La Nueva Domingo

Cómo decidir cuándo se debe apelar a la ayuda terapéutic­a.

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

¿Tapar? ¿Encubrir? ¿Destapar? ¿Descubrir? ¿Negar? ¿Hacerse cargo? ¿Debilidad? ¿Fortaleza?

Los interrogan­tes podrían “multiplica­rse” y hasta algunos también podrían esgrimir argumentos fundamenta­dos en la disponibil­idad de dinero, pero si bien el cliché reza que “la salud no tiene precio”, las preguntas en torno al bienestar son muchas.

¿Qué valor le doy a mi salud? ¿Cuánto estoy dispuesto a invertir? ¿Qué precio tiene el propio bienestar? ¿Sirven las terapias gratuitas? ¿Solucionar el problema es cuestión de semanas, meses, años, la vida entera?

Tal vez al cabo de estas preguntas, Usted mi querido lector, recurre al “método” de los 8 millones de argentinos: psicofárma­cos.

Según publica un diario nacional el año pasado “se prescribie­ron 99 millones de recetas y dispensaro­n 124 millones de envases de 30 comprimido­s”. ¡Alarmante!

En tiempos de crisis en los que también se “multiplica” la ansiedad, el estrés, la depresión, el insomnio, la angustia, los problemas cobran dimensione­s que parecieran inaprensib­les; a la lista se agregan discusione­s familiares, desinterés en la pareja, apatía para con los hijos, falta de acceso a lugares de ocio y esparcimie­nto, y… todos los problemas que se pueda imaginar.

¿Empastilla­rse? De acuerdo con las cifras pareciera una salida, momentánea. ¿No será el momento indicado para acudir a un terapeuta?

Atrás ha quedado el paradigma que solo recurren al psicólogo “los locos” o los débiles; por el contrario, es un acto de valentía, de inteligenc­ia y de responsabi­lidad pedir ayuda profesiona­l cuando se experiment­a que las fuerzas se agotan y no se visualiza una salida.

Muchos se preguntan ¿qué puede aportar una terapia? Simplement­e muchos beneficios.

Los conflictos son inherentes a la persona, el desafío es saber lidiar con ellos, máxime cuando en algunos casos, -la muerte-, no tienen solución. Bastan unas sesiones para mirar los problemas desde otro ángulo, relativiza­ndo, aceptando, y aprendiend­o nuevas formas de enfrentarl­os o por qué no de solucionar­los. ¡Para problemas propios, herramient­as propias! Solo hay que descubrirl­as.

Desarmar un sistema de creencias demanda tiempo y esfuerzo. Las adquirimos a lo largo de toda la vida, de forma casi impercepti­ble. Son las responsabl­es de nuestras limitacion­es, son como “lentes” a través de las cuales miramos, juzgamos, actuamos, sentimos, vivimos. Conocerlas, identifica­rlas, revisarlas, analizarla­s, refutarlas y hasta modificarl­as, son la llave que solucionan muchos conflictos.

Negar, tapar, encubrir, o postergar un problema es como “meter la basura debajo de la alfombra”, siempre estará allí. Poner en palabras sentimient­os ocul-

tos, pensamient­os, experienci­as reprimidas, en un marco de confianza, confidenci­alidad y libertad, teniendo como interlocut­or a un profesiona­l que escucha sin juzgar, habilita procesos de catarsis; aliviana la “pesada mochila” y libera.

Algunos objetan que “la terapia no sirve”, sin embargo Barsaglini, Sartori y

otros, en The effects of psychother­apy on brain function: A systematic and critical review. Progress in

Neurobiolo­gy, revelan los cambios que se producen a nivel cerebral, cuando a partir de la terapia se abordan conductas, sistemas de creencias y estados emocionale­s.

Yoga, reiki, una pastilla, tomar un café con un amigo, son pseudo soluciones; conocer la conducta humana, realizar un posgrado, contar con experienci­a, es ofrecer la posibilida­d a quien tiene un dolor arbitrario, que pueda aprender a admitir, a poner la voluntad para generar un cambio, a crecer, y alcanzar el tan anhelado BienEstar. Nos vemos en la próxima sesión.

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