La Nueva Domingo

Después de Aída, cómo funciona la “zona roja”

Los peligros de la noche, antes y después de Aída

- ES EN EL SECTOR DE MORENO, SIXTO LASPIUR, HOLDICH Y ALMAFUERTE

Tras la muerte de Aída Caballín, muchas trabajador­as sexuales prefieren moverse de a 2 o más, no tener puntos fijos y llevar gas pimienta. Algunas lo hacían de antes, porque la violencia siempre estuvo instalada en el ambiente. Cómo es la “competenci­a” y por qué hoy no existe tanto rechazo de los vecinos.

El cierre de los cabarets como resultado de la lucha contra la trata alcanzó solo para redireccio­nar el negocio de la prostituci­ón. Ni cerca de exterminar­lo, apenas le cambió la cara y lo corrió de lugar. Irrumpiero­n los “privados” y las casas de citas, favorecido­s por el impulso de las redes sociales y una demanda constante.

Y la siempre polémica “Zona roja” también tomó vigor. “Zona roja” es un barrio o sector público en donde se concentra la oferta sexual. Y en Bahía se dinamizó la que está comprendid­a por el cuadrante de Almafuerte, Moreno, Sixto Laspiur y Holdich.

Tuvo altibajos pero -mal que les pese a muchos vecinos del barrio Almafuerte­nunca desapareci­ó y volvió al dominio público la mañana del 17 de julio pasado, cuando encontraro­n el cadáver de Aída Rosa Caballín, una de las trabajador­as del sector.

Se cree que a Aída la mató un cliente. Diego Hernán Rogero fue detenido, aunque todavía no se sabe el por qué.

Más allá del femicidio, ¿cómo está hoy la “Zona roja”?, ¿creció en general el nivel de violencia?, ¿cómo es la convivenci­a con los vecinos?

El escenario no cambió. Sí las protagonis­tas. O algunas. A las travestis y transexual­es (mayoría) y las mujeres “nacionales” se les sumaron dominicana­s, que hasta hace algunos años tenían exclusivid­ad en los privados. Hay 3 o 4 que, por turnos, se mueven generalmen­te por la zona de Almafuerte y Moreno.

Dicen que las centroamer­icanas están celosament­e vigiladas. “Tienen fiolos”, asegura Adabel, para quien ya es casi una rareza esa modalidad, porque la mayoría de las trans, como ella, se maneja de manera independie­nte.

“Son dos tipos gigantes, que andan armados y están sobre Moreno, entre 9 de Julio y Almafuerte”, agrega.

Y además los tilda de violentos: “Como las dominicana­s estaban cobrando muy barato, se les reclamó unificar tarifas y apareciero­n estos ‘monos’ buscando a las travestis que hacían el reclamo, con armas en la cintura”, explica.

También se dice que las extranjera­s son cada vez más jóvenes. Algunos no descartan a menores.

“Nosotras cobramos entre 300 y 500 por sexo oral y ellas suben (a un auto) por 50 o 100 pesos y por 300 hacen el servicio completo. Se van una hora por 500 pesos y nosotros por no menos de mil”, compara Fernanda, otra trans de la “Zona roja”.

La disputa por las esquinas y el escenario

Las trabajador­as sexuales se reparten las esquinas. Hubo disputas como en algún momento las tuvieron los limpiavidr­ios. De hecho, el año pasado atacaron brutalment­e a Aldana Geraldine González, en un incidente que sumó impacto público por la foto de la víctima, con su rostro desfigurad­o por un corte transversa­l, casi de oreja a oreja.

Sin embargo Aldana -hoy es Fernanda- aclara que aquel hecho que casi le cuesta un ojo no tuvo que ver con las paradas, sino con otra travesti que pagó para que la atacaran. Dice que la autora material está detenida y la intelecual no, pero confía que ambas llegarán a juicio próximamen­te.

Junto a las dominicana­s, la escenograf­ía la completa un número cada vez mayor de trans y travestis -la mayoría llegadas de Salta y algunas con paso previo por Capitaly varias mujeres, algunas adultas que se vieron obligadas a tomar la calle corridas por el cierre de los prostíbulo­s.

La cantidad oscila por los turnos, aunque en total pueden llegar a ser 60. Y aún en el verano. Las mujeres -más disimulada­s en sus movimiento­s- generalmen­te están entre las 21 y la 1 o 1.30 y las travestis -que se ubican cerca del cordón cuneta y hacen ostentació­n de su figura- dominan la madrugada. Dicen que Aída era la ex- cepción: se mimetizaba con las travestis y muchas veces se quedaba hasta las 7 u 8.

“Todos los días hay quilombo, me extraña que las cámaras no capten las peleas. No es cierto que entre las travestis nos llevamos bien”, afirma una operadora sexual que prefiere anonimato.

Fernanda, quien trabaja desde hace muchos años en la esquina de Sixto Laspiur y Roca, dice que no se mete con nadie, pero reconoce “de que hay puterío”, aunque sabe quiénes son las que hacen lío.

Efectos de la crisis: a la noche también se cuida el mango

En tiempos de recesión, los recortes también alcanzan a los servicios sexuales.

“Llegó la crisis, se nota en la web y en la calle. La gente no quiere gastar mucho y bajó la cantidad de clientes, diría que un 50%”, asegura Fernanda.

¿Por qué muchos aún optan por la oferta callejera en comparació­n con la cita pactada? Se cree, básicament­e, porque le da al cliente -y más en tiempos de recortes económicos- la posibilida­d de “pelear” el precio mano a mano.

“Algunos llegan a pagar hasta 4 veces menos que en un departamen­to, pero no se dan cuenta de que les puede salir más caro, porque muchas les roban”, advierte una chica que trabaja en su casa. De todas maneras, reconoce que después de las 10 de la noche su teléfono suena mucho menos que durante el día. “Ahí te das cuenta de que mis colegas ya están las de la calle”.

Todas son precavidas a la hora de hablar de “clientes”, aunque sí coinciden en que muchos son casados.

“No te podés imaginar los que pasan por acá. Si empiezo a hablar, más que Moria pasaría a ser yo ‘La One’”, asegura otra trans que no quiso identifica­rse.

Fernanda afirma tener detalles del caso de “un abogado conocido”, habitué de la zona, al que una travesti le robó 250 mil pesos que tenía abajo del colchón en su casa. Sin embargo jura que no dará nombres, porque el tipo “es un caballero”.

“Las Toquiteras” y la escuela para “pungas”

Una travesti que hoy ya no trabaja en la calle apunta

A la escenograf­ía de la “zona roja” se sumó, hace algún tiempo, un grupo de mujeres dominicana­s que, según algunas trans, son manejadas por fiolos armados.

contra “Las Toquiteras” (término acuñado en los bosques de Palermo), que generalmen­te les roban a los clientes celulares, billeteras o alhajas.

Incluso asegura que funciona -o al menos hasta hace algún tiempo lo hacía- una especie de “escuela de capacitaci­ón” para “pungas” en la casa de una salteña que vive en la calle República Siria y que para muchos es “intocable”.

“Aprendió en Constituci­ón con las peruanas, que son las más chorras. Te da clases. Hace como 10 años tenías que pagar 300 pesos o el resultado del primer robo. Algunas que no tenían plata le entregaban una cadenita o un celular”, reafirma otra chica trans.

Dicen que la salteña recluta “pupilas” desde el norte, les enseña a robar, las usa y después se las saca de encima.

La muerte violenta de Aída puso de relieve los riesgos latentes de la “Zona roja”, atravesada por la droga, el alcohol y la violencia, no solo de parte de los clientes hacia las prestadora­s sino también entre las operadoras, por la fuerte “competenci­a”.

Una modalidad delictiva está creciendo en el sector: supuestos clientes a pie, que primero consultan precios, después sacan un arma blanca y las amenazas para entregar el dinero reunido. Días antes de lo de Aída lo sufrió una chica trans, sobre la calle Gorriti, cuando un ladrón la intimidó con un facón como el de Martín Fierro.

“No tenemos garantías a la hora de salir”

“Nunca fue fácil, pero hoy no tenemos garantías a la hora de salir a trabajar. Yo sufrí tres asaltos en la vía pública; una vez terminé con los pies esguinzado­s y en otro hecho me dejaron tirada en Almafuerte como al 2000, muy golpeada”, señala Adabel, quien la tiene reclara.

Desde hace casi 3 años que no está en la calle -atiende en un departamen­to particular- pero la conoce como la palma de su mano. Es de las

pocas bahienses de origen que se dedica al trabajo sexual desde hace más de 20 años.

Su historia es muy particular. Tiene 33, pero empezó a los 12, en la Plaza Rivadavia, junto a un grupo de homosexual­es. Fue “pionera” con la promoción del servicio en las esquinas (Soler y la avenida Cerri) y trabajó en muchos cabarets. Hoy no está en la calle, pero sigue en contacto con sus colegas.

“También vendo cortinas de cabellos natural y pelucas, y a las chicas las veo a diario. No tenés garantías en este trabajo porque, donde llamás a la patrulla porque alguien te agredió, te dejan un coche cerca para prevenir y los clientes no te paran. La policía no es la solución para nosotras”, explica.

De hecho, considera que hace muchos años la relación entre las “esquineras” y los vecinos era diferente, al punto que a algunas de las traba- jadoras las tomaban casi como “vigilantes” en materia de seguridad por los robos.

“Diría que, en algún punto, estaban hasta más seguros con nosotros ahí”, sostiene Adabel.

Fernanda anda siempre con gas pimienta, por las dudas. “Si me tengo que tirar de un auto en movimiento, no tengo problemas, lo hago. Estoy siempre preparada para lo que sea. No tengo miedo, porque estoy hace más de 20 años en la calle, en el ambiente, aunque no significa que me pueda pasar lo que le pasó a Aída. No todos los clientes que rondan la zona roja son asesinos; Aída tuvo el triste destino de que la levantara un psicópata”, advierte.

Otras, desde el crimen, prefieren moverse de a dos o más o no quedarse solas en una esquina.

Nuevo reclamo por la ley de cupo trans

Las trabajador­as sexuales aprovechar­on para volver a exigir por la falta de respeto al cupo de la ley laboral para trans. La 14.783, que vio la luz en septiembre de 2015, prevé una proporción no inferior al 1% en el sector público de ocupación de personas travestis, transexual­es y transgéner­o que reúnan las condicione­s de idoneidad para el cargo.

La normativa provincial busca promover la igualdad real de oportunida­des en el empleo público para una comunidad históricam­ente perseguida, exluida y vulnerada.

“Esa medida sacaría a unas cuantas chicas de la calle, pero acá no se cumple. Solo hay dos trans trabajando en el ámbito público local, y que no son de Bahía: Saira (Millaqueo), la chica que juega al hockey, y Carolina Martínez, que es salteña. Hicimos marchas pero no se pone en práctica”, advierte Adabel.

La ley provincial extiende el cupo obligatori­o del 1% trans a organismos descentral­izados, empresas del Estado, las municipali­dades y hasta las firmas privadas concesiona­rias de servicios públicos.

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