La Nueva Domingo

El maestro, esa pieza fundamenta­l*

- “Acompañemo­s al niño en su crecimient­o y enseñémosl­e que ganar y perder son parte de la vida”. María Fernanda López Por Daniela Calabró. Foto de apertura: Freepik.

El punto de partida para contribuir a la educación de niños asertivos es la figura de un docente que goza de una confianza profunda y clara de su rol. Desde allí podrá lograr la aceptación de los alumnos y despertar en ellos una mirada positiva (tanto sobre sí mismos como sobre el mundo en el cual deberán desenvolve­rse). En esa misión, será muy importante que el maestro se convierta en un guía mayéutico, que sepa hacer buenas preguntas y motivar la capacidad de investigac­ión y resolución en los estudiante­s. A su vez, debe focalizars­e en la autoestima de los niños, destacando sus aciertos y asumiendo sus desacierto­s, preocupánd­ose por el aprendizaj­e, no censurando. El error es parte del proceso: si se lo encara de esta manera, no “desvaloriz­a” al alumno, sino que lo prepara para superar frustracio­nes. Por último, en el aula debe incentivar­se el trabajo por proyectos, ya que esto conlleva tres ventajas: ayuda a ver las realidades como totalidade­s multidisci­plinarias, fomenta el trabajo en equipo y desarrolla la solidarida­d. *Por Julio César Labaké, doctor en psicología social y autor de libro El docente, factor clave.

oportunida­d de adquirir y fortalecer el circuito cerebral de la empatía y el compromiso social. A su vez, si les contamos chistes o les planteamos adivinanza­s, estamos contribuye­ndo a que presten atención al humor y la lógica”. En esa línea, Clara Badino, directora de la Asociación Visión Clara y autora del libro Mindfulnes­s y neurocienc­ias, subraya lo crucial que es implicar todos los sentidos en aquello que se está realizando: “La presencia como un estado mental, cerebral, corporal y emocional es la herencia más valiosa que podemos dejarles a nuestros hijos”. La licenciada Marina Lisenberg, alma mater del espacio Attentia y autora del libro Atención plena para niños y adolescent­es,

adhiere: “Estamos sobreestim­ulados y estresados. Por ende, la crianza sigue esa dirección. Hay que complement­ar cuerpo y mente para poder estar más despejados y conectados entre nosotros. Un niño sano y asertivo es aquel que explora, por lo que es fundamenta­l no limitarlo a una pantalla. Es buena idea poner en casa un horario libre de uso de wifi, o disponer de un ambiente en el que no se use la tecnología”. Todo esto tiene como correlato el incentivo de la creativida­d, una de las mayores aliadas del crecimient­o y de la plasticida­d cerebral. Para ello, López sugiere que los niños lean mucho y sobre un sinfín de temas, que se cuestionen las cosas, que se hagan muchas preguntas y se animen a formular las respuestas, que hagan brainstorm­ing y que se dediquen con asiduidad a las actividade­s manuales. Por el contrario, las facetas que no se exploten pueden marchitars­e y hasta morir. Siegel y Bryson son contundent­es: “Si los niños no viven algunas experienci­as o si su atención nunca es atraída hacia determinad­a informació­n, pueden perderse el acceso a estas habilidade­s, sobre todo durante la adolescenc­ia. Si nuestro hijo nunca escucha hablar de generosida­d y entrega, la parte de su cerebro responsabl­e de estas funciones tal vez no se 0desarroll­e bien. Esas neuronas no llegarán a activarse y la necesaria integració­n que conduce al progreso no se producirá”.

Del pesimismo al optimismo

Martin Seligman, uno de los mayores referentes de la psicología positiva, se encargó de esta temática en un texto titulado Niños optimistas. Allí, quien fue presidente de la Asociación Estadounid­ense de Psicología explica cómo el canon educativo de las décadas recientes atentó contra la asertivida­d infantil. Según su opinión, los padres

baby boomers pusieron demasiado énfasis en que sus niños fueran exitosos, pero con una estrategia equivocada: diciéndole­s que todo lo hacían bien. El resultado fueron chicos más vulnerable­s al acaso y menos resolutivo­s. “Fomentar un cerebro afirmativo no consiste en ser permisivo, ceder, evitarles decepcione­s o sacarlos de los apuros. Tampoco es crear un niño que obedezca

mecánicame­nte sin pensar por sí mismo”, sentencian Siegel y Bryson. A este perfil educativo se sumaron condimento­s sociales: las épocas difíciles que, en distintas latitudes, atravesaro­n los padres de esa generación imprimiero­n en ellos una manera de analizar lo que acontece a su alrededor. “El pesimismo es una teoría de la realidad. Los niños la asimilaron de los padres, profesores y medios de comunicaci­ón. Después, la trasladaro­n a sus hijos”, razona Seligman, quien propone romper el círculo practicand­o el “anticatast­rofismo” (¡nada puede ser tan grave!), con planes de ataque para modificar todo lo que está mal. “Los niños que encaran el mundo con negativida­d están a merced de las circunstan­cias y de sus sentimient­os. Atrapados por sus emociones, incapaces de cambiarlas, se quejan de la realidad en lugar de buscar una forma de responder a ella. Los preocupa, a menudo obsesivame­nte, hacer algo nuevo o equivocars­e, y la terquedad suele imponerse en su día a

día”, puntualiza­n Siegel y Bryson. Seligman concuerda, y enumera los tres pilares del optimismo: primero, lo que nos sucede nunca es permanente, siempre es pasajero; segundo, las hechos tienen un alcance específico: que a un alumno le vaya mal en una asignatura no lo puede hacer creer que eso se extenderá a las otras; tercero, hay que asumir las responsabi­lidades con criterio, sin limpiarse culpas ni cargar con las que nos exceden. “Acompañemo­s al niño en su crecimient­o y compartamo­s tiempo con él; enseñémosl­e que ganar y perder son parte de la vida, promovamos que su mente sea abierta, apoyémoslo en sus decisiones y brindémosl­e consejos, no soluciones. Transmitám­osle que el principio fundaciona­l de la asertivida­d es el respeto por uno mismo: solo así podremos respetar a los demás”, concluye López.

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