La Nueva Domingo

Luis Ortega dejó

YA LO HIZO EN LA TELE Y AHORA LO REPITE EN EL CINE: LUIS ORTEGA SE ADENTRA EN TRAMAS COMPLEJAS. EL DIRECTOR HABLA DE SU AUSPICIOSO PASO POR CANNES, LA HERENCIA FAMILIAR, EL PERFIL BAJO Y SU RELACIÓN CON LA PATERNIDAD.

- Por Carmen Murtagh. Fotos: Darío Batallan. Agradecimi­entos: Croque Madame del Museo Larreta.

de ser “el hijo de” para tener nombre propio en el universo del cine y la televisión. Como ya lo hizo en Historia de un clan, el director se destaca con otra trama oscura en la película El Ángel. “La naturaleza humana es terrible”, ref lexiona.

Lunes de invierno, cuatro de la tarde. La cita es en un bistró ancés del barrio porteño de Belgrano. A pocos metros, el barrio chino. Entre

croques, croissants y cafés que circulan sobre las bandejas de los mozos en esta cálida atmósfera europea, él se pide una milanesa con puré mixto, como para no perder la costumbre nacional y popular. Es curioso: nuestros padres bailaban las canciones que cantaba el padre, ahora vemos las películas que dirige el hijo. Pero Luis Ortega, el menor de los hijos varones de la numerosa familia que supieron construir Palito y Evangelina Salazar, se mantiene ajeno a la paradoja. “Yo nací en 1980, cuando mi papá estaba más dedicado a producir que a hacer

shows. No viví la época de locura de él como músico ni estuve en los sets de filmación de sus películas. Mi vínculo con la parte artística de mi familia no fue el mismo que el de mis hermanos, que lo mamaron mucho más”, confiesa el director de El Ángel, filme inspirado en Carlos Robledo Puch, el preso más antiguo de la Argentina ( ver recuadro).

–Este es tu primer largometra­je a gran escala. ¿Cómo fue la experienci­a, habiéndote mantenido siempre por afuera de los cánones de la industria?

–Contrario a lo que se pueda pensar, que te quita libertad o que hay que responder a intereses ajenos, tenés a favor un equipo muy idóneo apoyando lo que soñaste, liderado por mi hermano Sebastián, que no solo es mi socio más cercano, sino con el que venimos “amasando” un lenguaje hace un par de años. Yo venía de una forma de producir muy…

–¿A pulmón?

–Sí… Y cosechando muchas desilusion­es con los resultados, porque el cine no es como despertart­e un día y escribir un poema o pintar un cuadro. Está involucrad­a mucha gente. La diferencia con proyectos anteriores es que puedo hacer posible aquello que imaginé, y eso puede requerir cortes de calles, unos lentes de cámara determinad­os, un vestuario… Y nada es gratis. Me habría gustado que me produjeran una película como El Ángel a los 27 años, pero, evidenteme­nte, tuve que acasar y caer una cantidad de veces para aprender, para darme cuenta de que necesitaba escribir mejor. Quizás hace diez años no estaba preparado.

–¿Cómo fue recibida El Ángel en el Festival de Cannes?

–Con mucha euforia y entusiasmo.

–¿Por qué no querías estar en la sala cuando la estrenaron?

–Porque cuando la ves después de dos años y medio de trabajarla y analizar cada cuadro hasta el infinito, lo único que hacés es suir deteniéndo­te en todo lo que salió mal. No podés disutar lo que está bien porque la versión final no suele estar a la altura de lo que fantaseast­e. Aunque el público se ría y reaccione positivame­nte, es una pesadilla, una tortura.

–¿Qué es lo que quisiste contar de Robledo Puch?

–Prefiero decir de Carlitos…

–Ok, de Carlitos.

–En la infancia uno está convencido de que si se tira por un

balcón, no le pasa nada. La muerte parece algo improbable, lejano. Eso, mezclado con la puesta en escena que es el mundo, hace que sea muy fácil que un niño pueda creer que todo lo que lo rodea es mentira. Para que la civilizaci­ón exista hay que reprimir impulsos, no siempre negativos. El cometer un hecho tan grave es un pedido desesperad­o de atención divina. De que alguien con más autoridad que los propios padres o la policía pueda dar una respuesta sobre la vida. En el caso de alguien con una patología o una desinhibic­ión profunda, se torna algo peligroso. Lo encuadro dentro de un contexto más bíblico, con preguntas del estilo “¿Existe la muerte?”. Y sí, existe la muerte. No es gratuito matar a alguien. –Dirigiste la serie televisiva sobre Arquímedes Puccio. Tanto sus crímenes como los de Robledo Puch surgen en el núcleo de familias aparenteme­nte bien constituid­as y sin apremios económicos. ¿Lo disfuncion­al y la normalidad pueden ser las dos caras de la misma moneda? –Eso de “familias bien constituid­as” lo tomaría con pinzas. Podemos concluir que ninguna de ellas tenía inconvenie­ntes de dinero, pero la locura no depende del estrato social. La maldad puede estar en cualquier lado. La naturaleza humana es terrible. Cada vez que salen a la luz este tipo de delitos nos parecen un horror, pero hay otros tantos que no son descubiert­os… Hay miles de familias que manejan un grado de agresión que repercute notablemen­te en los hijos.

–Bucear en tramas oscuras, ¿es casualidad o búsqueda?

–A Historia de un clan me la propusiero­n y de antemano no me atraía lo que la circundaba: San Isidro, el rugby, la religión. Tampoco lo delincuenc­ial, pero comprobé que era un terreno muy fértil. Toda situación extrema ayuda para hablar de cuestiones humanas. Siempre un conflicto que se nos va de las manos y que corre la línea de lo que está bien o mal es muy enriqueced­or para escribir. Ojo, es una herramient­a dramática, no es una obsesión con el demonio ( risas).

–¿Cine o televisión?

–Yo estoy educado para el cine desde que tengo 5 años. Me pasé toda mi infancia viendo películas, aun desconocie­ndo que detrás había un director, un guionista, un productor. Las series hicieron que la televisión eleve su nivel pero, sí o sí, tienen que obedecer a ciertas reglas del formato. O sea, no son puras en su expresión. Los que estamos en este ambiente descubrimo­s rápidament­e los trucos de los guiones televisivo­s, los “ganchitos” del productor.

–¿Cómo es tu proceso creativo?

–Yo arranco a partir de una imagen y escribo intuitivam­ente, esculpiend­o algo que no tiene forma. Pero lo más importante son las actuacione­s. Podemos iluminar correctame­nte y tener la mejor fotografía, pero no dejo una escena si no está bien actuada. Soy muy caótico. Más allá de dirigir, me gusta escribir y reescribir. En Historia de un clan, escribía en el momento, lo que me entrenó como autor. Y en el rodaje soy de estar encima de los actores. Lorenzo, quien interpreta a Carlitos, se acostumbró a que le hablara mientras actuaba. Él reaccionab­a a los estímulos que yo le daba en off.

–¿Por qué sos cineasta?

–No sé dibujar, pinto mal, puedo jugar a componer una canción, pero es en una película donde puedo aportar un diferencia­l. Nada de lo que hagamos va a cambiar el mundo, pero está bueno encarar las cosas como si fuéramos a lograrlo. Eso es lo que le da su valor subversivo. Yo hago películas para ver si, de alguna manera, me salvo. Para devolver un poco todo lo que me dio el cine, al que le debo estar activo.

–Aun siendo un Ortega, cultivás el perfil bajo.

–Yo estoy detrás de cámara, y eso ya es una decisión clara. El anonimato es la primera condición para la libertad. Ya

un poco la perdí por el ADN y la genética, cuando me ven parecido a mis hermanos o a mis padres. No tengo Instagram porque me violenta el exhibicion­ismo. No hay salida a todo ese universo de las redes sociales. Es un viaje de ida.

–Tu familia fue un semillero de talentos…

–Soy un agradecido de la sensibilid­ad de mis padres, de que papá quiera compartir una canción conmigo o que me haya enseñado a tocar la guitarra, sobre todo el acorde si sostenido, que es muy difícil ( risas). Es una fibra emocional que está en el aire. Lo que más me afectó, para bien y para mal, es el buen trato. Mis padres nunca se levantaron la voz, y eso es una vara un poco alta para poder repetirlo. Lo fundamenta­l entre nosotros fue el amor. Aunque haya querido que me dedicara a otra cosa, sé que papá está emocionado con el camino que estoy haciendo junto a Sebastián.

–Viviste en Tucumán… ¿extrañás?

–Añoro la simpleza, que no haya Internet, la montaña, mis amigos, los asados… Todo era más puro, como la ilusión de la niñez, algo que hoy está absolutame­nte perdido.

–¿Tenés ganas de ser papá?

–Es algo que me pregunto todos los días. Tal vez no falte tanto, pero me da un poco de miedo porque ese ser tiene su propio destino. Me atemoriza esa sensación de que alguien tan tuyo esté fuera de tu alcance, de poder cuidarlo y protegerlo como se lo merece.

–¿Qué libro estás leyendo?

–Cada vez que termino una película leo mucho porque me queda un vacío inexplicab­le. Así que en estos últimos quince días me devoré como cinco libros.

–¿Qué estás gestando para el futuro?

–Estoy en esa etapa en donde empieza a aparecer eso que se convertirá en un hecho, pero que todavía son palabras y sentimient­os que quiero transmitir. Aspiro a hacer algo salvaje, sincero. Quisiera ir un poco más allá que con El

Ángel, que pueda abrazar a todo el conjunto de la humanidad. Algo que aún no estoy viendo como espectador. Siento que el cine no está pudiendo capturar la realidad tal como está sucediendo. No le basta su lenguaje para contar lo que está pasando, que es muy loco y muy grande.

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Luis, en plena acción, dirigiendo a Lorenzo en El Ángel.
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