Un escenario que no debería confundir
Tal vez prematuramente -aunque hay que reconocer que el optimismo ha sido siempre su fuerte- en el Gobierno expresan por estas horas síntomas de alivio y respiro, después del mini veranito cambiario de la semana que pasó y otros factores que influyeron directamente en la escena política, como la firma del nuevo acuerdo con el Fondo Monetario que despeja del todo las dudas sobre el financiamiento externo para 2019 y el sonoro espaldarazo de Donald Trump a Mauricio Macri.
Una llamada que, según indicios, fue afanosamente buscada desde acá y no un gesto altruista del ocupante del Salón Oval. Ello, por supuesto, al margen de que los deberes que deberá hacer el Gobierno para acceder al refuerzo del crédito del FMI serán más duros que los que aceptó cuando se acercó por primera vez al organismo en junio pasado.
También provocaba esas bocanadas de aire fresco el avance del acuerdo con los gobernadores, que de no mediar sorpresas seria refrendado el martes en la Casa Rosada por los mandatarios de las 24 provincias y el presidente Macri.
Un paso que por su lado despejaría las incógnitas respecto del apoyo del peronismo federal y de otras fuerzas políticas, excluido claro el cristinismo duro y el kirchnerismo residual, para la sanción del Presupuesto 2019, que contendrá la letra más dura del gigantesco ajuste a que obliga el acuerdo con el Fondo, y que llevará a los gobernadores a recortar sus gastos corrientes y la imprescindible obra pública en algo menos de $ 100 mil millones.
Ya se sabe que la Nación, tras arduas negociaciones y algunas concesiones a las que el presidente fue llevado casi por la fuerza, deberá hacerse cargo de los otros $ 300 mil millones que tendrán que ahorrarse de las cuentas del Tesoro para que el déficit fis- cal del año que viene sea cero, tal como reclamaron Cristine Lagarde y su staff antes de poner en marcha la revisión.
El propio Macri debió salir desde Mendoza a bajar algunas expectativas un tanto exacerbadas que entregaban funcionarios del Gobierno, luego de tres días seguidos del dólar en baja y expresiones internacionales de apoyo a las políticas que está llevando adelante el gobierno para salir del pozo.
"Tres días de tranquilidad no significa que todo se haya resuelto", dijo, prudente, el presidente. Es que Macri no quiere quemarse con leche y es el primero en querer salir definitivamente de los "peores cinco meses" de su vida, como el mismo calificó a la crisis que se inicio en abril y que está lejos de desmontarse.
Había funcionarios que el viernes, entre algo de entusiasmo y bastante de preocupación, se preguntaban si esta calma cambiaria sumada a aquellos otros signos no es más que aquella que suele preceder a nuevas tormentas. O si efectivamente da para entusiasmarse y pensar que ahora sí se inicia el lento, aunque sostenido, camino hacia el despegue.
Al Gobierno, dicen sus intérpretes, le vendría bien que la paz de la semana pasada no sea apenas un espasmo luego de las explosivas jornadas de días atrás cuando el dólar rozó los $ 42 y arrastró detrás suyos los peores pronósticos de parte de analistas y observadores sobre el futuro del gobierno de Cambiemos.
De sostenerse en el tiempo, analizan, este nuevo estado de la economía hacia niveles de recuperación del crecimiento repondría en una primera mirada la idea de la reelección de Macri el año que viene. Un supuesto para muchos todavía más que incierto y que hasta en el propio oficialismo, en medio de aquella tormenta de fren- te, aparecía como un objetivo seriamente comprometido.
La tenue salida hacia mejores horizontes le permitiría al macrismo machacar sobre un escenario que le interesa. Se dibujaría con dos trazos gruesos, al margen de otras urgencias que deberá encarar en el plano estrictamente social.
Por un lado, el cristinismo y sus aliados del sindicalismo duro quedarían expuestos como los únicos que solo persiguen evitar que el gobierno llegue a su término en tiempo y forma, mientras ahora mismo fogonean a través de las redes sociales la comisión de saqueos y otros desmanes, entusiasmados malamente con un diciembre caótico.
Esto último ya ha motivado que el presidente designe esta semana un "tridente" que integran los ministros Frigerio, Bullrich y Stanley, encargados de monitorear esos movimientos y por supuesto hacer mucho ruido mediático y judicial.
Dejaría a su vez al PJ con la obligación de ir a una renovación, lo que significa terminar definitivamente con cualquier rasgo de kirchnerismo o intento de vuelta al populismo y generar hacia adentro la unidad que alumbre un candidato capaz de enfrentar a Cambiemos en 2019 con chances de recobrar el poder.
De hecho, la salida de la crisis, si se confirmara en los hechos, obraría en contra del argumento que campeaba en estas semanas de infierno en el peronismo federal, y en el otro también, respecto del crecimiento de sus chances de volver a la Casa Rosada el año que viene a caballo del descalabro económico y de algún modo político de la coalición entre macristas, radicales y lilitos.
El presidente necesitará esta vez algo más que un alineamiento de los planetas para lograr esos objetivos.
Según indicios, la llamada de Trump, fue afanosamente buscada desde acá y no un gesto altruista del ocupante del Salón Oval.
Había funcionarios que el viernes se preguntaban si esta calma cambiaria no es más que aquella que suele preceder a nuevas tormentas.