prenda, en el caso de los alimentos podemos empezar leyendo las etiquetas para interiorizarnos acerca de sus ingredientes. No es lo mismo una mayonesa casera que una de supermercado que puede conservarse meses en una góndola. Yo siempre repito que lo perfecto es enemigo de lo posible, así que hay que informarse y, lentamente, intercambiar algunos productos por otros”. Desde la cuenta the_food_alchimist, la
“Se trata de estar alertas con respecto a lo que nos llevamos a la boca y el efecto que esto tiene sobre nuestro cuerpo. Entre ingredientes, aditivos y conservantes, no sabemos lo que estamos ingiriendo”. Magdalena Ramos Mejía
nutricionista profundiza sobre las virtudes de varios alimentos y condimentos. En rigor, se trata de cambiar pequeñas cosas que inclinan la balanza de la alimentación hacia lo saludable. Como muestra bastan algunos botones: suplantar la sal común por la rosa, endulzar con miel (orgánica y cremosa), ponerle cúrcuma a nuestras sopas, y cocinar con aceite de coco virgen o manteca clarificada. La apuesta más radical de Ramos Mejía fue dejar el gluten, los lácteos y el azúcar por tres semanas para comprobar las secuelas que acarrean: “Son tres elementos que pueden llegar a inflamarnos el cuerpo, generándonos desde hinchazón, resfríos, dolores de cabeza y cansancio hasta enfermedades más complicadas. Yo no sané solo por la alimentación, pero fue clave para el tratamiento. Durante mucho tiempo ignoré los motivos por los que me sentía inflamada, con la panza hinchada, con tantos dolores de cabeza. Cuando inicié esta dieta, me olvidé de todos mis males. Y esto excede a quienes padecen enfermedades autoinmunes: sirve para todo aquel que quiera elevar su calidad de vida”. Por su parte, Caramuti recomienda incorporar los denominados “superali
mentos”. “En su mayoría se trata de alimentos crudos, más densos en nutrientes que los procesados y cocinados. Son ricos en enzimas, en vitaminas, minerales, fitonutrientes y fitoquímicos, que nos protegen de las enfermedades. También hay que cuidar la microbiota, con alimentos prebioticos y probioticos”, des
taca la experta. Y resume: “Es innegable que esta toma de conciencia posibilitó que estemos más atentos a nuestro cuerpo. Así podemos reconocer todo tipo de intolerancias alimentarias, ayudando a nuestro organismo a estar más sano”.
De la familia y la escuela a la psicología
Cecilia Albino, mendocina y madre de cuatro niños, es otra de las que alza la voz desde las redes sociales para tender puentes a través de recetas acordes con
la movida. “La alimentación consciente implica entender que lo que comemos nos hace bien o nos hace mal. Yo la bauticé ‘alimentación con educación para la salud’. Ya está probado por la ciencia que lo que ingerimos puede enfermarnos o sanarnos. Repasemos los índices de cáncer de colón y cuestionémonos si, amén de las emociones, la comida nos hace daño, entre tanto aditivo, ahumado y exceso de saborizantes”, grafica Albino. Y acota: “Yo noto una revalorización de la cocina, de la reunión alrededor de la mesa como ceremonia familiar. Como reflejo del fenómeno, en gran cantidad de escuelas se están promoviendo meriendas saludables. Pero falta mucho por hacer. Hay que organizarse con las comidas diagramando un menú semanal que, además, colabore con la economía del hogar: variar dos días de verduras, dos días de carne y uno de pescado. Puede haber permitidos, pero deben ser la excepción y no la regla. Hay muchas cuentas de Instagram que hacen la tarea más sencilla, desglosando las etiquetas y abriéndonos un mundo desconocido. Tal vez no sea el camino más fácil, pero, sin dudas, es el mejor”.
Por su lado, Susana Cataife, psicóloga, especialista en técnicas de mindfulness y mindful eating, considera condiciones sine qua non cultivar las siguientes cualidades: amabilidad, curiosidad, interés y capacidad de disutar el pre
sente. “Es muy importante ser consciente de la forma en la que comemos, con el fin de establecer una relación armónica con la comida y, de esta manera, evitar las consecuencias de los excesos: sobrepeso, obesidad y síndrome metabólico”. Debemos registrar los sabores, la consistencia de los alimentos, sus texturas, aromas y temperaturas. Por el contrario, comer a las apuradas, tragar y no degustar la comida son hábitos que pueden desembocar en descontroles alimenticios. “Hay que dominar el hambre emocional. ¿Cómo? Asumiendo los estados emocionales sin involucrarnos en conductas reactivas, como los atracones o las recompensas con alimentos. Es fundamental poder transitar la tristeza o la alegría, sin taparlas con comida”, sugiere
Cataife. Y concluye: “Con el mindfulness y mindful eating se entrena la atención y focalización. Se disminuye la ansiedad y se alcanza mayor conciencia de las sensaciones de hambre y saciedad. Se obtiene un mayor control de los impulsos, se regulan mejor los pensamientos y se potencia la autoestima”. A intentarlo.