Un presidente que no tiene paz
El presidente Macri confesó días pasados que los últimos cinco meses fueron los peores de su vida. Incluso dijo que fueron peores que el calvario que sufrió durante su secuestro en 1991, cuando buena parte del cautiverio lo transcurrió encerrado en un ataúd. El mandatario, a la luz de los hechos que motivaron aquella confesión, y de los acontecimientos de la más pura realidad, debería replantearse el concepto: es muy probable que lo peor de su gestión al frente de la Casa Rosada todavía esté por venir.
Una primera mirada por encima de lo ocurrido hasta ahora desde que Macri llegó al poder, y no sólo en esos cinco meses fatídicos desde que estalló la monumental crisis de confianza de abril pasado y los ciclos recurrentes de corridas bancarias, devaluación del peso, alta inflación, crecimiento del desempleo, caída en picada de la actividad económica y niveles de pobreza que vuelven a ubicarse por encima de los que heredó de Cristina Kirchner en 2015, permitiría afirmar sin demasiado margen de error que algo no salió bien.
Algunos economistas y observadores hablan directamente de completo fraca- so. Alimentado ese concepto, y en esto se puede coincidir sin banderías, por un equipo gobernante que quedó lejos de ser "el mejor de los últimos cincuenta años" como los presentó Macri en diciembre de 2015. O porque los errores no forzados, cuando no lisa y llanamente la mala praxis, fueron a lo largo de estos casi tres años la regla y no la excepción.
El problema, dicen quienes siguen la película lejos de los ultras del macrismo siempre más cercanos al fanatismo militante, y hasta del propio presidente cuando busca transmitir esperanza en mensajes recientes como los que pronunció en Mendoza y Córdoba, es que Cambiemos ya se consumió casi las tres cuartas partes de su mandato, y los resultados están a la vista.
¿Porqué el gobierno de Macri lograría en un año que le queda de gestión lo que no pudo en casi tres transcurridos, sin haber cumplido ninguna de las promesas de campaña, y hasta con algún faltante ético como el caso de los aportantes truchos o los negocios familiares de un hombre, y un equipo, que se ufanaron de venir a cambiar la historia?
Los enormes desafíos que el presidente tiene por delante permiten dudar del final de su enconada batalla contra "la tormenta de frente".
Lo dicen varios analistas y lo confirman hasta las propias cifras del ministerio de Economía: este año que transcurre ha sido malo y terminará peor, con caída de la actividad económica, inflación cercana al 45 % y una reabierta aunque esperada puja por salarios que nadie sabe con certeza en qué puede desembocar. Más un clima social al rojo vivo.
No sería todo: también 2019, donde Macri se juega la reelección, el país tampoco crecerá, la mega devaluación del peso frente al dólar golpeará aun más el bolsillo de los asalariados, y la inflación fue estimada por el gobierno -no por los opositores- en un 25 %. Altísima, solo comparable a las de los únicos "socios" de la Argentina en ese cuadro de deshonor como la caótica Venezuela y Sudán del Sur.
Cabria recordar para tener en cuenta desde dónde se parte a la hora de ensayar estos análisis, que María Eugenia Vidal se apresta ahora mismo a reclamarle al gobierno de Macri que la compense con $ 19.000 millones destinados a actualizar el Fondo del Conurbano. ¿Porqué? Porque cuando el presidente anunció con bombos y platillos la restitución de ese monto, sus ministros habían calculado para el Presupuesto 2017 una inflación del 10 %, y del 5 % para este año. Exabruptos a la luz de la realidad que el Congreso, es bueno recordarlo, aprobó por el "aporte necesario a la gobernabilidad" que le ofreció el peronismo "racional".
Ese mismo peronismo, que encarnan los gobernadores y sus líderes parlamentarios, es al que Macri recurrió esta semana porque necesitaba desesperadamente una foto con la que reforzar ante el FMI su reclamo para olvidar el acuerdo firmado en junio y acordar uno nuevo, que persigue que los fondos que el organismo tenía previsto desembolsar en el bienio 2020/21, se los entregue todos juntos en 2019.
Los gobernadores se mostraron "racionales" pero no dejaron nada firmado. Por el contrario, prometen que serán sus legisladores los que se encargarán de aprobar o no el presupuesto por el que clama el FMI antes de dar un paso más.
Hubo voces, como las de Rodríguez Saá, Verna, Uñac, y por cuerda separada el Frente Renovador, que advirtieron que así como está redactada, la ley de leyes "no sale del Congreso". En especial, el capitulo en el que el Gobierno baja de categoría en términos generales los desembolsos hacia el interior pero no toca una coma del elefantiásico gasto publico nacional, que sería ahora también cuestionado por los técnicos de Lagarde que llegaron espantados a Buenos Aires para ver si es posible barajar y dar de nuevo.
Macri, cuya esperanza de que "lo mejor todavía no pasó" es muy respetable, aunque lo desmientan todos los hechos, pareciera a la vez querer tropezar otra vez con la misma piedra. Acaba de rechazar de plano la oferta de negociar con el PJ Federal en términos menos tormentosos -y orientados a calmar el bravo frente social- que le hizo llegar Juan Schiaretti.
El problema, dicen quienes siguen la película, es que Cambiemos consumió casi 3/4 partes del mandato y los resultados están a la vista. Lo dicen varios analistas y lo confirman hasta las propias cifras del ministerio de Economía: este año ha sido malo y terminará peor.