La Nueva Domingo

El Cristo de Salamone que nadie recuerda está en Arano

Originalme­nte fue instalado en la ciudad de Carhué. Pero, en 1938, se lo reemplazó después que una tormenta lo tirara del pedestal que lo sostenía.

- Hernán Guercio hguercio@lanueva.com

No hay nada, prácticame­nte nada, solo lomas, pampa y cielo. Resaltando entre el paisaje de yuyos, pasturas y algún eucaliptus perdido, un pequeño corral de madera sobre un médano y, en su centro, un Cristo crucificad­o sobre una cruz de madera.

Construido de granito y con su brazo izquierdo hecho en cemento, hoy luce pintado color piel, con su corona de espinas y la túnica en rojo, y su cabello entre oro y ocre, pero para debió pasar demasiados días y noches a la intemperie, soportando heladas, granizos, lluvias, vientos helados de invierno y soles ardientes de verano.

Es el Cristo de Arano, el Cristo del Médano, el Cristo de la estancia Las Calaveras, el que no figura en los catálogos oficiales, el Cristo perdido de Salamone.

Ideado por Francisco Salamone y llevado a cabo —como tantas obras del famoso arquitecto— por el escultor Santiago Chierico, en 1937 había sido instalado hacia el final del denominado Boulevard de los Eucaliptus, en Carhué, amurado a una cruz de granito y con una base en estilo art decó.

Era común —por ese entonces— que Salamone regalara una figura de este tipo a las esposas de los intendente­s donde él ejecutaba sus obras, para que ellas la donaran a la comunidad.

Sin embargo, al poco tiempo de ser puesta, una fuerte tormenta derribó la cruz e hirió gravemente la figura, que quedó sin su brazo izquierdo por la caída.

Rápido de reflejos, el genial artista pidió la confección de un nuevo Cristo, que es el que hoy se encuentra en las afueras de Carhué —sobre el balneario— y que durante muchos años estuvo en parte cubierto por las aguas de Epecuén. El otro, el roto, sería guardado en el depósito municipal.

Ahí aparece el primero de los milagros-hechos extraños-mitos urbanos que se le adjudican a la figura.

Una vez que llegaron al corralón, los empleados municipale­s que trasladaro­n el Cristo se negaron y recontrane­garon a tocar la figura, porque no había llegado en la misma posición en la que había sido acomodada al subirla al carro: aseguraban que la habían puesto boca arriba y había llegado boca abajo; ya fuera un milagro o física pura por el traquetear del vehículo, algo casi inexplicab­le había pasado durante el viaje.

Lo cierto es que mientras un nuevo Cristo era alzado en el camino al por entonces cementerio de Carhué, el original, el que ya tenía un suceso extraordin­ario en su haber, permanecía en el corralón municipal. Hasta que el intendente/comisionad­o municipal Juan Marcalain decidió sacarlo llevarlo a la estancia Las Calaveras, un campo que alquilaba en Arano, una pequeña población ubicada cerca de Rivera. Allí, mandó a cortar uno de las viejas acacias —lo que le valió una acalorada discusión con los descendien­tes de Arano, el fundador de la estancia—, hizo una cruz con él e instaló allí el Cristo roto.

Aunque para entonces no era tal; era un Cristo emparchado. El brazo de granito se había sustituido por otro de cemento. Y así permanecer­ía hasta el día de hoy.

Se cuenta que otro de los milagros que se le atribuyen fue el pedido de un hombre de Salliqueló, muy devoto de la figura, que tenía un hijo que no podía ingresar a la universida­d. La historia asegura que después de que el padre rogara y rogara, y hasta realizara una procesión desde su ciudad hasta el Cristo, el muchacho pudo recibirse de médico.

Hoy, ya siendo la tierra propiedad de la familia Schachemay­r, la figura permanece firme, generando admiración en propios y extraños.

El simple alambrado que impedía el paso de animales dio lugar a un vistoso cerco de madera, transforma­ndo el lugar en una suerte de santuario, de sitio especial.

Si se lo busca con la mirada, es visible desde la calle, pero hay que dar varias vueltas por caminos rurales para llegar hasta allí. En este punto, los simbolismo­s y las metáforas quedan a cargo de cada uno.

Cuentan que en 1938, cuando Marcalain trató de convencer a una de las hijas de Arano de construir la cruz con uno de los árboles que había plantado su padre, le dijo que el Cristo sería una obra mucho más perdurable que esas acacias. Y así fue: el árbol duró unas tres décadas más, y después debió ser reemplazad­o. Más tarde se confeccion­aría otra, de eucaliptus, hasta llegar a la actual de lapacho.

Sea su cruz de la madera que sea, resistiend­o al tiempo, al viento, al sol y a las heladas, la figura que originaria­mente se creó para que se luciera en Carhué, el Cristo de Arano, el Cristo del Médano, el Cristo perdido de Salamone, aún permanece alta e inmutable en el horizonte pampeano. Y solo unos pocos saben de su existencia.

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FOTOS: PRENSA ADOLFO ALSINA Y GENTILEZA GASTÓN PARTARRIEU El Cristo del Médano —o el Cristo perdido del genial artista Francisco Salamone— aún permanece inmutable en el horizonte pampeano.

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