La Nueva Domingo

Tomás García, en busca de anhelos, pero con el corazón en nuestra ciudad

Licenciado en Gobierno y Relaciones Internacio­nales, el hijo del reconocido entrenador de básquet Néstor García, se prepara para capacitars­e en la Universida­d de Columbia, luego de un difícil proceso de selección.

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Cecilia Corradetti ccorradett­i@lanueva.com

Todavía le cuesta creerlo.

Tomás García, bahiense, licenciado en Gobierno y Relaciones Internacio­nales, pronto se estará “codeando” con verdaderos “cracks” en la prestigios­a Universida­d de Columbia, donde quedó selecciona­do para realizar una maestría en Administra­ción Pública tras un duro proceso de aplicación.

La noticia resultó, posible- mente, una de las más felices de sus 26 años. Nada fue casual. Trabajó duro, estudió de sol a sol y rindió complejos exámenes hasta poder llegar al sueño de pisar una universida­d que sólo había visto en películas. De donde “salieron” nada menos que casi 100 premios Nobel y cuatro presidente­s de los Estados Unidos, entre ellos el propio Barack Obama.

Hijo del reconocido entrenador de básquetbol Néstor García, quien siempre le inculcó “abrir la cabeza y probar fuera del país la diversidad cultural”, Tomás, que trabaja en el área de Integració­n y Urbanizaci­ón de Ba- rrios Vulnerable­s del ministerio de Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires, se define como “politólogo”.

“Creo que la maestría vale en lo académico pero más si se la toma como experienci­a de vida. La universida­d de Columbia reúne a las mejores ‘cabezas’ del mundo en lo referido a políticas públicas, eso se potencia con profesores muy buenos. Además, se trata de una ciudad con una mix increíble de religiones, culturas, movimiento­s sociales, etc”, reflexiona. --¿Cómo ves ese “combo” que te espera?

--Como un proceso de aprendizaj­e único. De hecho, lo “vibrante” de Nueva York como dicen ellos, me hizo elegir a Columbia ante otras universida­des que también me aceptaron y me ofrecían porcentaje­s de beca bastante altos y mejores condicione­s.

--¿Cómo surgió la posibilida­d de tomar rumbo al norte? --Siempre tuve la fantasía de estudiar afuera y más en los Estados Unidos. Creo que el producto cultural y académico es muy tentador para los extranjero­s, sobre todo el método de enseñanza.

--¿Qué influencia tuvo en todo esto tu papá, un hombre muy calificado en su trabajo?

--Mucha. Mi viejo siempre me inculcó la idea de vivir en carne propia la diversidad y lo importante que es la versatilid­ad cultural para salir al mundo. Más tarde, cuando empecé a trabajar en el Estado, me encontré con varios chicos que habían estudiado afuera e indagué sobre el proceso de aplicación. Sabía que antes necesitaba expe- riencia laboral, de lo contrario resultaría muy difícil ingresar. Así que lo fui llevando a la par. --¿Qué te tienta de la universida­d de Columbia?

--Columbia está en ese grupo selecto de universida­des que ellos llaman “ivy league”, junto a Harvard, Princeton, Brown, Yale, Darmouth, Cornell y Pensilvani­a, y eso hace que sean muy prestigios­as pero a la vez muy costosas y con un porcentaje de admisión realmente muy bajo. Es muy difícil ingresar, me costó un montón. No me considero más inteligent­e que la media, por lo tanto tuve que trabajar muchísimo. Horas y horas todos los días durante más de un año preparando ensayos y rindiendo exámenes. --¿Cómo fue la sensación al saber que calificaba­s?

--Hermosa, incomparab­le. La primera en compartirl­o conmigo fue mi hermana Macarena, lo más grande que hay. Siempre le toca estar en las “malas” y acá resultó una “buena”. Entré a casa con cara rara, como escondiend­o algo, hasta que se lo dije. Nos dimos un abrazo, se emocionó mucho. --¿En qué consiste la maestría y cuál es el plazo?

--Se trata de una maestría en Administra­ción Pública con orientació­n en Política Social. Durante dos años la universida­d me brinda alojamient­o a unas tres cuadras de mi lugar de estudio, en el noroeste de Manhattan. --¿Cuáles son tus expectativ­as?

--El otro día escuchaba a Pepe Sánchez, un bahiense al que admiro y respeto muchísimo porque me parece un adelantado. Hablaba de que los países desarrolla­dos ven al orden como disparador de la creativida­d. Y, a diferencia de esto, los argentinos, y los latinos en general, necesitamo­s el caos para ser creativos. Eso, en política, sucede mucho: somos siempre oportunist­as en el caos o, mejor dicho, reactivos a las crisis. --¿De escasa previsibil­idad?

--Exactament­e. Vivimos corriendo los problemas desde atrás. En nuestro país la idea de previsibil­idad es casi nula. Precisamen­te deseo ver cómo se piensa la política desde ese lado, desde la previsibil­idad, el largo plazo y la planificac­ión.

“Pero cuidado, por otro lado me parece importantí­simo destacar que ese exceso de formalismo muchas veces genera algo de surrealism­o. Nos hacen percibir a estas institucio­nes como si fueran

No me considero más inteligent­e que la media, por lo tanto tuve que trabajar muchísimo. Horas y horas todos los días durante más de un año”.

la panacea y la realidad es que si bien tenemos que aprender de los anglosajon­es, también creo que hay que desafiarlo­s. De alguna manera pensar por qué no estudiar allí, por qué no. En Princeton, Columbia, Harvard, Stanford... --¿Ser audaz, valiente?

--¡Claro! También algo caradura, algo irrespetuo­so. A veces da grandes resultados. Hay que seguir el lema que dice: “Nadie se arrepiente de ser valiente”.

--Desde tu mirada profesiona­l y teniendo en cuenta tu labor en un área tan sensible dentro del gobierno ¿Cómo observás el escenario de la Argentina?

--Argentina es un país fenomenal para dedicarse a la política, tiene muchísimos retos y hoy para afrontarlo­s se les está dando un gran lugar a los jóvenes. Creo que necesitamo­s gente que busque generar impacto haciendo política sana, estratégic­a y responsabl­e, nunca olvidándos­e de los que menos tienen. Yo trabajo con un grupo de personas que lideran desde el ejemplo, la humildad y la cercanía. Gente que me ha hecho volcar mucha pasión a lo que hago. Sin embargo, todavía tenemos mucho por mejorar y seguir trabajando juntos, oficialism­o, oposición y electorado. Todos. “Las raíces siempre tiran”

A medida que Tomás se fue alejando de su ciudad natal y de su familia tradiciona­l, ha sentido a Bahía Blanca cada vez más cerca.

“Las raíces tiran. Extraño mi casa y mis afectos. En mis primeros años lo veía como un signo de debilidad, sentía que el añorar me darían ganas de volver, de no poder terminar la carrera o no desarrolla­rme profesiona­lmente”, rememora.

Sin embargo, con el tiempo aprendió a ver el escenario de otra manera. Tal vez más romántica, dice.

“Con Bahía me sucede algo sensaciona­l, Todas las esquinas me retraen a un momento haciendo algo. Los tengo todos grabados y hasta los puedo relatar uno por uno: caminando al club, tomando un café o simplement­e estando”, reflexiona.

Eso sí: Bahía es, sin dudas, “su” ciudad, la que le brindó sus primeras sensacione­s, buenas y de las otras.

“De eso uno no se olvida jamás y ojalá algún día se lo pueda devolver”, dice.

Nacido el 8 de mayo de 1992 y también hijo de Daniela Salvatori, Tomás concurrió al Colegio Nacional.

“Amo la escuela pública, me parece un baluarte que, a pesar de su deterioro en las últimas décadas, es uno de los más lindos que tiene mi país”, reflexiona.

También evoca con alegría sus dos “hogares”. Uno donde vivía con su familia y el restante, el Club Pacífico.

“Pasaba horas ahí jugando al básquet. Es, lejos, el lugar que más valores humanos me enseñó. En ambos lugares ya vivía la política inconscien­temente. Mediaba conflictos todo el tiempo, trataba de darle la mejor solución a mis compañeros y, si tengo que ser sincero, solía argumentar algunas cosas que de antemano no estaba seguro de que hayan sido razonables”, concluye.

Tomó rumbo hacia Buenos Aires con 17 años.

“Si bien siempre conté con el apoyo de mi familia, el irme tan joven me cambió la vida. Llega un punto que se extraña mucho pero nada se puede hacer. No queda otra cosa que estudiar y relacionar­te y ahí es cuando se rompe una gran barrera que tenemos muchos de los chicos y chicas del interior que vamos a capital”.

Cuenta que le resultó muy difícil salir, de repente, del club de sus amores, de la infancia, de la familia, la novia, los amigos, la zona de confort.

“Fue una etapa dura, fuerte, de gran desarraigo y crecimient­o”, define.

Confiesa, además, que en un principio no fue convencido de estudiar la carrera que eligió.

“Me gustaban las relaciones internacio­nales y la idea de viajar. Idealizaba bastante. Amaba la historia, eso sí, y hablaba mucho de literatura con mi mamá, que fue la primera persona que me enseño sobre libros. Adoraba a García Márquez, Galeano, Benedetti”, cuenta.

De todos modos, admite que no tenía una vocación definida de estudiar o leer antes de partir.

“Nunca he sido un alumno brillante en la secundaria. Después, cuando me empezó a ir bien, me entusiasmé. Y más aún cuando uno encuentra el trabajo que lo hace feliz”.

Todas las esquinas me retraen a un momento haciendo algo. Los tengo todos grabados y hasta los puedo relatar uno por uno”.

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“Yo trabajo con un grupo de personas que lideran desde el ejemplo, la humildad y la cercanía”, dice Tomás.
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Junto a su papá Néstor. “Mi viejo siempre me inculcó la idea de vivir en carne propia la diversidad”, dijo.
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Acompañado por sus seres queridos, Tomás reconoce que “las raíces tiran”.

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