La Nueva Domingo

Ambiciones que matan

- por Noemí Carrizo*

“La envidia, los celos, la ambicion, todo tipo de avidez, son pasiones. El amor es una accioón, la praáctica de un poder humano, que soólo puede realizarse en libertad y jamas como “resultado de una compulsioó­n . Erich Fromm

Morir en la miseria es atroz pero no sorprenden­te para una persona que no se manejó bien desde el punto de vista económico. En cambio, cuando nos referimos a personajes célebres, no es común pensar en la pobreza. En el caso, por ejemplo, de la literatura, se dice que es una profesión “infiel”, como sucede con casi todas las artes, donde se suele pasar de una vida cálida en las mieles del éxito al olvido y la carencia. Esta gente, que suele ser presa de un don, no se muestra dominada por la avidez del dinero y las adquisicio­nes, ni tiene una sed exorbitant­e de adquirir bienes y dominio: le basta con extender su creativida­d para sentirse compensada. Los que ambicionan experiment­an una compulsión desenfrena­da, no pueden parar, nada es suficiente y, generalmen­te, son poco caritativo­s. Todo para ellos. Suelen disfrutar de sus riquezas los herederos o alguien capaz de sostenerle­s la mano, con sinceridad o ficción, hasta el final. Muchas veces tienen la suerte de estar rodeados de gente noble. El ambicioso es exhibicion­ista: hace un viaje y alardea con los lugares exclusivos donde estuvo recostado en reposeras de lujo. Erich Fromm afirmaba: “La envidia, los celos, la ambición, todo tipo de avidez, son pasiones. El amor es una acción, la práctica de un poder humano, que solo puede realizarse en la libertad y jamás como resultado de una compulsión”. El codicioso tiene armas de seducción que esconden el deseo de un beneficio personal. Por eso, cuidado en quién confíes: recuerda que Satanás era un ángel y Judas, un discípulo. William Shakespear­e fue terminante: “Tú quieres ser grande y no te falta ambición pero sí la maldad que debe

acompañarl­a”. El pretencios­o no mide sus límites. Un personaje delicioso, como f ue Marilyn Monroe, pensó que si el prestigios­o escritor Arthur Miller abandonaba a su esposa e hijos para casarse con ella, lo mismo haría alguno de los hermanos Kennedy con los que mantuvo romances. Cleopatra, reina de Egipto, no era bella pero escucharla hablar producía una gran placer: podía encantar a cualquier hombre con su voz y sus maneras, incluso al más escéptico del amor o al más anciano. Su ambición la llevó a morir por la mordedura de una áspid, en absoluta soledad. A mí me gusta una frase del escritor y filósofo rumano Emil Cioran: “Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”. Y me fascina Oscar Wilde cuando afirma con su don irónico: “La ambición es el último refugio del fracaso”. Estoy convencida de que ese afán por “tener” denuncia un desamparo, una falta de cariño, una soledad exorbitant­e. Se cuentan los billetes como si se tocara la frente de un ser amado. ¡Qué pena! Las frentes suelen coronar miradas que enaltecen la propia existencia, con su furor sentimenta­l. El poder, de cualquier naturaleza, es un ejercicio en soledad. Prefiero el amor, un ejercicio de a dos con o sin confort, con o sin viajes exclusivos en cruceros con platos exóticos. El amor es exótico: con eso me basta.

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