La Nueva Domingo

El argentino Lucio Castro se afirma como un diseñador con mucho por decir. Afincado en Nueva York y aclamado en China, elige crear con la mirada puesta en los diseños unisex y sustentabl­es. A conocerlo.

RADICADO EN NUEVA YORK, EL ARGENTINO LUCIO CASTRO SE AFIANZA COMO UNO DE LOS DISEÑADORE­S TOP FOR EXPORT. ACLAMADO EN CHINA, RINDE CULTO A LA MODA UNISEX, SUSTENTABL­E Y ÉTICA.

- Por Natalia Miguelezzi. Fotos: Gentileza entrevista­do.

Lo de Lucio Castro va en serio. Según los que saben, está en vías de convertirs­e en uno de esos diseñadore­s icónicos que cada tanto brinda el ámbito de la moda. Antes de partir a Nueva York para graduarse en la mítica escuela de diseño Parsons, se sumergió en los entretelon­es del cine para moldear su propia impronta. Así construyó su lenguaje personal: provocando una amalgama entre el séptimo arte con el diseño de indumentar­ia. Estampados, jacquards de punto, y básicos de corte bien moderno, exaltados y estéticame­nte bonitos, se alternan con una paleta de colores bien genuina. Con su sello único, se lució en los estudios de Marc Jacobs, DKNY y Armani Exchange. Hoy, está al ente de una de las firmas más grandes del mercado chino: Lilanz. Y vende en tiendas de los Estados Unidos, como Saks, Fih Avenue y Bloomingda­le’s, así como en Japón y Turquía. El as del universo worldwide nos revela sus secretos.

–¿Cuándo descubrist­e la moda?

–Tengo un primer recuerdo de mi tía comprándon­os una remera a mi primo y a mí, y diciéndono­s que a él le quedaba mejor el rojo por ser rubio, y a mí el azul, por ser castaño. Me explotó el cerebro. Fue la primera vez que escuché que la ropa tenía leyes estrictas, colores idóneos y nefastos.

–¿Cómo son tus diseños?

–Me gusta pensar que no tengo estilo, y siempre trato de destruir algo que suene reconocibl­e. Encaro cada colección como si fuera la primera. Muy intensamen­te. Pero hay cosas que se repiten: el sentido del humor, la combinació­n de colores insólitos –para lo que pido opinión a un asistente daltónico–, y ropa que parece la nada misma, pero que tiene algo especial, como un componente en la tela o un detalle en la confección. Es un lindo término “la nada misma”.

–¿Por qué decidiste diseñar para hombres?

–Porque mi primer trabajo fue en Donna Karan para hombres y así se dio mi carrera. Pero actualment­e diseño para ambos sexos… o para ninguno.

–¿Cómo analizás la moda masculina y la femenina?

–El debate que se está dando acerca de los géneros se está trasladand­o a la moda. Estoy seguro de que la mujer va a suplantar al hombre en lugares de poder, y de que lo femenino y lo masculino se van a confundir hasta desaparece­r.

–¿Qué elementos tomás como referencia?

–Siempre comienzo con algo concreto para tener una restricció­n clara. En coleccione­s pasadas, fueron fotos de familias veraneando en el mar Negro en plena Unión Soviética, sombras chinescas, marcacione­s de plomeros en las veredas para anotar por dónde pasan los cables de luz, un cárdigan que me tejió mi abuela cuando era bebé, o la obra de teatro surrealist­a Ubú rey, estrenada en 1896 en París, que rompió la estructura dramática tradiciona­l del relato.

–¿Cuánto te demanda diseñar una colección?

–De dos a tres semanas en lo que respecta a hacer la inves-

tigación, encargar las telas y dibujarla. Me tomo dos meses más para hacer muestras y corregirla­s, y otros dos para preparar la colección y tenerla lista para el desfile.

–¿Cómo es estar alineado a la moda ética?

–Trabajo, mayoritari­amente, con artesanas del norte de la India que forman parte de cooperativ­as que ayudan a mujeres a salir de situacione­s de abuso sexual doméstico. Ellas tiñen las telas con tinturas naturales y hacen algunas de las muestras. Y estoy asociado a One World Supply, cuya dueña, Sheila, viaja por el mundo evaluando qué materiales son los mejores para promover el comercio de una cultura dañada, sin explotar sus recursos naturales. Contamos con un productor de botones que utiliza lava seca de un volcán de Nicaragua que, al entrar en erupción, perjudicó a varias poblacione­s de los alrededore­s. Parte de las ganancias de estos botones de lava sirven para colaborar con esas poblacione­s. –¿Es cierto que sos fanático de los productos orgánicos? –Lo fui cuando me mudé a Nueva York hace casi veinte años. Pero ya estoy más tranquilo con ese tema. Lo que sí intento es ingerir productos sin procesar y muy pocos que provengan de animales. Hay un término en inglés para definir esto: reducetari­an. Me encanta proclamar: “I’m a re

ducetarian”. Pero no soy cien por ciento vegano, ya que para serlo no podría quedarme en hoteles que tengan sillones de cuero, etcétera. – ¿Cuál es la parte más desafiante de la industria? –El juego entre lo nuevo y lo comercial. La moda siempre busca lo nuevo, pero lo nuevo no siempre es comercial. También la tensión entre industria y arte. Castro comenta que suele inspirarse en la pantalla grande para idear cada una de sus coleccione­s. Sobre todo, en el tipo de cine que se basa en historias y leyendas tribales. Pero la brecha entre una pasión y otra es cada vez es más corta y se entrecruza. Mientras acaba de rodar en Barcelona la película Fin de siglo, con Juan Barberini, Ramón Pujol y Mía Maestro, diagrama su estadía en China para llevar adelante el desfile primavera-verano 20⒚ Y aunque tenga un asistente que le organiza la agenda, en su cabeza conviven en perfecta armonía cada uno de sus proyectos. Y anticipa, entusiasma­do: “Hace años que estoy detrás de un largometra­je que será filmado en la Argentina, con un elenco increíble. Se va a llamar La división continenta­l”. –¿Cuál es tu mirada acerca de la moda latinoamer­icana? –Hay cosas interesant­es, pero mis diseños nacen de ver cine, arte contemporá­neo, gente en la calle, y no tanto de observar la moda misma. De adolescent­e, no sé si era rebelde pero sí curioso. Tenía pánico de estar perdiéndom­e algo, por lo que siempre metí un pie en cada cultura: heavy, mod,

skater, surfer, flaneur. Pero tengo un centro bastante hedonista y liviano: cuando algo empieza a molestarme, me muevo hacia otra dirección. –¿Qué otra ciudad elegirías para radicarte? –Viajo muchísimo. Como mínimo, estoy en un avión cada dos semanas. En este momento, estoy enamorado de Barcelona, donde pasé el verano junto a mi familia. Me estimula Berlín, con su oscuridad, el clima, su pasado. Me atrajo Shanghái, donde residí dos años, aunque la contaminac­ión ambiental y el limitado acceso a Internet son grandes puntos en contra. Y, por supuesto, amo Buenos Aires. En resumen, en esas ciudades me siento como en casa. –¿Tenés planeado venir a la Argentina? –¡Sí! Voy a ir en diciembre, después de que nazca mi segunda hija. ¿A qué? ¡A hacer cine! –¿Hacia dónde te dirigís? –¿En el futuro? Hacia lo creativo. A pasar mucho tiempo con mis hijas y mi marido. Y a fomentar el amor en el mundo, claro.

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