El maestro, esa pieza fundamental*
El punto de partida para contribuir a la educación de niños asertivos es la figura de un docente que goza de una confianza profunda y clara de su rol. Desde allí podrá lograr la aceptación de los alumnos y despertar en ellos una mirada positiva (tanto sobre sí mismos como sobre el mundo en el cual deberán desenvolverse). En esa misión, será muy importante que el maestro se convierta en un guía mayéutico, que sepa hacer buenas preguntas y motivar la capacidad de investigación y resolución en los estudiantes. A su vez, debe focalizarse en la autoestima de los niños, destacando sus aciertos y asumiendo sus desaciertos, preocupándose por el aprendizaje, no censurando. El error es parte del proceso: si se lo encara de esta manera, no “desvaloriza” al alumno, sino que lo prepara para superar frustraciones. Por último, en el aula debe incentivarse el trabajo por proyectos, ya que esto conlleva tres ventajas: ayuda a ver las realidades como totalidades multidisciplinarias, fomenta el trabajo en equipo y desarrolla la solidaridad. *Por Julio César Labaké, doctor en psicología social y autor de libro El docente, factor clave.
oportunidad de adquirir y fortalecer el circuito cerebral de la empatía y el compromiso social. A su vez, si les contamos chistes o les planteamos adivinanzas, estamos contribuyendo a que presten atención al humor y la lógica”. En esa línea, Clara Badino, directora de la Asociación Visión Clara y autora del libro Mindfulness y neurociencias, subraya lo crucial que es implicar todos los sentidos en aquello que se está realizando: “La presencia como un estado mental, cerebral, corporal y emocional es la herencia más valiosa que podemos dejarles a nuestros hijos”. La licenciada Marina Lisenberg, alma mater del espacio Attentia y autora del libro Atención plena para niños y adolescentes,
adhiere: “Estamos sobreestimulados y estresados. Por ende, la crianza sigue esa dirección. Hay que complementar cuerpo y mente para poder estar más despejados y conectados entre nosotros. Un niño sano y asertivo es aquel que explora, por lo que es fundamental no limitarlo a una pantalla. Es buena idea poner en casa un horario libre de uso de wifi, o disponer de un ambiente en el que no se use la tecnología”. Todo esto tiene como correlato el incentivo de la creatividad, una de las mayores aliadas del crecimiento y de la plasticidad cerebral. Para ello, López sugiere que los niños lean mucho y sobre un sinfín de temas, que se cuestionen las cosas, que se hagan muchas preguntas y se animen a formular las respuestas, que hagan brainstorming y que se dediquen con asiduidad a las actividades manuales. Por el contrario, las facetas que no se exploten pueden marchitarse y hasta morir. Siegel y Bryson son contundentes: “Si los niños no viven algunas experiencias o si su atención nunca es atraída hacia determinada información, pueden perderse el acceso a estas habilidades, sobre todo durante la adolescencia. Si nuestro hijo nunca escucha hablar de generosidad y entrega, la parte de su cerebro responsable de estas funciones tal vez no se 0desarrolle bien. Esas neuronas no llegarán a activarse y la necesaria integración que conduce al progreso no se producirá”.
Del pesimismo al optimismo
Martin Seligman, uno de los mayores referentes de la psicología positiva, se encargó de esta temática en un texto titulado Niños optimistas. Allí, quien fue presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología explica cómo el canon educativo de las décadas recientes atentó contra la asertividad infantil. Según su opinión, los padres
baby boomers pusieron demasiado énfasis en que sus niños fueran exitosos, pero con una estrategia equivocada: diciéndoles que todo lo hacían bien. El resultado fueron chicos más vulnerables al acaso y menos resolutivos. “Fomentar un cerebro afirmativo no consiste en ser permisivo, ceder, evitarles decepciones o sacarlos de los apuros. Tampoco es crear un niño que obedezca
mecánicamente sin pensar por sí mismo”, sentencian Siegel y Bryson. A este perfil educativo se sumaron condimentos sociales: las épocas difíciles que, en distintas latitudes, atravesaron los padres de esa generación imprimieron en ellos una manera de analizar lo que acontece a su alrededor. “El pesimismo es una teoría de la realidad. Los niños la asimilaron de los padres, profesores y medios de comunicación. Después, la trasladaron a sus hijos”, razona Seligman, quien propone romper el círculo practicando el “anticatastrofismo” (¡nada puede ser tan grave!), con planes de ataque para modificar todo lo que está mal. “Los niños que encaran el mundo con negatividad están a merced de las circunstancias y de sus sentimientos. Atrapados por sus emociones, incapaces de cambiarlas, se quejan de la realidad en lugar de buscar una forma de responder a ella. Los preocupa, a menudo obsesivamente, hacer algo nuevo o equivocarse, y la terquedad suele imponerse en su día a
día”, puntualizan Siegel y Bryson. Seligman concuerda, y enumera los tres pilares del optimismo: primero, lo que nos sucede nunca es permanente, siempre es pasajero; segundo, las hechos tienen un alcance específico: que a un alumno le vaya mal en una asignatura no lo puede hacer creer que eso se extenderá a las otras; tercero, hay que asumir las responsabilidades con criterio, sin limpiarse culpas ni cargar con las que nos exceden. “Acompañemos al niño en su crecimiento y compartamos tiempo con él; enseñémosle que ganar y perder son parte de la vida, promovamos que su mente sea abierta, apoyémoslo en sus decisiones y brindémosle consejos, no soluciones. Transmitámosle que el principio fundacional de la asertividad es el respeto por uno mismo: solo así podremos respetar a los demás”, concluye López.