Se cumplen 50 años de la ofensiva soviética contra la Primavera de Praga
El sueño del “socialismo con rostro humano” se estrelló contra los tanques soviéticos, cuando las tropas del Ejército Rojo invadieron Checoslovaquia.
Hace 50 años, en la madrugada del 21 de agosto de 1968, el sueño del “socialismo con rostro humano” se estrelló contra los tanques soviéticos, cuando las tropas del Ejército Rojo invadieron Checoslovaquia con el objetivo de atajar el impulso transformador de la “Primavera de Praga”.
“A las 23, las tropas soviéticas, polacas, alemanas del este, búlgaras y húngaras cruzaron la frontera checoslovaca”, anunció AFP el 21 de agosto de madrugada.
Checoslovaquia, que en 1993 tras el fin del comunis- mo, fue dividida en dos países, República Checa y Eslovaquia, siguió de este modo bajo la férula de la Unión Soviética, que lo integró a su área de influencia poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial.
La tensión no dejó de acentuarse en los últimos meses entre Checoslovaquia y el líder soviético Leonid Brézhnev, tras la llegada de un equipo reformista al poder.
El enlace de Moscú, Anto- nin Novtony, fue sustituido por el eslovaco Alexander Dubcek al frente del Partido Comunista Checoslovaco (PCT) en enero, y por el general Ludvik Sovoboda en la presidencia de la República en marzo.
A las reformas iniciadas bajo el impulso de Dubcek -abolición de la censura, libertad de reunión y de asociación, una (prudente) re- forma económica- le siguieron una sucesión de advertencias, avisos e incluso ultimátums por parte de la URSS.
Tanques en las ciudades
El 21 de agosto, Moscú y sus aliados desplegaron 200.000 soldados -que acabaron siendo 600.000-, y en pocas horas, las unidades aerotransportadas y terrestres del Pacto de Varsovia irrumpieron en territorio checoslovaco.
A las 4.59, Radio Praga anunció que la capital y toda la república checoslovaca habían sido ocupadas.
El gobierno instó a los ciudadanos a “guardar la calma y no oponerse con las armas a las tropas extranjeras”.
En Praga, las tropas soviéticas concentraron sus fuerzas en torno a tres puntos neurálgicos: la sede del Comité central del PCT, el Castillo de Hradcany -sede del presidente de la República- y la sede de la radio.
Al alba, cientos de praguenses se concentraban frente al edificio de la radio, rodeado de tanques.
“Solo las salvas de las armas pudieron cubrir el clamor de los silbatos, los insultos como Gestapo o los viva Dubeck”, informó el enviado especial de AFP, Jean Leclerc du Sablon.
Un centenar de personas fueron abatidas durante los primeros días de la operación.
Dirigentes detenidos
Desde Moscú, la agencia de prensa Tass afirmó que la intervención militar respondía a una petición “de hombres de Estado checoslovacos”. Los historiadores establecieron que uno de ellos era Vasil Bilak, un miembro del Politburó del PCT.
Desde las primeras horas de la invasión, Dubcek y otros dirigentes fueron detenidos por el Ejército Rojo.
Fueron llevados a la fuerza al Kremlin el 22 de agosto, adonde un día después llegó una delegación encabezada por Svoboda.
Fueron obligados a firmar el “Protocolo de Moscú”, que situaba a Checolsovaquia bajo tutela rusa y ratificaba la ocupación soviética.
Los “acuerdos” mantenían en el poder a Dubcek, pero lo comprometían a restablecer el papel dirigente del partido.
Solo un dirigente checoslovaco, Frantisek Kriegel, se negó a firmar el cuestionado documento que, según dijo, “no fue firmado con una pluma, sino dictado por las bo-
cas de los cañones”.
Fuerte resistencia pasiva
La población, que no tenía acceso a la información sobre las discusiones que se llevaban a cabo en Moscú, organizó una resistencia no violenta.
Rápidamente, se retiraron las placas de las calles con la esperanza de desorientar a los invasores. En el campo, en cuyas granjas ondeaban las banderas checoslovacas a media asta, las señales fueron sustituidas por una única flecha: “Dirección Moscú”.
Doce radios libres siguieron funcionando, pese a las medidas emprendidas por Moscú.
Las bocinas, las sirenas de las fábricas y las campanas de las iglesias sonaban por toda Checoslovaquia regularmente en apoyo a Svoboda y Dubcek, en cuyo país se los esperaba con fervor.
La muerte de la Primavera
El 27 de agosto por la mañana, la población, exultante, asistió al recorrido entre el aeródromo y el castillo, coronado de nuevo por la bandera nacional.
Un sentimiento de alivio que duró poco.
En un discurso dirigido a la nación, el general Svoboda anunció que la salida de los “ocupantes” estaba condicionada a una “normalización de la situación”.
“Se restringirá momentáneamente la libertad para permitir una vuelta a la normalidad”, añadió Alexander Dubcek.
El 16 de octubre se firmó un acuerdo sobre el “estacionamiento temporal de las tropas soviéticas”.
Destituido en abril de 1969, Dubcek fue reemplazado por Gustav Husak, que lanzó la “normalización” a golpe de juicios políticos. La democracia no regresó a Praga hasta la “Revolución de terciopelo” de 1989.
Sentido del humor
Incluso a la sombra de los tanques soviéticos que invadieron su país en plena noche el 21 de agosto de 1968 para aplastar un intento de instaurar un “socialismo con rostro humano”, los checos y los eslovacos conservaron su mordaz sentido del humor.
Ante la imposibilidad de defenderse de otro modo y una vez que el golpe hubo pasado, las calles se transformaron espontáneamente en una suerte de revista satírica, con inscripciones con tiza y con cal y carteles hechos a mano.
“Profundizamos tanto en nuestra amistad que, al final, nos hundimos”, constataba un autor anónimo, aludiendo al hecho de que la agresión fue perpetrada por la URSS y otros cuatro “países hermanos” del Pacto de Varsovia, del que Checoslovaquia también formaba parte.
“¡Lenin, despierta, Brézhnev se ha vuelto loco!”, cla- maba otro lema, omnipresente, reflejando quizá la ingenua creencia de que al fundador del régimen soviético no le habría gustado la actuación de uno de sus sucesores.
En la misma línea, otro eslogan decía: “Lenin tendría vergüenza de verles aquí”. Como rimaba muy bien en checo (“Lenin by se stydel, kdyby vas tu videl”), los checos y los eslovacos lo entonaron mucho frente a los cañones.
Iván,vuelve a casa
“Iván, vuelve a tu casa, queremos ir al colegio”, decía otro lema, recordando la vuelta al cole y empleando el nombre de “Iván” para referirse irónicamente a “el ruso”, una costumbre muy extendida.
“¡Iván, vuelve a casa, tu Natasha sale con Kolia!”, decía otro, del que más tarde nacería una canción, que rezaba: “Vuelve a tu casa, Iván, Natasha te espera. Vuelve a tu casa, Iván, aquí las chicas no te quieren. ¡Vuelve a tu casa, Iván, y no vuelvas nunca más por aquí!”.
Este tipo de pullas hacían sentirse incómodos a los simples soldados soviéticos, que no entendían porqué habían sido enviados a Checoslovaquia y que debían de lidiar cien veces al día con la pregunta de que qué hacían allí, para qué habían ido.
No fueron pocos los dichos que surgieron en reacción a la propaganda oficial de Moscú, que afirmaba que la población había recibido con alegría la llegada del ejército soviético que “aplastó la contrarrevolución rampante”.
“La agencia TASS anuncia que el ejército soviético fue acogido con flores. Añadimos: ¡es verdad, pero estaban en maceteros!”, decía uno de ellos, mientras que otro citaba a un corresponsal ficticio de esa agencia oficial soviética que avisaba al Kremlin de que “¡Doce nuevos contrarrevolucionarios están hoy en la unidad de maternidad de Praga! ¡Envíen más tanques!”.
Diez mandamientos
El humor típico del país del “valiente soldado Chveik”, héroe de una famosa novela que sale airoso de todas las situaciones gracias a una mezcla de ingenuidad y torpeza escondidas, también se hace sentir en numerosos llamados a la no colaboración con los ocupantes y sus asistentes locales.
El diario Vecerni Praha publicó los “Diez mandamientos”: 1) No lo sé, 2) No conozco eso, 3) No lo diré, 4) No lo tengo, 5) No sé hacerlo, 6) No se lo daré, 7) No puedo, 8) No iré, 9) No se lo enseñaré y 10) No lo haré.
Para intentar bloquear la acción del ejército y de los servicios secretos soviéticos, los checos y los eslovacos blanquearon con cal las señales de todo el país y las placas de las calles, para rebautizarlas “calle Dubcek”, por Alexander Dubcek, el líder reformista.
Uno de tantos juegos de palabras nacía del apellido del presidente checoslovaco, Svoboda, que significa “libertad” en checo y ruso. En un primer momento, Ludvik Svoboda apoyó tímidamente las reformas de Dubcek, pero acabó por aceptar la “normalización”.
“Bienvenido, Svoboda. ¿Ha traído algo de libertad?”, escribieron los jóvenes praguenses en una pared, antes de que regresaran desde Moscú de los dirigentes checos.