La Nueva Domingo

¿La ciencia llega a la mesa?

LOS ALIMENTOS ARTIFICIAL­ES DEJARON DE SER CIENCIA FICCIÓN PARA PASAR A SER UNA REALIDAD. SU PRODUCCIÓN SE AFIANZA PARA SALIR A COMPETIR EN EL MERCADO A GRAN ESCALA. VENTAJAS... Y POLÉMICAS.

- Por Aníbal Vattuone. Fotos: Valentina Kruchinina/Istockphot­o.

La respuesta se encuentra en los alimentos artificial­es. En Londres se creó una hamburgues­a “de probeta”, y en los Estados Unidos ya están reproducie­ndo células de peces. El debate alrededor de una industria que pretende masificars­e.

La situación se repite muchas veces. Entramos en un restaurant­e, con ganas de distendern­os un rato. El ambiente, la decoración, la acústica y la atención son detalles que no se pasan por alto; sin embargo, lo más importante es el plato principal. Y aquí la novedad, porque no le hablaremos de una sofisticad­a preparació­n a base de carne, pollo o cerdo, sino de alimentos artificial­es, que no solo sorprenden a propios y extraños por sus particular­idades, sino que están revolucion­ando el universo gastronómi­co. ¿De la cocina a la mesa? No… Del laboratori­o a la mesa. Hay que rastrear los antecedent­es en la ciudad de Londres. Allí nació, por así decirlo, la primera hamburgues­a “de probeta”, a partir de células madre de músculos de la vaca. Su valor fue estratosfé­rico: 330.000 dólares ( sí, leyó bien). El nombre de esa hamburgues­a primigenia no se hizo esperar por parte de los escépticos: la bautizaron “Frankenbur­ger”. Fue tal la conmoción que causó, que, luego de ser cocinada por el chef británico Richard McGowan, los críticos Hanni Ruetzler y Josh Schonwald ponderaron su textura y sabor. Las ciencias biomédicas guardan un estrecho vínculo con el fenómeno. De hecho, el proyecto del doctor Mark Post, profesor de Fisiología Vascular e investigad­or de la Universida­d de Maastricht, en Holanda, analiza la posibilida­d de crear comida sintética mediante el cultivo de células madre bovinas. Con su compañía, Mosa Meats ( un spin- off de la Universida­d de

Maastricht), se transformó en el primer especialis­ta en conseguir un bife en una placa de Petri. ¿Cómo lo logró? La explicació­n es sencilla: siguiendo los mismos principios mediante los cuales nuestras células suelen ser reproducid­as en los laboratori­os, encontró células idénticas a las de una vaca. El suceso de Mosa Meats fogoneó la chispa a lo largo y a lo ancho del planeta, y son muchos los que están detrás de fórmulas que den lugar a proteínas políticame­nte correctas, libres de culpa ambiental, colesterol, grasas y contaminan­tes, y hasta con precios más accesibles. “Para que esta industria explote, se necesitan tiempo e inversión”, aclara Post. En consonanci­a con esto, el licenciado Diego Gauna, del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuar­ia (INTA), es contundent­e: “Aún estamos lejos de que la hamburgues­a producida mediante el cultivo de células madre se masifique y alcance una escala suficiente para impactar de lleno en nuestra cotidianid­ad. Debemos afrontar múltiples retos tecnológic­os, de mercado y regulatori­os. Hay cosas por resolver: todavía no se encontró un sustituto relativame­nte barato del suero bovino fetal, que es clave para el proceso, y, por ahora, los avances permiten replicar solo cortes muy simples, como la carne picada”. Según una encuesta confeccion­ada por INTAL-BID, apenas el 17% de los

millennial­s argentinos estarían dispuestos a degustar alimentos artificial­es. “Las empresas y laboratori­os deberán ser muy creativos, para sortear las barreras culturales asociadas a este tipo de consumo. Y lo regulatori­o no es un punto para subestimar, ya que hay fuertes presiones desde diversos sectores para que estos productos no sean denominado­s ‘ carne’, por ejemplo”, agrega Gauna, también investigad­or del Conicet. La movida supera a los detractore­s. Para muestra basta un botón: empresario­s como Bill Gates y Kimbal Musk (hermano del magnate Elon Musk, de PayPal y Tesla Motors), además de 14 emprendedo­res de Silicon Valley, están invirtiend­o millones de dólares en este campo. Lo propio están haciendo megacompañ­ías agroindust­riales, como Tyson Foods, y hasta el mismísimo gobierno de China. En el mismo

business, todos manoseaos.

Debajo y fuera del mar

La destrucció­n de ecosistema­s enteros en todos los océanos del mundo inspiró a varios a intentar hallar proteínas de laboratori­o de peces. Una de las firmas que se interesó en este ámbito es Finless Food (en inglés, fin es ‘aleta’, por lo que significar­ía ‘ comida sin aletas’), que se encarga de la reproducci­ón de células de peces. ¿Cómo son los entretelon­es? El material originario proviene de una minúscula biopsia que se hace en el espécimen que se seleccionó. Luego se pasa al laboratori­o, donde las células se nutren con carbohidra­tos, sales y proteínas. Hay dos factores en contra: es un procedimie­nto oneroso y depende de un ser vivo. Para no tener que matar a ningún animal, se están abocando a un suero que se obtiene de levaduras genéticame­nte modificada­s. “Para el año 2019 planificam­os lanzar a

la venta proteínas de atún azul”, pronostica­n Brian Wyrwas y Mike Selden, desde Finless Food. Será alimento sin mercurio y con conciencia limpia. Por ahora, nos queda la intriga: ¿tendrá el mismo sabor? Por insólito que parezca, los inicios de los alimentos artificial­es se remontan a mitad del siglo XX, con el impulso de la biología celular y la medicina regenerati­va. De 2000 a la fecha, por supuesto, todo se perfeccion­ó. “El proceso consiste en utilizar células madre extraídas de animales, que se multiplica­n con rapidez, o células musculares más especializ­adas, y conseguir que se desarrolle­n en un medio nutritivo y se fundan en fibras musculares”, describe Rosina López Fandiño en su libro Las proteínas de los alimentos. Ese proceso no se da en un abrir y cerrar de ojos: se extiende durante tres meses. Otro dato de su complejida­d: para elaborar un kilo de carne de laboratori­o deben producirse alrededor de cincuenta mil millones de células fuera del animal, replicando in vitro la formación de fibras musculares, que luego se cosechan y procesan. El leit

motiv siempre es el mismo: disminuir la huella ambiental de los sistemas ganaderos tradiciona­les, sobreponer­se a los límites impuestos por la frontera agropecuar­ia global, y la constante preocupaci­ón de los consumidor­es por el bienestar animal. En esa línea, los expertos coinciden en que la ganadería es considerad­a una actividad con un gran impacto ecológico. Según la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a (FAO), este espacio genera, aproximada­mente, 7,1 gigatonela­das de dióxido de carbono anuales, lo que representa el

14,5% de las emisiones totales de gases de efecto invernader­o. Por su parte, la producción de carne y leche de bovino origina el 64,8% de todas las emisiones de la cadena ganadera. Vamos a la mesa… Examinemos las inéditas hamburgues­as con minuciosid­ad. Los filamentos compactado­s son los que terminan dándoles una forma que no es precisamen­te ideal ni seductora. Incoloras, el rojo caracterís­tico se consigue gracias a jugo de remolacha. Y como les falta sabor, por la ausencia de grasa y sangre, se le añaden a la receta azaán, sal, huevo en polvo y pan rallado. Sin embargo, no todas son contras. La “carne limpia”, como la llaman sus defensores, aporta varios beneficios para

la sociedad. “Los promotores de este tipo de tecnología­s argumentan que, más allá de la cuestión ambiental, se podrían ‘diseñar’ carnes con mayor cantidad de proteínas y menor porcentaje de grasas saturadas. Asimismo, se mejoraría la inocuidad de los alimentos, debido a que se minimizarí­an las enfermedad­es transmitid­as por los animales”, acota Gauna, director del Instituto de Investigac­ión en Prospectiv­a y Políticas Públicas, pertenecie­nte al INTA. Como todo, el auge tiene su contracara. “Técnicamen­te, es complicado que la carne ‘cultivada’ se asemeje a la real, ya que, amén de los tejidos musculares, la carne obtenida por los métodos de faena posee otros tipos celulares –adiposos, conectivos, vasculares, etcétera–, que contribuye­n al sabor y a la textura

del producto. En ese sentido, es muy difícil imitar la arquitectu­ra de los tejidos naturales, lo cual obliga a que los productos derivados de carne ‘ cultivada’ sean en formatos de carne picada, estén constituid­os básicament­e por tejido muscular y requieran la adición de

otros compuestos”, revela Daniel Mariano Pérez Filgueira, licenciado y doctor en Ciencias Biológicas por la Universida­d de Buenos Aires (UBA) e investigad­or del Conicet. En pleno 2018, las compañías que se disputan el dominio de la carne artificial, además de Mosa Meats, son Memphis Meat (una start-up localizada en San Francisco), y tres empresas relacionad­as con la innovación en Israel: SuperMeat, Future Meat Technologi­es y Meat the Future. Para ellos ya quedó lejana la primera pieza “carnívora” basada exclusivam­ente en proteínas y fibra muscular. Hoy, están detrás de estrategia­s para crear churrascos por medio de impresoras 3D. “Confiamos en que, cuando podamos ofrecer una alternativ­a válida, las personas la adoptarán rápidament­e, sobre todo, por razones éticas”, concuerdan sus representa­ntes. ¿Cómo es la situación a nivel nacional? La respuesta de Gauna no es del todo auspiciosa, pero deja la puerta entreabier­ta: “Por estos pagos aún no estamos cerca del desembarco de los alimentos artificial­es, pero hay que estar preparados. No solo para el modo en que esa tecnología se incorporar­á en la Argentina, ya que la carne tiene una dimensión cultural muy relevante para nosotros y se tornará dificultos­a su inserción, sino para los efectos en los mercados internacio­nales. Si la carne sintética elude los obstáculos tecnológic­os y reduce significat­ivamente el costo de producción, puede convertirs­e en una amenaza para los sistemas mundiales n de producción ganadera”.

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Arriba: Mark Post crea comida mediante el cultivo de células madre bovinas. Abajo: Brian Wyrwas y Mike Selden, reproducie­ndo células de peces.
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